Esperanza con realismo: el salvavidas para la salud mental en pandemia
Ser resiliente ha permitido a muchas personas enfrentar positivamente el confinamiento. Así lo determinó el estudio Covid-19 Resilience and Neuroscience realizado durante el confinamiento en España, México y Chile. No podemos evitar que ocurran cosas, como una pandemia, pero sí podemos cambiar la forma en que respondemos a ella.
Pocos eventos han sido tan transversales como la actual crisis. En mayor a menor grado, todo el mundo se ha visto afectado por esta vivencia que ha causado sufrimiento y confusión. Y lo peor, parece no terminar.
¿Cómo sostenerse emocionalmente? Desde la mirada de la neurociencia existe un salvavidas: la resiliencia. La adaptación positiva a pesar de la adversidad.
Richard J. Davidson neurocientífico pionero en la base neurológica de las emociones, que popularizó el concepto de neuroplasticidad (el cerebro es maleable y crea nuevas conexiones), fundador del Center for Healthy Minds de la Universidad de Wisconsin, sostiene que tenemos un perfil emocional configurado por seis dimensiones: la actitud (cuanto tiempo dura una emoción positiva); la intuición social (captar las señales sociales); la autoconciencia (percibir los sentimientos corporales que reflejan las emociones); la sensibilidad al contexto (regular respuestas emocionales según el contexto); la atención (concentración); y también la resiliencia (rapidez o lentitud para recuperarse de la adversidad).
No podemos evitar que ocurran cosas, como una pandemia, pero sí podemos cambiar la forma en que respondemos a ellas. Eso es resiliencia.
Ser resiliente ha permitido a muchas personas enfrentar positivamente el confinamiento. Así lo determinó el estudio Covid-19 Resilience and Neuroscience realizado durante el confinamiento en España, México y Chile, que analizó los estresores y la resiliencia desde la neurociencia, en 784 participantes.
¿Qué sostiene a las familias en pandemia? Esa fue la pregunta de investigadores de los tres países para entender el proceso más allá de los factores patológicos, sino desde los recursos emocionales, indica Viviana Tartakowsky, Directora de Psicología de la Universidad Bernardo O´Higgins (UBO), institución que realizó el estudio en Chile.
Al analizar las diferencias entre resiliencia y factores como el nivel de estudios, el número de personas con las que se vive el confinamiento y el estado civil, los resultados revelan que el principal modo de estar bien “es bastante similar en los países”, dice Tartakowsky, pese a los diferentes contextos sociales, culturales y económicos.
Influye la calidad de las relaciones al interior del hogar. También las estrategías que usan para promover la resiliencia y hacer frente al encierro. En este sentido, dice el estudio “el factor nivel de estudios, puede interpretarse como una variable de protección asociada a la flexibilidad cognitiva de la persona”.
Hubo diferencia en temas particulares, como por ejemplo, vivir acompañado y con hijos da un puntaje más alto en la escala de resiliencia. “A pesar del estrés familiar que esta situación implica, los hijos dan fuerza para sostenerse emocionalmente y se da tanto en familias monoparentales como biparentales”, aclara.
Otro elemento detectado es que los que vivían en familia lograban mayores puntajes sí estaban conectados con otros señala Tartakowsky, “lo que permite no sobrecargar la comunicación en la familia”.
Espacio personal
La importancia del espacio personal para una buena salud mental, fue otro elemento. “En familias con mayores índices de resiliencia los adultos tenían espacio para hacer cosas solos”, dice la investigadora.
Tal cómo Davidson ha resaltado en sus estudios, el bienestar se entrena. Al igual que cualquier otra habilidad aprendida, practicar eso que hace sentir bien es clave, más aún en pandemia.
Hacían diferentes cosas, desde deporte, yoga, hablar con amigos, salir a caminar, entre otras. Más allá del cómo, lo importante era el autocuidado. “Las familias que se mantienen mejor tienen espacio para prácticas personales. Desde quienes se habían puesto a estudiar o un emprendimiento. No había correlación entre vivir en pareja y resiliencia, o vivir acompañado, pero sí con el espacio personal, estar solo o sola sin los hijos”, aclara Tartakowsky.
Davidson ha identificado circuitos cerebrales críticos para el bienestar emocional, los que afortunadamente son plásticos, pueden crecer y cambiar con el tiempo. La práctica intencional es clave para ello. Por eso, la caminata al aire libre, escuchar música, meditar, entre otras prácticas diarias, no deben menospreciarse, menos ahora.
Esperanza realista
Este año han repetido el estudio, pero la tasa de respuesta ha sido menor. Más que una anécdota, eso revela, dice Tartakowsky, que las personas están más frágiles emocionalmente, “el año pasado ya teníamos 400 personas ahora van 200, les cuesta mucho más responder”.
