Bitácora de un científico en la Antártica: Un día cualquiera y a merced del viento
El oceanógrafo del Centro Ideal comenzó su trabajo antártico, el que siempre depende del tiempo. "Es una carrera constante contra la meteorología", dice.
Han sido varias las personas que tras oír mis relatos antárticos me han preguntado qué me impulsa a regresar a estos parajes una y otra vez. La verdad que ante esa pregunta no sé qué responder realmente. Es muy difícil transmitir una sensación, casi imposible si se tiene mis limitados talentos, pero lo intentaré de la mejor forma que pueda.
Para mí, estar en la Antártica supone una cura anual de humildad en muchos sentidos. Primero porque aquí uno es consciente de la fragilidad del ser humano a diario. Segundo debido a estos parajes me recuerdan que la tierra es sólo un préstamo y cual auto de alquiler deberíamos devolverla en las mismas condiciones que la recibimos. Y tercero dado que tengo el honor y privilegio de ser uno de los pocos científicos que puede venir aquí.
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Uno de los parajes en los que estoy trabajando. FOTO: Juan Höfer[/caption]
Aproximadamente 4.000 investigadores visitan la Antártica cada verano. Si además tenemos en cuenta lo caro que resulta nuestra estancia en estas latitudes, la responsabilidad que uno siente es vertiginosa.
Los diferentes programas polares destinan mucho tiempo y recursos (materiales y humanos) para darnos el mejor apoyo posible, así que la única respuesta posible de parte de nosotros es aprovechar al máximo nuestra estancia en el continente blanco.
Cada día comienza a las 20 horas del día anterior cuando nos reunimos con los jefes de base y logísticos para agendar las tareas de todos los grupos de investigación. El trabajo aquí es una carrera constante contra la meteorología: organizar las actividades el día antes nos permite aprovechar cualquier ventana de buen tiempo. El tiempo y dinero invertido para tomar cada dato o muestra es enorme y, por ello, hay que sacarles todo el jugo que las condiciones nos permitan.
El viento es el mayor enemigo para todos los que trabajamos en el mar, así que nuestras actividades van variando según recibimos los nuevos partes meteorológicos.
Esta segunda semana no ha sido tan benévola como la primera y el viento ya ha hecho acto de presencia, pero aun así ya hemos tomado todas las muestras de icebergs que teníamos planificadas para esta zona. Mi desasosiego disminuye de forma proporcional a la cantidad de objetivos que voy tachando de la lista de prioridades que tengo en mi libreta personal.
Siempre surge algo más por el camino, un nuevo experimento o una serie de datos, y por eso siempre envío material de repuesto. Odio desaprovechar oportunidades interesantes por falta de tubos o frascos. Venir a la Antártica es un gran privilegio que para mí conlleva una enorme responsabilidad.
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Pescado, parte del menú antártico. FOTO: Juan Höfer[/caption]
Aquí cada segundo y cada oportunidad importa porque uno nunca sabe cuándo va a regresar y supongo que, si soy sincero, esa es una de las razones que me impulsan a venir cada vez que puedo. Un día cualquiera, pudiese ser el próximo año, me despertaré y ya no podré volver al lugar donde soy más feliz. Soy consciente de que hay muchas razones (mala salud, vida familiar, falta de financiación o proyecto de investigación, por ejemplo) para que mi sueño se termine, pero pienso disfrutar cada segundo hasta que ese día cualquiera llegue y arrebate un pequeño trozo de mí.
La semana en números: 10 estaciones muestreadas, 2 experimentos realizados, 10 icebergs recolectados, 2 hematomas, 2 manos congeladas, una costilla que mejora, 3 duchas y una película el domingo por la tarde.
* El Dr. Juan Höfer, es oceanógrafo del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL) de la Universidad Austral de Chile (UACh) y académico de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV).
Revisa la primera columna de Juan Höfer aquí.
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