Hermanos en pandemia: ¿puedo ayudarlos? (3ª parte)
Empieza de una vez a ser quién eres, en vez de calcular quién serás (Franz Kafka).
Llegó marzo y de a poco las rutinas nos llevan de vuelta a una cuestionada normalidad. A un año del inicio de la pandemia, los chilenos superamos los 20 mil fallecidos y los tres millones de vacunados. Vuelven los tacos, se mantienen los conflictos en la Araucanía, aparece sin vida el cuerpo del pequeño Tomás, retroceden cuarentas y tres comunas en el plan paso a paso, se debate un tercer retiro de las AFP, se abren casinos y gimnasios y en las calles se ven escolares y banderas de candidatos a… ¿alcalde o constituyente?
Fuera de nuestras fronteras, las infantas Cristina y Elena son duramente criticadas en España por vacunarse en los Emiratos Árabes, el Barcagate acapara las portadas deportivas, Texas y Misisipi decretan el fin del mandato de la mascarilla, Ibrahimovic insiste en que los deportistas deben ser atletas -y no inmiscuirse en política, como el basquetbolista Le Bron James- y aumenta la polémica por el acceso a las vacunas entre los países ricos y los países pobres.
Apago la radio, justo cuando el locutor da cuenta de la caótica situación de Manaos, ciudad donde decenas de pacientes fallecen por falta de oxígeno, registrando el Estado de Amazonas, solo en la primera semana de febrero, 886 muertes.
Golpeado por tanta noticia y calor, me siento en la mesa de una terraza con Lucas, un cliente cuya situación laboral y familiar lo tiene al límite, pues trabajar con sus hermanos ha moldeado su vida personal y su relación de pareja.
Gracias por aceptar el cambio de hora y de día. Necesitaba hablar contigo.
¿Qué pasó?
Simplemente se acabó. Hacía meses que Javier, amigo de toda la vida de Pablo, mi hermano mayor, salía en todas nuestras conversaciones. Es abogado, experto en quiebras, y supongo que su creciente presencia era un claro indicador del final. Mis otros hermanos estaban incómodos con él. Simón hablaba del cuervo, Mateo del interventor, pero supongo que los terminó convenciendo de acabar con todo ahora. De manera paralela, Simón pavimentaba su retorno a la clínica y a la docencia. Y Mateo, que no tiene un pelo de weon, atravesaba agotadores procesos de selección en la oscuridad.
Silencio… primer cigarro… llegan nuestros expresos…
Mateo fue el primero en hablar. Consiguió pega. Pablo y Simón le desearon lo mejor. Como si nada. Yo pensé que me estaba volviendo loco. ¿Todo este tiempo tan urgido por nada? Después, acompañados de Javier, Simón y Pablo, nos hicieron firmar muchos papeles. Mateo los firmó sin chistar. Seguramente los había revisado de antemano. El no firma nada sin estudiarlo. Y yo estaba demasiado en shock… así que firmé una y otra vez… mientras Pablo me contaba que probablemente se iba a ir un tiempo fuera del país para tranquilizar a nuestros clientes. Simón, después de firmar mi salida, me llevó a tomarme unos tragos en su nuevo descapotable. Básicamente me dijo que no me urgiera, que estaba todo bajo control y que yo rehiciera mi vida, como Mateo y como él. ¿Pablo? No te preocupes… ese weon sabe qué hacer. Todavía le quedan vidas...
Silencio… y de un trago Lucas acaba su expreso…
Te juro que todavía me mareo con todo esto… pero esa misma noche llegué a mi casa y la Andrea me hizo la media cuática por llegar copeteado y pasado el toque de queda. Traté de explicarle la situación, pero terminamos peleando. Me dijo que mis hermanos eran unos delincuentes. La mandé a la chucha y me fui en moto a la casa de Pablo…
Silencio… Segundo cigarro
Como si me esperara, Pablo me invitó a pasar. Ahí estaba la Maca, su cuarta señora. Ella irradiaba esa felicidad de las embarazadas, esa mirada como que son las mujeres más importantes del mundo. Y me dijo, muy suelta de cuerpo, que los tenía que visitar en Miami. ¿Parten mañana? ¿En medio de la pandemia? Al rato, y siempre en shock, nos fuimos con Pablo a la terraza a tomar unos whiskys. Nos bajamos una botella y Pablo me contó todo lo que había hecho en la pandemia para salvarnos el pellejo. De verdad quedé sin palabras. El weón verdaderamente pensó en todo. Bueno… él, Javier, Simón y Mateo. Ya de madrugada llamé a la Andrea. No me respondió. Como seguía curado, me fui caminando donde Simón, pues Pablo no me dejó agarrar la moto. Nunca camino por esos barrios. Todo es tan lindo. Tan cuidado. Como de mentira. Y si la caminata me pareció surrealista, entrar al departamento de soltero de Simón fue peor, pues nada más cruzar la puerta de entrada sentí algo raro. No supe inmediatamente qué era, hasta que caché que no había nada y que al fondo había una pila de cajas. Me voy al sur Luquitas. Ya no tengo nada que hacer en Santiago. ¿Y la clínica y las clases? No resultó. Voy a tratar de rearmarme allá. Tuve que correr al baño a vomitar. ¿También se arranca? Al rato me fui donde Mateo. Los tres weones viven cerca. Y ahí estaba como si nada, rodeado de su señora y sus hijos. Impecable y relajado… pero cuando nos quedamos solos me puso cara de angustiado; que no dijera una palabra, que la Pía no sabe nada. Weón, tú y yo zafamos, pero Pablo y Simón están hasta las masas, Javier nos va a ayudar, pero seguramente esto va a tardar años. Yo no me puedo arrancar a ningún lado.