La incertidumbre es mayor. “La crisis se ha manejado torpemente en especial en los discursos. En marzo éramos los mejores vacunados y ahora estamos mal. Teníamos el pase de movilidad y se podía salir, pero ahora no. Ahora costará más resiliar. Es un escenario distinto, llevamos todo el año pasado a cuestas”, dice Tartakowsky.
La crisis es fuente de estrés y adversidad inesperada. Al extenderse crece la desesperanza. Ahora, dice, la resiliencia es más necesaria: “Es la única forma de sobrevivir en este momento. Sería una esperanza con realismo. Es decir estamos en una situación compleja, pero tenemos que subsistir frente esto. O la gente se suicida o está resiliando, no hay caminos intermedios”.
Para entenderla, ayuda imaginar una balanza donde las experiencias negativas inclinan la balanza hacia una mala vivencia y las positivas hacia una vivencia más optimista. El punto de apoyo para cada uno es diferente. Apoyarse más en las positivas que en las negativas, es ser resiliente.
En un contexto como el actual, dice Rocío Amaya, psicóloga de Mutual de Seguridad son frecuentes los mecanismos de afrontamiento, “la capacidad para asumir en el momento una situación que pudiese llegar a ser potencialmente amenazante en nuestra vida.”
Y si bien el afrontamiento prepara para hacer frente al impacto inicial de una crisis, Amaya explica que la resiliencia permite sobreponerse a situaciones difíciles, “pudiendo transformar ese momento en una oportunidad de aprendizaje de la cual salir mayormente fortalecido”.
“Ser resiliente no significa que no tengamos problemas o que no sintamos dolor, tristeza, rabia o impotencia, se origina a partir de la certeza en nuestro pensamiento de que la situación no nos desestabilizará si le hacemos frente y la asumimos, y utilizamos la experiencia para generar nuevos aprendizajes”, aclara Amaya.
Disminuir expectativas
La resiliencia está muy relacionada con la esperanza, actitud mental basada en la expectativa de resultados positivos. Mantenerla con realismo ayuda a percibir los obstáculos como desafíos a superar. Es un amortiguador contra eventos negativos y estresantes.
Se puede resiliar de distintas formas. Para cada persona es diferente. Tartakowsky explica que es un concepto amplio que incluye desde el humor, la capacidad de adaptación, a los vínculos. “No niega la complejidad. Es la capacidad de sortear con aprendizajes la incertidumbre. Se conecta con la neurociencia y en cómo tu cerebro se torna más plástico a pesar del cortisol que produce una situación de crisis”.
Todos la pueden desarrollar. Y si bien, la activación de esos mecanismos es importante en la temprana infancia, no es que si no se desarrolla ahí no se pueda nunca más, explica la investigadora, “la palabra clave son los vínculos”.
¿Cómo fomentarla en pandemia? El primer paso es identificar qué cosas nos hacen bien. “Qué cosas te hacen bien como persona, como mamá, como papá. Qué nos sostiene. Y eso puede ser desde ver una película, rezar, prender una vela, la persona tiene que saber”, indica Tartakowsky.
Gracias a esos minutos para sí mismos, como salir a caminar o descansar, es posible apoyar a los hijos, recalca Tartakowsky. “Ayudarlos a ellos a ver qué cosas les permiten estar bien. Cada niño tiene actividades que les gusta, desde pintar, hablar con abuelos, o ir a un parque”.
Permitirse sentir emociones intensas sin temerles ni huir de ellas, añade Amaya, es otro punto. “Cuando surja rabia, miedo o tristeza (entre otras), intentar comprender que las emociones no son ni buenas ni malas, implica reconocerlas y diferenciarlas tomándonos el tiempo para conversar acerca de lo que nos ocurre e intentar ser conscientes de nuestros límites”.
Otra manera es llamar, chatear o enviar mensajes a quienes nos importan. Esas interacciones receptivas protegen el bienestar emocional. Tal cómo Tartakowsky dice ”tener espacios para llorar y tener con quien hablar, es saludable”.
Bajar las expectativas también funciona. Tener una mirada flexible ante la vida, define Amaya. “Aceptar el cambio es vital. Preguntarnos qué aspectos de nuestra vida estamos dispuestos a cambiar o negociar ante una situación difícil. A mayor nivel de flexibilidad, mayor capacidad de adaptación”.
Lo importante hoy dice Tartakowsky, es dar seguridad. “Si los hijos preguntan sobre cuándo se va a acabar esto, responder con honestidad ´no tengo idea, pero estaré siempre contigo, vamos a cuidarnos´. Esos mensajes van vinculados a la resiliencia”.
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