La bitácora del doctor Hofer: Día 21, costumbrismo antártico
Llevamos varias semanas en Antártica y el tiempo se nota. Cierto cansancio se empieza a acumular en nuestros cuerpos por los rigores del trabajo en el agua, lo duro del clima y las largas jornadas en el laboratorio: terminar de trabajar a las 3 de la madrugada no es gratis. Nada nuevo bajo el sol. Es tremendamente costoso y complicado llegar hasta aquí, así que debemos aprovechar cada ocasión. Por suerte este año la climatología está siendo un poco más benigna que el año pasado y hemos podido avanzar con varios de los objetivos que nos han traído hasta aquí esta temporada.
Con lo aprendido de la temporada anterior, en esta temporada hemos decidido incluir unas incubaciones en tierra. Esta dinámica nos permite depender en menor medida de la climatología y no correr el riesgo de perderlas: podemos controlar las condiciones del medio con mayor facilidad.
Todo suena muy bonito en el papel, pero al querer responder preguntas complejas nos vemos obligados a incubar grandes volúmenes de agua (más de 120 litros) y terminar el experimento lleva unas 14 horas con cuatro pares de manos trabajando a destajo.
Es agotador, sin embargo, unos resultados preliminares prometedores nos indican que el trabajo no ha sido en balde y eso nos llena de moral y energía. Energía como para plantearnos hacer otros cuatro experimentos más, sabiendo lo que significa. Esta es una de esas mágicas rutinas antárticas que dan título a esta entrada. Por ejemplo, no es raro que celebremos cada muestreo o dato saltando de vuelta al bote o posando para una foto mientras las manos se congelan y solo son defendidas por unos exiguos guantes de laboratorio. Es una costumbre que desde fuera podría parecer ridícula o superflua, pero ayudar a dar un poco de sentido a lo que hacemos sirve como acicate para continuar o redoblar los esfuerzos. Toda ayuda es bienvenida en la Antártica.
De forma similar todas las personas desarrollan su pequeño ritual antártico para ayudarles a llevar lo mejor posible su estadía aquí. Hay quienes leen en su improvisado rincón; hay quienes se toman su té/infusión/milo; hay quienes madrugan para hacer ejercicio, y así un largo etcétera de costumbres antárticas que quizás solo duren lo que dura tu estancia en el continente blanco.
Es curioso y gracioso ver cómo de forma casi espontánea, las personas (yo incluido) tiende a comer siempre en el mismo asiento del comedor y rara vez se altera ese orden salvo por circunstancias excepcionales. Esa es parte de la magia antártica, la rotura del continuo espacio-tiempo. Cosas que parecen haber pasado hace semanas, ocurrieron hace tres días, y cosas que parecen haber ocurrido ayer pasaron hace casi un mes (como, por ejemplo, el zarpe desde Punta Arenas). Al final uno no sabe en qué día del mes o de la semana vive, y todo se amalgama en una sucesión de eventos o anécdotas destacables dentro de un mar de confusión temporal.
Tras dos años de pandemia creo que muchos de los lectores podrán entender a qué tipo de sensación de desarraigo temporal me refiero. Una de las formas de luchar contra ella es generar instancias fuera de este costumbrismo antártico. Puede ser ver una película en grupo, un paseo ocioso, jugar una partida u organizar un torneo de ping-pong. Y esta última ha sido la medida implementada este año. No es el hecho de competir o ganar lo que promueve el evento, si no las ganas de pasar un rato agradable y un tanto fuera de la rutina.
Por eso, el primer día del torneo toda la base presencia el evento como si fuera la final del mundial de fútbol que actualmente se juega en Qatar. Porque esa es la otra cara del costumbrismo antártico: buscar o crear las excusas perfectas para tener un poco de ocio que ayude a reponer energías y generar vínculos dentro de esta pequeña comunidad.
* El Dr. Juan Höfer, es oceanógrafo del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL) de la Universidad Austral de Chile (UACh) y académico de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV).
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