A escasos cinco kilómetros de Puerto Montt por el borde de la ensenada hacia la cordillera, en el sector denominado Punta Pelluco, un equipo mixto de investigadores, descubrió las más antiguas evidencias de megafauna en Chile, datadas entre 44 mil y 52 mil años de antigüedad, expandiendo en al menos 14 mil años el rango temporal de presencia de estos grupos en el país.
La investigación, dada a conocer en la revista Journal of South American Earth Sciences, fue realizada por investigadores de la Universidad Austral de Chile (UACh) y la Consultora Therium SPA en colaboración con científicos del Museo de Historia Natural, la Universidad Católica de Chile y la University of Natural Resources and Life Sciences de Viena (Austria).
Se trata de decenas de huellas de caminata de guanacos, junto con pisadas de parientes de elefantes sudamericanos, los denominados gonfoterios, que fueron registradas en barro fosilizado. El sector ya es reconocido como Monumento Natural desde 1978, pero por la presencia de otro tipo de patrimonio fosilífero: una centena de tocones (sección de tronco que queda en el suelo) de árboles fósiles de más de 50 mil años, en posición de vida, que han sido estudiados desde esa época por diversos paleobotánicos y paleobotánicas.
Debido a eso último, el lugar recibió su denominación como “Santuario de la Naturaleza Bosque Fósil de Punta Pelluco” en el respectivo Decreto Supremo. Estos tocones, y las huellas fósiles, están además protegidos por la Ley Nacional de Monumentos Nacionales (N°17.288).
Las huellas de megafauna recién se descubrieron en 2015, gracias a la paciente observación de uno de los autores, Ricardo Álvarez, quién alertó a la Dra. Karen Moreno, también responsable de la investigación y experta en huellas de vertebrados. En conjunto comenzaron a encontrar más evidencias, aprovechando clases prácticas en terreno del Magíster en Paleontología de la UACh.
El lugar destaca por la presencia de imponentes árboles descabezados que se destapan con cada marea baja: el coihue, alerce y ciprés de las Guaitecas (Nothofagus dombeyi, Fitzroya cupressoides y Pilgerodendron uviferum, respectivamente).
Moreno recuerda que cuando Álvarez le dijo la primera vez que habían huellas de gonfoterio, fui muy incrédula. “Es fácil confundir otros tipos de estructuras redondeadas, y estas huellas no tenían detalles de dedos, cojinetes, solamente una distancia repetida entre las distintas oquedades, que podían sugerir que fuese de un animal”, señala.
El pasado contado por los fósiles revela un paisaje muy diferente, los árboles indican que hace más de 50 mil años había un bosque exuberante desarrollado durante un periodo cálido en la mitad de la última edad de hielo. Y que luego el avance del glaciar habría arrasado con ese paisaje primario, en lo que hoy es el Seno del Reloncaví, para dejar un sitio de depósitos de barro y arena controlado por cómo se inundaba el sector con el lago alimentado por los deshielos del glaciar que se replegó. Este es el escenario en que la megafauna caminó por el sector.
Juan Luis García, otros de los investigadores, argumenta que con este hallazgo, “la historia de la última edad de hielo entre 80.000 y 11.500 años atrás se hace aún más rica y extraordinaria. Quedan atrás los tiempos donde se entendía una glaciación como un período uniformemente frío y húmedo, con hielos impertérritos; hoy entendemos que la variabilidad del clima, de los paisajes y su biodiversidad es una característica de la glaciación del sur de Chile”.
Quizás los guanacos y gonfoterios vieron algún tocón de ciprés ya roto en el curso de su camino, pero lo más probable es que los bosques vivos estuvieran más alejados, en las colinas circundantes. El mar, ese que baña las costas actuales, se genera mucho después, al final del último máximo glacial, hace 11.500 años aproximadamente, cuando el agua salada ingresa por las cuencas erosionadas por el paso de los glaciares, separando la isla de Chiloé del continente, revela el documento.
“Gran Intercambio Biótico Americano”
Lo que es aún más sorprendente, señalan los investigadores, es que este sector es actualmente un balneario en plena urbe, ahí donde las personas van a hacer distintas actividades de esparcimiento, a la par con la pesca y recolección de orilla que da sustento a toda una comunidad que vive en los alrededores. Algunos usos no provocan riesgos sobre este patrimonio paleontológico, pero existen otros que ponen en jaque su perdurabilidad, como el tránsito de vehículos motorizados en el intermareal.
Pero, añade Moreno, “no tardamos mucho en encontrar las huellas de guanaco, que eran tal cual las huellas modernas, mismo tamaño y reconocimos un par de decenas en diversas pistas que continuaban caminando a un ritmo predecible, entonces, la factibilidad de preservar huellas ya no podía ser puesta en duda. Contenta, invité a todas las personas que pude para buscar más”, establece.
Es tal la vulnerabilidad de estas huellas y tocones que se requiere un esfuerzo conjunto entre el Estado y las comunidades locales para poder asegurar que no desaparezcan debido a malas prácticas, solicitan los responsables del estudio.
Añaden que casi nadie se da cuenta que toda esta tremenda historia del pasado está bajo sus pies. Si bien, hay un decreto que nomina este fascinante lugar como Santuario, han sido escasos e infructuosos los esfuerzos por proteger, difundir, educar y apreciar este maravilloso patrimonio local que lo hace un lugar especial en el país, y muy importante para la ciencia en toda América del Sur.
¿Por qué es tan importante en América? Si bien se sabe que tanto la familia de los guanacos como la de los gonfoterios llegó a Sudamérica desde Norteamérica durante el evento conocido como “Gran Intercambio Biótico Americano”, luego de la conexión de ambos continentes por el istmo de Panamá, hace alrededor de tres millones de años, la temporalidad en que se habrían dispersado por el continente sudamericano sigue siendo un misterio.
Hacia el Pleistoceno medio, entre 77 mil y 13 mil años atrás, el registro de camélidos sudamericanos estaba restringido a la región pampeana de Argentina, mientras que hacia el Pleistoceno tardío, entre 13 mil y 11.700 años atrás, se observa una distribución mucho más amplia, en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, Paraguay, Perú y Venezuela. En el caso particular de Chile, los registros de huesos de camélidos fósiles van desde la región de Tarapacá hasta Magallanes, mientras que los gonfotéridos se encuentran desde Tarapacá hasta Los Lagos.
Las dataciones radiocarbónicas más antiguas de camélidos provienen de la zona de Chile central (sitio GNL Quintero 1), que indican 24 mil años de antigüedad. Por su parte, los fechados más antiguos de gonfoterio son de la región de Los Ríos (sitio El Trébol), de casi 30 mil años.
¿Cómo se podría beneficiar el país con los resultados de esta investigación? Lo que queda para reflexión tras este artículo, son tremendos aprendizajes para nuestro desarrollo nacional sobre los increíbles secretos que guarda nuestro territorio. Por un lado, se rompe con el mito instalado de que una vez que se publica sobre un sitio ya se cierra la investigación, porque siempre se puede encontrar algo nuevo y sorprendente, sobre todo si se trabaja con equipos multidisciplinarios. Esto es porque cada especialista, cada persona, es capaz de percibir cosas diferentes que van complementándose. Un sitio jamás deja de ser valioso para nuevas investigaciones científicas, establece el estudio.
Y por otra parte, agrega, se demostró que tenemos un largo camino para poder valorar nuestro patrimonio natural. Este es una fuente que puede enriquecer culturalmente nuestra sociedad, y diversificar económicamente con el turismo de intereses especiales, porque estos hallazgos nos hacen efectivamente especiales y esto debe ser transmitido a toda la comunidad.