Cuando Pedro de Valdivia arribó a Santiago antes de su fundación en 1541, se encontró con un panorama desolador. Una gran sequía tenía a los pocos habitantes de aquella época -agricultores y cazadores en su mayoría-, en medio de una gran hambruna.
Mucho después, en 1863, otra gran sequía de cuatro años de duración derivó en que las autoridades locales autorizaran a los colonos a quemar 27 mil hectáreas de alerzales en Puerto Varas y Puerto Montt. Tampoco fue casualidad que el incendio de la Iglesia de la Compañía el mismo año -que dejó 2 mil personas muertas en Santiago- no pudiese ser controlado por la falta de agua.
Diez años después, La Serena también se encontró de frente con los estragos de la escasez de agua, al tener un período con cero milímetros caídos de lluvia -lo normal eran hasta 100-, mientras que en 1870 la rebelión de Tupac Amaru en Bolivia se gestó en parte debido a que la sequía tenía a miles de personas muriendo de hambre.
Incluso, previo a la Guerra del Pacífico, en medio del famoso impuesto de los 10 centavos de Bolivia a Chile por el salitre en 1878, también hubo una fuerte sequía en el altiplano, con problemas de mortalidad muy severos.
Si bien estos sucesos históricos tienen a la escasez de agua como factor en común, hasta ahora la ciencia no era capaz de cruzar los datos existentes y verificarlos de primera fuente. Pero ahora, especialistas del área saben que además, los años 1892, 1911, 1914, 1924 y 1968 también fueron particularmente secos.
Esto es parte de un estudio realizado por científicos chilenos, que usó los anillos de árboles de hasta 4 mil años de antigüedad para generar un “atlas de la sequía en Sudamérica”, con datos del año 1400 hasta hoy.
Reconstruyendo el pasado
En la investigación, fruto de la colaboración entre científicos de los Laboratorios de IANIGLA en Mendoza y Lab Dendrocronología y Cambio Global de la Universidad Austral en Valdivia (UACh), con la cooperación de centros de Estados Unidos, Canadá, Francia e Inglaterra, se descubrió que los cambios impulsados por los gases de efecto invernadero en estos patrones parecen vinculados a la sequía de 10 años que continúa en el centro de Chile y el oeste de Argentina, que ha causado una grave escasez de agua, junto con lluvias más fuertes de lo normal en las regiones orientales.
De acuerdo al atlas, existe un incremento en la frecuencia de sequías generalizadas desde 1930, con tiempos de retorno más altos, alrededor de 10 años, desde la década de 1960. La grave escasez de agua ha afectado el centro de Chile y el oeste de Argentina entre 1968-1969, 1976-1977 y 1996-1997.
Para recabar estos datos, se obtuvo información de 15 mil árboles de 12 especies ubicados en 300 bosques, desde la Amazonía boliviana hasta Tierra del Fuego. De acuerdo a los expertos, esto equivale a 2,5 millones de anillos de distintas especies.
Así, a través de estos anillos, los expertos pueden obtener información sobre qué tan seco o lluvioso fue el clima en una época determinada, utilizando para ello el análisis de especies como la queñoa, ciprés, araucaria y muchos otros.
En general, el ancho de los anillos refleja los cambios anuales en la humedad del suelo, permitiendo a los investigadores la correlación entre éstos y las sequías o inundaciones registradas.
“Los arboles son seleccionados minuciosamente, y para extraer el material se usa un principio similar al de las muestras de hielo. Se usan unos taladros con una broca de 5 mm, similares a los empleados para extraer el ADN de las ballenas, y se extrae un tubo muy delgado, con lo que el árbol lo sella sin problemas y no se daña”, explica Duncan Christie, biólogo y doctor en Ciencias Forestales, académico del Instituto de Conservación, Biodiversidad y territorio de la UACh, y uno de los 38 científicos acreditados en el estudio.
“Si la gente se lo pudiese imaginar, es como un libro que tiene 600 páginas y cada una de ellas muestra un mapa con la distribución de la humedad de un año en particular”, cuenta Carlos LeQuesne, académico de la Facultad de Ciencias Forestales y Recursos Naturales de la UACh, experto en Dendrocronología y uno de los autores de la investigación, junto a sus colegas de la misma casa de estudio Jonathan Barichivich y Antonio Lara.
“Hemos ido recabando a través de varias décadas en laboratorios de Chile y Argentina distintas colecciones de muestras de árboles para analizar sus anillos. Cada una de estas cronologías a su vez está compuesta por muchos árboles, vemos los anillos y nos aseguramos que cada año que estemos mirando esté correctamente asignado con el anillo que se formó”, dice LeQuesne.
El académico señala que esta investigación ayuda a llenar los vacíos en sitios donde no existen datos de estaciones meteorológicas sobre lluvias o sequías: “Santiago tiene aproximadamente 150 años de registros, pero no en todos los sitios ocurre lo mismo, sobre todo en las zonas cordilleranas. En algunos lugares hay 50 años o menos de datos, y no sabemos cómo es el clima. Pero con la información de los anillos de los árboles tenemos 600 años de perspectiva, ayudándonos a poner en contexto la situación actual”, afirma.
De esta forma, es posible diferenciar si la variabilidad de eventos lluviosos o muy secos son normales, o son producidos por la acción del ser humano al modificar el contenido de gases de la atmósfera alterando el clima, algo que gracias al estudio, finalmente se comprobó desde los años 60 en todo el cono sur.
Como ejemplo, LeQuesne cita el caso de la araucaria y el ciprés de la cordillera. “Existe una secuencia de anchos de anillos donde se distingue el anillo de 1968, año que los cipreses crecieron muy poco a causa de la severa sequía que afectó a Chile Central y Argentina. Esto generó serios efectos socio ambientales: en Chile, la producción hidroeléctrica se redujo dramáticamente, y tanto la agricultura como la ganadería de ambos países sufrió un gran impacto”.
Rompecabezas
Los autores del estudio mencionan la labor de María del Rosario Prieto, investigadora argentina que contribuyó en recopilar registros históricos con archivos desde tiempos coloniales, y que posteriormente permitieron verificar de forma independiente los resultados que arrojó el atlas. Sin embargo, falleció sin conocer el estudio publicado.
“Gracias a estos datos, el trabajo tiene muchas fuentes documentales como anillos, estaciones meteorológicas y archivos históricos que permiten verificar de manera independiente si las estimaciones realizadas con los árboles son creíbles, y claramente, calzan”, dice Duncan Christie.
“Todo esto nos entrega una perspectiva socio ambiental muy interesante con respecto a lo ocurrido años atrás”, añade. “En los cruces con documentos antiguos se corroboran eventos históricos, donde la disponibilidad de lluvia y alimentos sí o sí tiene algún vínculo con eventos de conflicto”, agrega el experto.
El atlas no es único en el mundo, pero sí viene a ser una pieza más de un rompecabezas mundial reunido por cientos de científicos alrededor del mundo, cubriendo siglos de condiciones climáticas anuales en América del Norte, Asia, Europa y Australia. Estudios posteriores basados en estos atlas han arrojado datos sobre cómo las sequías pueden haber afectado negativamente a las civilizaciones pasadas, y el papel cada vez más importante del calentamiento inducido por los humanos en el clima moderno.
Los autores afirman en algunos meses se dispondrá de una plataforma pedagógica donde se pueda visualizar estos datos de forma más didáctica. Además, se utilizarán registros de anillos de árboles de Perú, Brasil, Bolivia y Colombia, buscando expandir el atlas para cubrir todo el continente, y extender la reconstrucción climática mil años o más.