Columna de psicología: La soledad matrimonial y sus efectos en el trabajo

Soledad

A partir de cierto punto no hay retorno posible… este es el punto al que hay que llegar…. Franz Kafka


Años atrás, una consultora del mundo financiero me pidió ayuda con Hans.

Acababa de terminar unos talleres de trabajo en equipo con ellos, cuando el Gerente General me pidió pasar a su oficina. De improviso, Miguel Ángel, así le pondremos al Gerente General, me pidió ayuda con Hans, un profesional ejemplar, cumplidor, responsable y extremadamente serio… que no quiso participar de los talleres.

"De un tiempo a la fecha la seriedad de Hans se ha vuelto un tema. Es extremadamente grave y reservado y no habla con nadie de nada que no sea estrictamente profesional. No participa en nada que no sea parte de la pega y aunque lleva más de cinco años con nosotros, es poco más lo que te puedo contar de él. Los socios tienen la mejor imagen de él, es un extraordinario soldado, prusiano total, pero yo extraño que tenga una veta más comercial, más liviana, dinámica, pues a los clientes de buenas a primeras les cuesta tragarlo. Después se los gana, es cierto, se los gana en base a compromiso y trabajo, pero esto mismo les pasa a los demás miembros del equipo. Su silencio y su presencia intimidan y quiero que se adecue más a nuestro estilo".

Tras la reunión, Miguel Ángel me acompañó a la oficina de Hans.

Entramos juntos y efectivamente me sentí ante un soldado prusiano.

Al vernos entrar se puso de pie, me dio un firme apretón de manos, me dijo que estaba al tanto de todo, que podía empezar la próxima semana y acto seguido abrió su Outlook y me dijo…

¿Cuándo?

Miguel Ángel sonrió, se levantó de la silla y nos dejó solos… y de repente me quedé sentado frente a un impecable teutón que esperaba mi respuesta con una mano sobre el escritorio y la otra sobre el teclado.

-¿Te acomodan los lunes?

-Perfecto… ¿a primera hora? ¿Tipo 08:00?

– Yo preferiría a las 09:00

– Cerrado

Hans se puso de pie y yo instintivamente lo imité, le di la mano y me regaló una triste sonrisa.

Me fui solo en el ascensor… sintiendo esa sonrisa… sin saber bien que pensar.

Y así fue como el lunes a las nueve en punto… Hans se dejó caer en el sofá de mi consulta y se puso a mirar por la ventana.

Se notaba cansado y tras unos largos segundos de silencio, me miró y me dijo:

– Miguel Ángel me dijo que fuera directo al grano, que confiara en ti, que todo esto es confidencial y que me va a ayudar hablar. No me gusta la idea, pero le creo y la verdad, desde que nos vimos en mi oficina, he estado pensando en esta conversación. No sabía por dónde empezar y por eso el viernes conversé largamente con Miguel Ángel.

Aquí Hans hizo una pausa y la verdad me sentí en la incertidumbre máxima. Si bien mi cliente hablaba un correcto español, hacía pausas que me hacían dudar… de todo…

– Mira, tenía un discurso bien pensado, pero se desarmó todo la noche del viernes al llegar a mi casa. Llegué tarde, y como se ha hecho costumbre, me encontré con copas y cajetillas de cigarros vacías, junto a una nota de mi señora, que me anima a que nos juntemos en un bar.

Claus hizo otra pausa y a mí se me apretó el pecho.

– De ahí pasé a la pieza de los niños. Dormían y a los minutos entra la nana con cara de entierro y me dice que la señora llegó con unas personas, saludó a los niños, y se instaló en el living hasta hace poco. Esta vez fue la nana la que me trajo las noticias; otras veces es mi suegra, pero lo concreto es que siempre me quedo mirando a los niños y no me dan ganas de salir. Antes lo hacía, me esforzaba, a veces fingía tan bien que hasta lo pasaba razonablemente bien, pero ya no me da.

Claus vuelve a mirar por la ventana. Pasan segundos y continúa

– Yo soy del sur Sebastián. Mi padre se despertaba al alba. Era un colono. Sabía hacer de todo y no paraba hasta que se iba el sol. A mí extrañamente me gustaban las matemáticas y la lectura y mi padre decidió que me fuera a un internado… En resumidas cuentas, no te quiero aburrir, mi infancia es bien triste y no me gustaría hablar mucho de ella, pero gracias a mi afición por la lectura me fue bien en el colegio, entré con facilidad a la universidad y no tuve ni que buscar trabajo, sino que me fueron a buscar. Nunca he mandado un curriculum, me vienen a buscar y a mis cuarenta años es la primera vez que me pregunto si habré hecho bien las cosas.

Silencio. Mirada a la ventana.

-Tampoco tuve la necesidad de buscar polola. Pese a lo parco que soy, ellas me buscaban y fue así como conocí a Claudia. La conocí en la universidad. Era la hermana de un compañero y literalmente era el alma de la fiesta. Para uno que es de provincia, tener una polola como Claudia, te facilita la vida. Nunca más tuve que pensar que hacer los fines de semana, ella siempre tenía mil cosas y la verdad que como ella se movía en el ámbito de la publicidad, yo me entretenía bastante.

