“Le dije que en vez de ser tan mamá, se acordara que también es mi señora, que se arreglara y ejercitara para calentarme…”
Esta semana veremos cómo Felipe finalmente pierde los estribos y encara a Isi, su esposa, a quien culpa de todos los males de su matrimonio.
En El fin de la Masculinidad, el psicoanalista Luciano Lutereau sostiene que el amor se ha transformado en un problema y se pregunta “¿Por qué no abolirlo? Si no hace falta, no es algo necesario, ¿por qué lo buscamos?”.
En consulta, entre bromas, risas y lágrimas, muchas clientas se hacen similares preguntas y la mayoría de las veces no pueden entender cómo siguen amando a hombres que hacen lo humano y lo divino para que los dejen. ¿Por qué no se separan? ¿Por qué continúan?
“Le dije que en vez de ser tan mamá, se acordara que también es mi señora, que se arreglara y ejercitara para calentarme…”
Lutereau va más allá y se cuestiona “desde dónde ama una mujer a estos hombres ejemplares” y concluye que en la gran mayoría de los casos lo hacen “desde un punto de vista maternal”. Así, estas mujeres, a través de una actitud tierna, aman a estos hombres difíciles de amar. Y esta estrategia suele funcionar hasta que los hijos aparecen en el camino… y surge la competencia. Escuchemos a este Luciano:
“Las mujeres siempre nos son infieles con los hijos. Este es un aspecto estructural que el varón de nuestro tiempo rechaza: perder a la mujer en favor de los hijos. Por eso no pocos problemas conyugales de nuestro tiempo se desencadenan con el acceso de la descendencia, como ocurre con los padres celosos de sus hijos que no pueden dejar de hacer reclamos sexuales que desconocen el puerperio”.
Para abordar este peliagudo tema, volvemos a invitar a Felipe al diván del runner, cliente ficticio que atraviesa una aguda crisis matrimonial debido a su falta de deseo sexual… hacia su señora… pues en el gimnasio… le atraen todas… ¿Por qué no se arregla como ellas? ¿Por qué no se cuida más? A Felipe, tal como vimos en la última columna, le molesta el deterioro físico de la Isi, pues siente que después de su tercer hijo se abandonó por completo…
Vamos con él:
Seba, no sabí lo arrepentido que estoy de no haber venido estas últimas semanas, de haberme ido de viaje y haber dejado la cagada. ¿Por dónde empezar? Lo peor es que todo lo que no hablé con mi señora, todo lo que me guardé para no pelear, lo solté de la peor forma. Además, me salió una millonada la gracia, pues empezamos a discutir en Tokio y no hemos parado (fuerte exhalación).
Me perdí varios capítulos al parecer…
Te perdiste la mitad de una teleserie rasca con presupuesto de megaproducción… con tickets de avión en bussiness, borracheras, hoteles, peleas, clínica y traslados… Todo esto en yenes y pagando con mi tarjeta de crédito, con la de la Isi y la de la pega…
¿Fuiste a la maratón de Tokio?
Si po… ¿no te alcancé a contar? ¿No? La cagó como todo se puede desordenar de un momento a otro. ¡Y eso que sentía que me estaba enrielando contigo! ¡Y zas! De la nada, aparece la oportunidad de ir a Tokio con mi jefe con todo pagado por el banco. ¡La media oportunidad! Y le cuento a la Isi y me mandó a la chucha. Tuvimos la feroz pelea porque ya me había inscrito a Chicago y le había jurado que era la única del año. Y lo pensé así, sin nunca imaginar que mi jefe no quería ir solo, pues su señora no podía acompañarlo. Y cuando le iba a decir que no podía, me sale con que se consiguió que el banco nos auspiciara todo, pues seríamos parte de una campaña a nivel global que promueve el deporte (silencio). Filo, la cosa es que subirme a ese avión me costó sangre, sudor y lágrimas con la Isi. Usé todos mis argumentos, aguanté todas las puteadas, los silencios y llantos. Me banqué todo para subirme a ese avión. ¿Cuándo iba a volver a correr a Tokio con todo pagado? Estas cosas no se repiten y cuento corto, partí con mi jefe y corrí la carrera de mi vida.
¿Cómo es eso?
Por primera vez bajo las cuatro horas. Fue totalmente inesperado, pues no me había preparado muy bien para esta carrera y en las anteriores no bajaba de las cuatro horas y diez minutos. Pero puta, a esta altura eso es lo de menos…
¿Por?
Odio esos típicos dichos, pero ese de que lo que parte mal, termina mal, se me atravesó entre las orejas y si bien dormí todo el viaje, ya en el hotel me las pasé peleando con la Isi por teléfono. Con uno, dos y hasta tres niños chillando de fondo, me mandaba las medias focas y yo quedaba tan cargado que en las comidas no que quedó otra que usar a mi jefe de coach. Y no es por alabarte, pero ese weon es como la callampa.
¿Por?
Mi jefe es de esos weones insoportables que te hacen sentir mal todo el rato. Siempre tiene un plan y a su lado está claro que he improvisado con estilo y que lo que he logrado ha sido en gran parte gracias a la Isi, que es igual de matea y planificada que este saco de webas… Perdón… Me aceleré un poco… Y como estaría de mal, que a ese saco de peras le conté mis atados con la Isi, y el maricón, de maneras sutiles y poco sutiles, me hizo sentir pésima persona. Me habló de su señora como si fuera una santa y de sus hijos como su máximo orgullo. ¡Y en qué minuto los ve! ¡Si trabaja más que yo! Me enrostró su vida perfecta y trabajada, y lo único que logró con su speech es que la bronca me subiera a mil… y en cierta medida corrí como corrí… para taparle la boca a él, a la Isi y a la vida…
¿Lo lograste?
