La navidad de 1988 fue más distinta de lo usual para los habitantes cercanos al volcán Lonquimay, macizo de una altitud de 2800 metros sobre el nivel del mar, ubicado en la Región de La Araucanía. Ese 25 de diciembre, el volcán fue el protagonista de la última de las 19 erupciones que se le conocen en los últimos 10 mil años, generando una columna de 9 Km de altitud que dispersó ceniza y gases a 600 km. Cuando la erupción finalizó, en enero de 1990, el volcán había emitido 120 millones de metros cúbicos de roca fragmentada y 230 millones de metros cúbicos de lava.
El fenómeno, que dio origen al Cráter Navidad, generó un gran impacto local, con grandes pérdidas para la agricultura y ganadería, que perdió 10 mil cabezas de ganado y 200 mil hectáreas. Además, causó en la población problemas respiratorios, nerviosos y digestivos, afectando a 16 mil personas.
Una de ellas también sintió el embate del evento volcánico, pero marcaría su vida de una forma distinta.
Patrimonio volcánico
“Cuando tenía dos años trasladaron a mi papá, asistente social en Gerdarmería, desde La Calera a una cárcel en La Araucanía. Y en la casa donde vivía, era capaz de ver el Llaima y Lonquimay. Este último hizo erupción en 1988, cuando tenía apenas 3 años”, cuenta Cristián Farías Vega, geofísico y autor del libro Volcanes y Terremotos (Ediciones B), publicación que ahonda en el comportamiento, los efectos sociales y las decenas de historias de este tipo de eventos en el país.
Farías, hoy doctor en Geofísica de la Universidad de Bonn en Alemania y director del Departamento de Obras Civiles y Geología de la Universidad Católica de Temuco, relata, sobre su precoz encuentro con la naturaleza, que “aquél día justo andaba una tía por ahí. Me construyó un cono de tierra con hojas secas, encendió las hojas y generaba humo. Para mí, eso era el Lonquimay haciendo erupción, y fue mi primer acercamiento a la ciencia”.
El investigador, que divide su tiempo entre su familia, su profesión, el rock y una desmedida afición futbolera por La Calera y el Borussia Dortmund, cuenta con verdadero entusiasmo cómo se gestó la publicación de su primer libro, generado a partir de casi 80 columnas de sismología escritas en La Tercera en los últimos años, derivando posteriormente en la realización de divulgación científica tanto en la red social Twitter, como un programa de radio online, entre otros.
¿En qué momento comenzó a gestarse la idea?
La idea empieza a verse posible luego de un tiempo escribiendo columnas de divulgación en La Tercera. El poder comunicar ciencia es algo que venía trabajando desde 2015, intentando pensar cómo podía hablar de lo que sabía, y traspasarlo a alguien sin que esa persona fuese experta. El objetivo era escribir algo simple, interesante, y que lograra una respuesta emocional en alguien. Contar historias breves.
Luego tuve el contacto de la editorial Ediciones B para preguntarme si era posible escribir un libro a principios de 2019; tomé algo del material que había escrito hasta entonces y empecé a ponerlo en un formato de libro, buscando que las historias tuviesen conexión entre sí. Ahí tuve que volver a investigar y narrar o añadir otros relatos que no había escrito. Fueron dos años de escritura y correcciones. Del material que publiqué en La Tercera saqué unas 30 historias, pero esta vez están dispuestas en un formato y contexto distinto”.
¿Cómo fue el proceso de selección?
Había que pensar en qué cosas harían el tema más interesante para el público amplio. El Villarrica, el terremoto del Maule y el terremoto del 60 eran opciones obvias, mientras que hablar de un enjambre sísmico del Tupungatito quizá era científicamente interesante, pero no para todos y había que dejarlos fuera. De ahí es que salen historias de erupciones de volcanes más conocidos, aunque con detalles que muy poca gente conoce, porque nacen de la investigación de mucha gente.
¿De dónde son las historias y por qué?
Todas las historias son de Chile. Es cierto que las columnas en iniciales en La Tercera abarcaban cualquier lugar del mundo, pero la línea que tracé al principio era levantar el patrimonio puramente chileno. No puede ser que no seamos los expertos más grandes del mundo en estas cosas.
Escarbando la historia
¿Cómo fue contar historias tan conocidas como la del terremoto de Valdivia en 1960? ¿Sobre el proceso de retomar el relato para recontarlo y que sea atractiva para la gente?