Iba a preguntar por fechas… pero Hans siguió hablando

– Lo peor de todo que Miguel Ángel me lo advirtió. Se conocieron en una fiesta de la empresa y ambos se cayeron mal. Claudia encontró que Miguel Ángel era esnob y latero… y Miguel Ángel me preguntó qué hacía yo con la versión femenina del negro Piñera… Eso fue todo lo que me dijo de ella, nunca más tocamos el tema, pues al año siguiente me casé. Todo fue muy rápido, Claudia es rápida, todo rápido, hijos rápido, dos al tiro como ella quería, uno inmediatamente después del otro. De ahí vinieron los problemas con el trabajo, las licencias, supuestas depresiones post-parto… y ya cuando nuestro segundo hijo cumplió seis meses decidió dejar el trabajo.

Silencio y ahora Hans, inclinado hacia delante, mira sus manos.

– Hoy mis hijos tienen cuatro y tres y son lo único que me une a Claudia. Ya me cansé de las copas, las llamadas, las mentiras y el mundo fácil. Ella es muy consentida, sus padres siempre nos "regalaron" las enfermeras, nos prestaban sus nanas para los fines de semana, sus hermanas se ofrecían a cuidar a los niños o mi suegra venía a quedarse con ellos. Nos invitaban a todos lados y lamentablemente todo esto me empezó a afectar, pues me di cuenta que Claudia nunca me había engañado, ella siempre había sido igual, era la negra Piñera y yo no la iba a cambiar.

¿Qué te empezó a pasar a ti Hans?

– Extrañamente empecé a recordar mi infancia y no entendía por qué. Como dice Claudia, éramos pobres rubios de ojos azules. Yo no conocí el lujo ni la vida fácil. Mis padres eran muy exigentes, rigurosos, pero siempre estaban presentes. Mientras viví con ellos yo sabía todo el tiempo donde estaban y cuando estaba en el internado sabía exactamente en que estaban. Las vacaciones y los días en que iba a verlos no eran muy distintos y yo creo que la vida de mis padres fue prácticamente igual desde que nosotros nacimos hasta que mi padre murió. Me vino mucha nostalgia y los fines de semana, mientras Claudia dormía, yo subía a los niños a la bicicleta o al auto y subía un cerro. Era mi válvula de escape, y aquí pensaba largamente en mi padre, que siempre tenía algo que hacer y yo lo acompañaba. Siempre había algo que reparar. No había descanso, por eso, cuando volvía y Claudia seguía en cama o estaba tomando agua como perro envenenado, me daba una rabia infinita…

Entonces…

– Sí… si… ¿qué me pasa a mí? Me siento encerrado, no me atrevo a dejar a mis hijos con Claudia, no quiero que toda su familia parche todos sus vacíos, pero a la vez sé que no hacerlo me está matando en vida y que llego al trabajo, sobretodo los lunes, como un muerto viviente…

Silencio.

Lo he pensado bien Sebastián, yo sé que no puedo cambiar a Claudia y que me tengo que salvar a mí, pero me aterra separarme de mis hijos, que pasen por lo que yo pasé en el internado. No quiero que estén solos, que se sientan solos…

Silencio

– Yo sé que esto funciona por horas y que la consultora está pagando y si bien es cierto que me alivia conversar contigo, me incomoda hablar de temas tan personales… y nada del trabajo… y por otro lado siento que podría hablar eternamente y no llegar a ningún lado…

Pero esto te afecta en el trabajo…

– Sin duda… y no debiera, pero Miguel Ángel ya me avisó que ya era evidente… y debo reconocer que, por primera vez, no me siento capaz de salir adelante solo...

Hans… independiente de si esto te ayuda o no te ayuda en el trabajo… ¿cómo te sientes ahora?

– Al principio sentí pánico, fingí bien… creo… pero sentí como que abría una puerta y temí que iba a quedar la embarrada… pero después me di cuenta que no pasaba nada y que esta es mi vida… y está la embarrada. Ahora me siento más aliviado y tengo claro que soy yo el que tiene que cambiar. Y pese a lo que pasó el fin de semana, que ya no alcanzo a contarte en detalle, hacía tiempo que no me sentía así un lunes por la mañana. Extrañamente, tengo ganas de ir a trabajar.

Aproveché esta frase para no dilatar más el cierre de nuestra primera sesión y Hans se despidió con una sonrisa algo menos triste.

Tras irse y agendar todos los lunes a las 09:00 con mi secretaria, me senté agotado en el sofá de mi consulta y me quedé pensando en la imagen del padre, de ese colono que trabaja de sol a sol.

La soledad del internado.

La vida de un provinciano en Santiago.

Soledad, mucha soledad.

Copas, mensajes y señales de que para este hombre… la vida está en otra parte.

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