Contra todo lo que te recomiendan, corrí como si mi vida dependiera de ese resultado. Te juro que ha sido la carrera más sufrida que he corrido, pero no iba a dejar que ese hijo de puta me ganara. ¡Y no me ganó! Y no solo eso. ¡Bajé de las cuatro horas! Y aunque estaba destruido por fuera, por dentro fue como que hubiera despertado un dragón. Apenas podía caminar o pensar… pero… ¡Necesitaba chupar! Y convencí a mi jefe que fuéramos a celebrar. Seba, me fui en la media volada con mi jefe al lado.
Al principio disfrutó mi euforia, pero se empezó a incomodar cuando contagié a todo el bar con mi locura. Estaba lleno de corredores en llamas como yo, así que apuré un trago tras otro y mi jefe ya me miraba con preocupación. Cuento corto, dejé la cagada en el bar y mi jefe tuvo que pagar la cuenta, arrastrarme a un taxi y empujarme adentro. Ya a esta altura su cara combinaba rabia, vergüenza e indignación. Y espérate, porque esta webada está partiendo, pues nada más llegar al hotel vomité, me desmayé, convulsioné… Ambulancia, clínica, descontrol… (largo silencio).
Lo último que recuerdo de mi jefe es su cara de pánico… Apagué tele… según yo… un par de minutos… pero mientras estaba en Saturno, mi jefe llamó a mi señora, ésta se subió a un avión y apenas aterrizó mi jefe rajó a Santiago y la Isi se quedó a mi lado antes de que despertara… (silencio). Te mueres la cara de la Isi… Si ya me sentía mal… su cara me puso peor y no me atreví a abrir la boca. ¿O no podía? Te juro que no lo sé, pero fue bueno no hablar. En cuestión de horas los doctores lograron estabilizarme. Entre la maratón y la curadera le exigí demasiado al cuerpo, pero lo peor es que no me quería ir de la clínica. Me quería quedar ahí, porque me vino un bajón que ni te cuento. ¡Y eso que todavía no tomaba conciencia de la cagada que me había mandado! Ufff.
Para avanzar, la Isi, con ayuda de una traductora, lograron llevarme al hotel mientras yo seguía sin hablar. Me acosté y dormí. No lograba abrir los ojos y la Isi me despertaba para comer y yo ni cachaba si era de noche o de día. A ratos tampoco entendía qué hacía en Japón, porqué estaba la Isi ahí y no mi jefe. Mal. Fueron dos días en el limbo y te juro que si sabía lo que vendría lo alargaba. Y es que la Isi tomó las riendas y hablaba con mi jefe para resolver la cagada con el hotel y la clínica, pues habían muchas cosas que el seguro no cubría. Tampoco estaba en los planes del banco pagarme la estadía extra en el hotel y no estábamos en condiciones de negociar nada. Y la Isi se angustiaba cada vez más, hasta que llegó al punto en que no se pudo contener… y me rezó un rosario de reproches… cuenta por cuenta… Partió hablándome como si fuera un niño o un enfermo, pero después se puso brígida. Me gritó, lloró y empezó a lanzar webadas, mientras me decía que me odiaba, que había logrado superarme a mí mismo y que ya no daba más… (silencio, Felipe mira hacia abajo). Sé que las cagué, pero estaba tan desbordado que le dije que me alegraba que todo esto pasara, pues ya estaba chato de ella, de sus exigencias, de sus quejas y le recomendé que, en vez de criticarme tanto por todo, se mirara un rato al espejo y pensara cómo su descuido me afectaba… (silencio).
Se produjo un vacío brutal y en vez de callarme o recular, me envalentoné y me lancé con todo y le dije que necesitaba que se pusiera las pilas y que en vez de ser tan mamá, se acordara que también es mi señora, que tenía que arreglarse y ejercitarse para calentarme… pues yo necesitaba a una mina y no a una mamá gallina que anda todo el día detrás de los pollos…
¿Pasó algo?
A esa altura daba lo mismo la cagada que me había mandado en Japón. Daba lo mismo que reventara todas las tarjetas de crédito y que mi pega, o al menos mi relación con mi jefe, pendiera de un hilo. Y pensé… este es el infierno… y juré que habíamos topado fondo, pero no calculé lo espantoso que era viajar doce horas en avión en silencio total. Fue devastador y por primera vez le tomé el peso a mi matrimonio, a la vida que había armado con la Isi. Me aterré, pues sentí que ahora sí que podía perderlo todo. Y de vuelta en la casa las cosas solo han empeorado. Mientras estoy, la Isi no se despega de los niños y del teléfono y cuando se duermen, parte donde una hermana o una amiga. Y salvo a ti, no le he contado a nadie esta cagada y tampoco he hablado con mi jefe lo que pasó en Japón… Ahora, te juro, no sé qué hacer para recuperar a la Isi, pues siento que la perdí. ¿Alguna idea o sugerencia?
En Adiós al Matrimonio Lutereau señala que separarse no es una decisión, sino un acto imposible, pues más que separarnos de un otro, nos estamos separando de nosotros mismos. Por eso, para este analista argentino, declarar que uno quiere separarse muchas veces no es más que “una amenaza, un intento desesperado de buscar alivio, una consecuencia, algo que decimos cuando no sabemos qué decir”.
Y Felipe, en el diván del runner, está sintiendo en carne propia que este deseo o esta amenaza, no solo lo están separando de su señora, de su familia y de sus hijos, sino que lo están conectando con algo mucho más aterrador: con él mismo.
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