Silencio… tercer cigarro… ¿otro expreso?
Tuve que correr de nuevo al baño a vomitar. Más encima, la Pía me obligó a quedarme a almorzar y apenas terminé me tuve que encerrar en su baño. Totalmente deshidratado, me eché en el borde de su piscina mientras mis sobrinos entraban y salían del agua. Por fin la flaca me llama. Me dice que está donde sus papás. No quiere saber de mí ni de mis hermanos. Que no la llame más, que no la busque. Ya se llevó todo. Soy libre de hacer lo que quiera.
Silencio, llega el segundo expreso a la mesa. Cigarro.
En eso llega la Pía, me mira y con una enorme sonrisa me dice, Lucas, te hizo bien tomar aire y sol. Te ves mucho mejor. Era cierto, ya no tenía ganas de correr al baño a vomitar. Sentí un alivio. Por fin había quedado la cagada. Ya no había que esperarla. Y ya no tendría que vivir este infierno con el corazón dividido entre la flaca y mis hermanos. Todos me habían liberado y como en esos momentos wow… o como chucha se llamen… comprendí que tenía 35 años, que era soltero, sin hijos, tenía un par de emprendimientos rentables y otras plataformas que se vendían solas. Me sentí como una cucaracha. Indestructible. Al final, me pasé la tarde jugando con mis sobrinos y la Pía me dijo que había sido por lejos lo más entretenido para ellos. Cuando ya me iba, Mateo se acercó con una cerveza y nos fuimos a su escritorio a conversar. Lucas, no te preocupes. Vamos a sobrevivir. Tú eras muy chico, pero nosotros vivimos la misma webada cuando la constructora del viejo se fue a la chucha. Solo que ahí el papá estaba solo y sus socios se lo cagaron. Aquí nadie te va a cagar. Pablo y Simón saben lo que hacen y como Fouche, tienen que desaparecer un rato antes de volver en gloria y majestad. Lamento lo de la Andrea, hablé con ella anoche. Me contó que no aguanta más, que se va y tiene toda la razón. Hay que tener estómago para vivir así y es por eso que a la Pía yo le cuento el 10% de todo y aun así a veces se vuelve loca. Nosotros, para sobrevivir, tenemos que arriesgar y Lucas… lo dimos todo… y por lo que sé, tú quedaste bien parado. Aprovecha esta oportunidad que te da la vida, haz bien las cosas y si no quieres mentir toda la vida como yo, búscate una mina con más estómago.
¿Un irlandés? Lucas estira la mano, hace un gesto y en cuestión de segundos llega su taza.
Es una locura esta webada, pero en la noche llegué a mi casa y estaba prácticamente vacía. Me sentí como Steve Jobs. ¿Has visto esas fotos de su casa? Casi no tenía muebles y andaba a pata pelada. Y así me quedé dormido… en mi living pelado… y desperté entre eufórico y angustiado y fue ahí cuando te pedí si podíamos adelantar la sesión.
¿Y qué ha pasado?
He aprovechado estos días para hablar con amigos, he metido las manos en los emprendimientos y me he desentendido de la flaca y mis hermanos, lo que días atrás me parecía imposible. Ya no están. Ya no llaman, ya no escriben, aunque la verdad creo que era más yo quien escribía y llamaba. Pero filo. Ahora mis amigos están fascinados conmigo en la pega, porque si hay algo que aprendí de mis hermanos es a trabajar. Y ya me reuní con Javier, el abogado, y me explicó el panorama. Y hablé con otro cuervo amigo y me dice que todo está bien, que todo es legal y que Pablo y Simón se preocuparon de todos los detalles.
¿Y qué te gustaría hacer de aquí en adelante?
Me gustaría trabajar tranquilo y ser simplemente yo. Ser solo hermanos. Reírnos de nuestras locuras del pasado, recordar nuestra infancia y acompañarnos. Tal vez soy muy naif, pero me gustaría tener mi cuento y no mezclar familia y negocios...
¿Y con la Andrea?
Es buena mina, pero Pablo tiene razón, somos muy distintos. Ella no vivió nuestra locuras y desastres. Nosotros, pese a las lucas, somos más flaites. Piensa que nosotros tuvimos que arrancar muchas veces de casas… para no pagar. Nos daban vergüenza los autos de nuestros viejos, que nos cambiaran de colegios porque no pagaban las colegiaturas y que termináramos en liceos y estudiando con becas… mientras nuestro viejo estaba fondeado y nuestra vieja sobrevivía colgada al cuello de algún ricachón. Siempre de mal en peor. Y aunque la flaca se enoje, en ese contexto, unas buenas zapatillas te hacen el día. Un auto nuevo la semana. Una casa… el año. Y siempre queríamos más. Y lamentablemente, nunca hemos perdido el hambre. Jamás.
Lea la primera parte de esta columna en este enlace.
Lea la segunda parte de esta columna en este enlace.
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