Caminando por Santiago conocí a José Miguel Carrera
Hubo un periodo de tiempo, en mis épocas de estudiante universitario, que tuve la suerte de vivir en Santiago Centro. Digo suerte por el hecho que después de las horas de clase y las demás horas de lectura complementaria, aprovechaba para tomarme un descanso que consistía en caminar, en direcciones diferentes y conocer un poco más de una ciudad que me era extraña.
Al caminar descubrí, por ejemplo, que a pocos metros de donde vivía se encontraba el máximo referente de arquitectura neogótica de la capital, la Basílica del Salvador, que a su vez era un memorial a los fallecidos en el incendio de la Iglesia de la Compañía en 1863. Hacia una dirección, los nombres de las calles hacían referencia a personajes de la Guerra del Pacífico, hacia otro, un gran parque que nos recordaba nuestro periodo bajo la soberanía de los reyes españoles.
Si caminaba hacia La Moneda, cruzaba calles con los nombres de los personajes que, horas antes, había estado estudiando. Rodríguez, San Martín, O’Higgins, eran nombres de calles y avenidas, que recordaban y homenajeaban a personajes que tuvieron un rol protagónico en nuestro proceso de independencia. Pensaba, también, que en ello estaban homenajeados los miles de hombres que estuvieron a su mando y se perdieron en el anonimato. Así, leyendo los nombres de las calles, disfrutando de este gran museo a cielo abierto que es nuestra ciudad, me pregunté dónde estaba la calle que homenajeara a José Miguel Carrera.
En ese momento, tomé el primer celular con pantalla a color que tuve y pulsé un botón que me llevó a una lentísima navegación por internet. Escribí el nombre en el buscador y encontré la calle.
Me pareció interesante la ubicación. Distante de la calle San Martín, paralelo a la avenida Rodríguez y, en un punto, la Alameda Bernardo O’Higgins le ponía fin. -Algún día podré enseñar historia con el mapa de Santiago, pensé. -
Desde ese día, Carrera me comenzó a llamar la atención. Un personaje de noble cuna, al que la historiografía lo muestra de fuerte carácter y de sólidas convicciones. Nada más cercano a los retratos que existen de él. Inclusive la pintura de José Agustín Araya que intenta recrear sus últimos momentos, lo muestra de pie y asumiendo con conmovedora valentía su desdichado final, en contraste de los demás personajes incluidos en la obra.
“No son humanos”
Años después y con esas caminatas por Santiago Centro en el recuerdo de mis años de estudiante de Historia, me encontraba guiando a un pequeño grupo de curiosos estudiantes de quinto básico en la sala de documentos del museo donde trabajo. A los minutos de partir, mostrándoles algunos documentos y objetos sobre los personajes de nuestro proceso de independencia, un niño -al que llamaré Juan- me interrumpió y molesto gritó: “No son humanos”.
En una interesante explicación de la frase que hizo eco en toda la sala, comentó que “ese caballero parece que nunca se despeina, parecen super héroes de cómics antiguos”, mostrando la imagen de uno de los retratos de Carrera que tenía en la guía pedagógica que llevaba en manos.
Con esa extraordinaria intervención, me atreví a leerles parte de un documento que estaba en exhibición y que poco tiempo atrás había transcrito.
La carta con fecha 8 de septiembre de 1819 mostraba un Carrera distinto, humano y profundamente enamorado de su “Mercedes amada”, su esposa.
En ella, daba cuenta de su sufrido tiempo en tierras trasandinas, en las que buscaba darle forma a una estrategia de independencia diferente y lejana a la de San Martín y O’Higgins. Los pequeños susurraron una risa al saber que, el siempre bien vestido e “indespeinable” José Miguel, pedía a su esposa el envío de “géneros propios para camisas y vestidos”, posiblemente ya desgastados por su transitada labor fuera de Chile.
Quizá lo que más llamó la atención de los atentos estudiantes, fue el momento en que José Miguel le hace un particular pedido de “cebollas, arroz, azúcar, carne, aves y leche”, solo si fuera posible, considerando lo difícil del transporte.
Un sentido gesto de tristeza percibí en sus rostros cuando, siguiendo la lectura en voz alta, José Miguel menciona “las tres chiquitas a quienes como a mi Mercedes mando en mi corazón” refiriéndose a sus hijas y su sentimiento de cariño hacia ellas, al que acompaña con su nostalgia de no tenerlas cerca. Momento que, nuevamente, fue interrumpido por Juan, con un “¡wow!,sí era humano, qué pena lo que escribe”.
Finalmente, el serio, duro de carácter y “no humano” de Carrera, terminó la carta diciendo: “No olvido que hoy es 8 de septiembre, la fecha lo dice; siento no hayamos pasado este día juntos.” Con esa frase termina la carta y puso fin a mi lectura en voz alta de la misma. Los segundos siguientes fueron de silencio, en el que me permití verles sus rostros de sorpresa y tristeza por el último párrafo escuchado.
El breve momento de silencio se vio interrumpido -adivinen- nuevamente por Juan, el que fue seguido por sus compañeros y que generó uno de los mejores momentos que he tenido en mi trabajo. Ellos comentaron el documento y hasta hicieron hipótesis sobre el plato de comida que iba a prepararse con los ingredientes que pedía José Miguel en la carta.
Partiendo este muy particular mes de la patria, en que las calles Carrera, O’Higgins, San Martín, Rodríguez, vuelven a llenarse de gente, recordamos el día 4 la muerte de José Miguel Carrera y, para quienes conocemos este documento, cada 8 de septiembre, el día en que escribió esta pequeña carta a su “amada”, envió cariños a sus hijas y lamentó sensiblemente no pasar esta fecha con su esposa, mostrando un lado humano y poco conocido de este personaje histórico.
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