Cuando Camila Fuentes (cirujana dentista, 33 años) y Juan Pablo Ceroni (ginecólogo, 33 años) atienden el llamado de La Tercera, lo hacen desde Livingstone, una de las ciudades más conocidas de Zambia, país del centro sur de África.
La pareja chilena lleva siete meses afincada como voluntarios en el Mission Hospital de Sichili, y durante la entrevista se encontraba buscando provisiones para ellos, y más importante aún, para el precario hospital donde trabajan, a 250 kilómetros de distancia y ocho horas de traslado por tierra, en medio de una escasez generalizada por la actual pandemia de coronavirus.
“Estamos en la casa de unos amigos españoles, porque todos los hostales y hoteles están cerrados. Vinimos a buscar provisiones como todos los meses, pero con esto del coronavirus ahora tienen que durar por lo menos 60 días”, cuenta Camila.
La idea es llevar todo lo necesario de vuelta al poblado donde viven, “para tener menos contacto con la ciudad, porque estamos en una zona aislada y es la única forma de evitar llevar el coronavirus”. El problema no es menor.
Actualmente, Juan Pablo es el único médico de un hospital que atiende a una población de casi 40.000 personas, que apenas tiene un puñado de enfermeros y una sola máquina de oxígeno de muy poca capacidad, para 50 camas. De ventilador mecánico o radiografías, ni hablar.
Su pareja Camila, hasta hace poco dedicada exclusivamente a la atención dental, ha debido reconvertirse en una suerte de asistente médica, llevando al límite sus capacidades. La falta de recurso humano en el hospital de Sichili es brutal. “Ha cambiado mucho lo que hago”, cuenta Camila, a quien le ha tocado asistir partos, cesáreas e incluso cirugías de urgencia. Y por eso mismo es que el temor al Covid-19 crece conforme avanzan los días, así como también las medidas preventivas de estos dos chilenos insertos en el corazón de África.
“No estamos preparados para nada. El problema mayor es que no tenemos personal. Es ridículo pensar en si tuviéramos varios casos. Que haya un único médico lo hace casi imposible, porque si llego a infectarme tengo que dejar de atender para no contagiar a nadie más. Lo ideal sería tener por lo menos dos o tres médicos para salvar la situación”, dice Juan Pablo con algo de frustración.
Camila complementa: “Zambia es un país que está botado a su suerte mayoritariamente. El sistema de salud no da abasto y bajo estas circunstancias están totalmente desprovistos de todos los recursos para poder sobrellevar esta pandemia”. Pasa que los grupos de riesgo, ya sea por mal nutrición, VIH u otro tipo de enfermedades, son muy amplios, por lo tanto la cantidad de casos de coronavirus más graves se esperan que sea mayor. “Es una situación súper compleja de llevar”.
Es el mayor temor de estos dos chilenos: que la explosión de coronavirus sea tal, que ellos no puedan hacer mucho para ayudar, a pesar de los constantes pedidos de apoyo a las autoridades gubernamentales de Zambia. “Da susto para uno, pero me da más miedo lo que pueda llegar a pasar en el hospital, que se nos vaya de las manos y que esa sensación de tener que elegir entre pacientes, no poder ayudar a la gente, de tener ganas y no herramientas. Es muy potente sicológicamente”, asevera Camila.
Segunda vez
Juan Pablo, que ya había vivido un año en Zambia en 2013 en un voluntariado similar, dice que antes de la crisis del coronavirus, ya tenía casos de pacientes que se morían porque no hay nada que hacer, por falta de posibilidades de diagnóstico y terapéuticas. "Nos preocupa”, dice.
El temor también es personal. “Si alguno de nosotros llega a desarrollar una infección severa es imposible que alguien más la maneje. El único hospital al que podríamos recurrir está a ocho horas, a 250 kilómetros y no hay una buena ruta. No tenemos ni siquiera una ambulancia para trasladar pacientes. La posibilidad de salvar a alguien preocupa y asusta, más si fuera uno de nosotros”, señala el médico.
La realidad con que convive y enfrenta el coronavirus uno de los países más pobres del mundo es desgarradora (apenas 40 camas UCI para sus casi 17 millones de habitantes). Es, a su vez, lo que motiva a estos profesionales de la salud a mantenerse ahí y trabajar para que al menos en su hospital, con la ayuda de los locales, se estén habilitando algunas salas para mantener a gente aislada. También algunas piezas en una casa para gente con sospechas de tener el virus, pero sin síntomas o síntomas leves.