El proceso mas relevante era el de empezar a contar algo tratando de transmitir la sensación que uno tendría cuando lo escucha por primera vez. Para eso hay que intentar no sólo tener buenos datos científicos, sino también el impacto en las personas. Alimentarte de distintos relatos, noticias, para poder empezar a armar un cuadro donde el fenómeno físico tenia un correlato con el fenómeno social que se daba. Y de esa forma uno cuenta no sólo una historia desde la ciencia más dura, sino también con muchas más dimensiones. Una cosa es el relato del abuelo de cómo se movieron las cosas con el terremoto, pero quizá no tiene claro cómo fueron las secuencias de sismos precursores del 60. Eso complementa mucho la historia y le da una riqueza única.
¿Tus tres historias favoritas?
La del 60, que es del terremoto más grande de todos y tiene una historia maravillosamente compleja; el Llaima con sus grandes erupciones y que gatilló un proceso de paz entre mapuches y españoles; y el Calbuco, un volcán que no te da tiempo para poder reaccionar. Empieza de la nada y ya tienes una erupción muy grande.
¿Cómo se aliviana el lenguaje en una disciplina tan técnica? ¿incluye glosario? ¿bibliografías?
La idea siempre fue evitar el glosario a toda costa, porque eso forzaba a involucrar conceptos científicos de manera implícita en el texto. Por ejemplo, al lahar no lo mencionas directamente, sino que hablas de un “aluvión de origen volcánico”, que es más cercano y conocido para la gente. El lahar pasa a ser “aquél fenómeno que destruyó el pueblo de Coñaripe”, y con eso le das contexto.
Sin embargo, al ser una serie de historias y tener investigaciones de muchas fuentes, hay 10 paginas de bibliografía, así que si alguien quiere ir a ver todos los papers o noticias en cuales se baso el libro, están. La idea es a quienes le gusten estos temas sienta que pueda ir a leer y tener una experiencia más única.
¿Algo que te haya sorprendido en relación a las historias que fuiste recopilando? ¿Aprendiste algo nuevo?
Sí. Cómo puede ser que tengamos tan poca memoria. Tenemos esta tendencia social de cuando pasa algo complejo lo superamos rápido y nunca más hablamos de ello. Eso era muy patente en la historia del Chaitén o el Maule. Si hacemos el ejercicio de ver noticias de esa época, cómo se reporteaban terremotos y erupciones, o cómo las autoridades hablaban entonces y como lo hacen hoy, es como si fuese al mes siguiente. Pero pasaron muchas cosas entremedio y las olvidamos.
Lo otro que me sorprendió era el nivel de interés de la gente en las historias, sobre todo mientras hacia divulgación en twitter. Pensé que le gustaría a la gente que naturalmente le gustan los volcanes o terremotos, pero encontré a personas que no necesariamente le interesa el tema, y es entonces cuando uno aprende a adaptar el lenguaje. Quizá en 2015 lo hubiese escrito de forma muy distinta, pero gracias a lo que aprendi, ahora puedo ir contando lo que la gente necesita saber, y tratar de poner eso en el libro.
¿Y por qué crees que en términos sociales, políticos u organizacionales, Chile se olvida de sus desastres naturales?
Lo primero es tener claro que los desastres no son naturales. Porque cuando hacemos eso y dejamos de usar este concepto empezamos a preguntarnos qué podemos hacer para que el siguiente evento no nos haga tanto daño. Y ahí uno empieza a concientizar a muchas personas, que se organizan e instan a las autoridades para que tomen decisiones de las amenazas. Y que eso escale a nivel político, porque es un tema que hay que tomar en serio.
Chile ha crecido mucho en investigación de terremotos y de volcanes. Hay una red sismológica muy buena y en ese sentido estamos bien parados, pero necesitamos mas investigadores y para que ello exista necesitamos más fondos, y para ello debemos hacerle notar a la gente que toma las decisiones por qué es tan importante considerar estos temas. Y si no lo ponemos en la mesa como algo preponderante, no vamos a avanzar. Ojalá el libro lleve un poco a eso. A que esa generación de conciencia nos ayude a generar cambios y que nos preguntemos cuáles son las cosas que nos van a amenazar y qué podemos hacer al respecto. El libro parte en el primer capítulo diciendo que los desastres no son naturales, para que quede claro que lo que podamos hacer frente a los terremotos depende de nosotros, no de cómo se mueven las placas.
Haciendo un símil con las alertas volcánicas del Sernageomin, ¿Cuál es el estado de las disciplinas de la Tierra? ¿Alerta verde amarilla o roja?
Amarilla. Y la razón no está en los instrumentos, sino en el escaso capital humano. Hoy tenemos más equipamiento para medir que hace 10 años. Existe una red sismológica muy buena en la zona del valle y zona costera, entendemos muy bien y podemos registrar dónde se generan los sismos. Pero necesitamos más investigadores trabajando y más gente haciendo investigación. Chile debería ser a nivel científico uno de los países que más artículos produzca en términos de sismicidad volcánica, erupciones, sismos costeros, etc. y no es culpa de los investigadores actuales porque hacen lo mejor que pueden, sino porque falta gente. Y a medida que eso se vaya corrigiendo nos va a permitir agarrar preguntas más grandes, tener proyectos más interesantes, y empezar a entender mejor lo que pasa alrededor nuestro.