El problema mayor es el diagnóstico seguro, porque solo dos hospitales en todo Zambia tienen el test para comprobarlo. Están en la ciudad de Lusaka y esa muestra se tendría que enviar por tierra en un viaje que, si todo sale bien, toma 20 horas solo de ida. “Es irrisorio, derechamente no funciona”, expone con algo de rabia Camila.
“Me preocupa, me da pena, susto, impotencia. África, aunque ya ha vivido epidemias, es un continente que no puede responder a este virus si es que llega en grande como en otros países, porque no hay nada para hacerle frente”, detalla Ceroni. A modo de ejemplo, su pareja cuenta que en el hospital donde trabajan, “actualmente no hay ni siquiera mascarillas simples y en mi trabajo diario, como no hay, uso una mascarilla mensual. Tampoco hay guantes y los de cirugía son muy escasos”.
En Livingstone, además de comida y cosas de uso personal, han dado vueltas por farmacias y tiendas buscando guantes, mascarillas y máscaras protectoras principalmente, justamente para intentar llenar el vacío del precario Mission Hospital y que funciona más por obra de una congregación de monjas y la fundación de la que ellos son parte, que por gestión del gobierno zambiano.
“Sichili es una aldea, sin supermercados, ni farmacias, ni nada parecido. Estamos buscando comida para dos meses, porque dada la circunstancia queremos aislarnos de todo. Estamos conscientes de que podríamos ser un vector del virus, así que queremos volver y encerrarnos un par de meses”, cuenta Juan Pablo.
Antes de viajar a Livingstone, los dos chilenos y los cabezas de instituciones del lugar organizaron una reunión para informar realmente qué está enfrentando el mundo a causa del Covid-19. Ahí estaba el gobernador, representantes de salud del gobierno, misiones, colegios y los indunas, que son los jefes de cada comunidad. “Se explicó la situación mundial y se está sensibilizando a la población. Tienen claro que ante la precariedad, la única medida real es la prevención”, explica ella.
A pesar de todo
Cuando Camila y Juan Pablo decidieron partir a África como voluntarios de la Fundación Entre Tribus, de la que uno de ellos es fundador, era con un plan absolutamente distinto. La búsqueda de socios había sido fundamental y exitosa para el proyecto que ahí implementarían (hay otro en Uganda) y que era muy diferente a la realidad que ahora viven. Y si las condiciones para trabajar antes de la pandemia del coronavirus ya eran duras, hoy, con todo lo que se puede venir, lo son aún más.
El plan inicial era implementar un proyecto sustentable y que ambos fueran un apoyo al médico que ya había en el hospital, pero apenas aterrizaron en Zambia les comunicaron que ese profesional había renunciado, por lo que quedaron a cargo de todo en la parte clínica y administrativa. Ceroni, ad honorem, pasó a ser el director del hospital, incluso distribuyendo el presupuesto y firmando vacaciones y permisos. “Soy ginecólogo y he tenido que volver a evaluar condiciones de medicina que no veía hace tiempo”, dice.
Las ganas no han claudicado, eso sí. La pareja de santiaguinos sigue convencida de estar ahí. “La imposibilidad de que llegara otro voluntario, además del poco apoyo gubernamental, nos han obligado a dedicarnos principalmente a lo asistencial, dejando en stand by los proyectos sustentables (mejoría de la nutrición de la población a través de huertos-escuelas, y la prevención y educación de la salud oral).
Justamente, su aporte asistencial los tiene convencidos de por ahora mantenerse en Zambia a pesar de que Cancillería haya recomendado que todos los chilenos en el extranjero regresasen al país y luego las embajadas dijeran que no por las dificultades de transporte, por lo que la fundación para la que trabajan está en un proceso de evaluación de sus proyectos, aun cuando los ha seguido apoyando con su estadía a pesar de no poder desarrollar totalmente el plan inicial. Entre Tribus los monitorea a diario, se preocupa de su condición de salud y está presta a actuar conforme avance todo. Hoy, el foco es su bienestar.
“Hicimos de Sichili nuestro hogar, estamos súper involucrados y sobre todo Juan Pablo sabe la responsabilidad que tiene porque en este momento es el único médico que hay. Ya habíamos venido con la mentalidad de darlo todo, y más ahora. Dejarlos, cuando la situación se puede complejizar, sería muy feo, pero sabemos que no depende totalmente de nosotros”, asegura Camila.
Juan Pablo, el único médico para 40.000 personas, cierra: “Decidir nosotros irnos en los momentos más difíciles, considerando todo lo que queremos a Sichili, no sé si me lo perdonaría”.