Por ejemplo, si quisiera estudiar el volcán Copahue, hay pocos estudios de sismicidad, y muchos pertenecen a Argentina porque es allá donde llegan sus cenizas. O que el Calbuco pueda entrar en erupción sin dar aviso. Tenemos que entender por qué esas cosas pasan, y ver qué podemos hacer para detectar y entender esos pequeños cambios sutiles en la actividad de un volcán antes que algo ocurra. Eso lo vamos a conseguir con más gente, equipos mas grandes. La alerta amarilla en ese sentido es que hay una preocupación y hay que poner atención, pero no es que estemos en el peor de los casos.
Conocimiento es poder
¿Cuál es el estado actual de la divulgación científica? ¿Por qué el mensaje a veces no le llega a la gente?
Indudablemente la cantidad y calidad de los divulgadores científicos ha crecido mucho en los últimos cinco años. Pero nos pasa que hay gente que hace cosas y no son tan conocidos por algún motivo. Quizá tiene que ver con la inercia de algo que viene de antes: que todo lo que tenga que ver con la ciencia genera aversión. Lo vemos desde que somos niños, cuando alguien que le gusta la ciencia en el colegio es considerado como el “nerd” y es casi una lápida social, cuando lo único que le pasa es que le gusta la ciencia. Todo eso son construcciones sociales que hemos hecho erróneamente. Cuántos diputados o senadores tienen un trasfondo científico? Salvo algunos médicos, diría que ninguno.
El primer camino es arduo, hay que trabajar mucho para llegar con un mensaje a muchas partes. Eso va a cambiar en el futuro, cuando hayan más personas haciendo divulgación y cuando la academia le de más espacio a ello. Actualmente un científico en una universidad es medido por cuántos proyectos se adjudica, cuántos artículos científicos saca, etc. entonces tampoco tiene un incentivo para hacerlo. Al final quienes hacen divulgación es sólo porque les gusta. Pero hay que generar una conciencia de su importancia.
¿Qué papel juegan o jugaron en su momento las fake news y ciertos personajes que en algún momento figuraron en TV hablando de terremotos? ¿Cómo fue el proceso de enfrentar esta situación con argumentos para que la gente le crea a los científicos?
Las fake news nos hacen un daño increíble. Y lo hacen porque son muy fáciles de leer y consumir. Por ejemplo, con los terremotos pasa que a una persona cualquiera no le gusta la idea de no tener el control sobre algo. Entonces a muchos le molesta que no podamos predecir terremotos porque “deberíamos poder hacerlo”, y de ahí basta con que un grupo de gente diga que sí puede predecirlos y que eso resuene en el deseo de alguien.
Aún hay muchos charlatanes en la redes sociales que insisten en que puede predecir terremotos y no lo hacen, sólo juegan a la lotería. Ven que está temblando mucho en algún lado y dicen que viene un sismo y le atinan, pero la mayoría de las veces no pasa nada. Más que confrontar directamente a estos personajes lo importante es contarle a las personas qué es lo que realmente se hace, y creo que ese es el camino.
Cuando vemos movimientos anti vacunas uno sabe que puede desarmar sus argumentos en un minuto porque no tienen base en nada. Pero como hay pocos divulgadores, el mensaje fácil se distribuye muy rápido. Cuando comencé, parte del tema era acercar el lenguaje técnico de una forma sencilla. La idea era contar algo que llamara la atención y que a partir de eso pudiéramos empezar a conversar y que ellos solos se dieran cuenta que no hay porque creerle a estos charlatanes. Después la gente se podrá empoderar con todo ese conocimiento, y se podrán dar cuenta que los están engañando.
En retrospectiva, ¿cómo ves hoy al niño que jugaba a crear volcanes con tierra y hojas en La Araucanía?
Cuando era pequeño, siempre quise entender algo más de lo que estaba pasando, así que a nadie le llamó la atención cuando estudié algo relacionado a la ciencia. Primero estudié magister en física, después me di cuenta que podía relacionarla con terremotos e hice mi doctorado en Alemania en geofísica, trabajando en cómo estos afectan a los volcanes. Pero siempre he seguido el mismo camino en la vida: el de poder entender los fenómenos que van pasando, de querer ser científico, eso no ha cambiado.
Desde niño siempre quise dedicarme a la ciencia y hoy estoy jugando a eso en definitiva, estoy siendo el mejor científico que puedo ser.