Los virus también viajan por el mar
Las pandemias y el mar han estado desde tiempos inmemoriales muy estrechamente ligadas. Desde la plaga de Justiniano en el siglo VI d.C, pasando por la peste negra en el siglo XIV, hasta la gripe española en 1918-1919, por señalar solo a las más devastadoras, todas ellas han tenido un nexo común: su propagación fue por vía marítima.
Esto queda claramente de manifiesto cuando los europeos, después de meses de travesía por el Atlántico, desembarcaron en las costas de América trayendo consigo enfermedades virales y bacterianas desconocidas para los habitantes de estas tierras. El resultado fue desastroso para muchas poblaciones que fueron prácticamente diezmadas. Como vemos entonces, el mar nos conecta, nos alimenta y embelesa con su majestuosidad, pero también, cada cierto tiempo, nos pone en contacto con nuestros miedos más profundos.
Hoy, cuando asistimos perplejos y desconcertados a los efectos del Covid-19, probablemente no nos detendremos a pensar mucho en el mar, pese a que todos los años en mayo, lo recordamos con diversas actividades. Sin embargo, ha sido ya notorio en algunos casos cómo la menor actividad humana, con menos desplazamientos y por lo tanto menores emisiones, ha reducido la presencia en el aire de algunos gases de efecto invernadero y otros contaminantes que finalmente llegarán al mar.
Asimismo, en algunas zonas turísticas, por ejemplo, en Venecia, el menor tráfico de embarcaciones ha devuelto a sus aguas algo de su transparencia y belleza original. Pero, a pesar de que estas son buenas noticias, aún no podemos pronosticar si este paréntesis en la vorágine de nuestra civilización altamente globalizada tendrá consecuencias trazables a largo plazo en los océanos.
Por de pronto, la crisis sanitaria que vivimos, que nos ha obligado a cambiar abruptamente nuestro comportamiento y prácticas de consumo, ha resucitado nuevamente al plástico, lo que es una mala noticia para la vida en los océanos, ya que frena los esfuerzos que veníamos haciendo en el último tiempo para erradicar este tipo de contaminación.
Pero no todo está perdido y si miramos con atención a los mares y océanos podemos encontrar respuestas. En las entrañas de los océanos están guardados los secretos de la evolución, incluidos aquellos que tienen directa relación con los virus. Desde el origen de la vida en los océanos, los virus infectaron a las células para reproducirse, y es por eso que prácticamente todos los organismos marinos portan en sus genes una memoria evolutiva, una especie de chip ancestral, que recuerda dicha convivencia. Sabemos hace mucho tiempo que diversas sustancias químicas, tales como proteínas, polisacáridos, fenoles, que son extraídas de algas, esponjas, corales, peces, entre otros, poseen propiedades antivirales. Por ejemplo, en muchas algas, los denominados Phycovirus están ampliamente distribuidos.
En el caso de los peces, Nidovirus similares a nuestro coronavirus han sido detectados en el salmón chinook. En muchos sentidos, el ser humano también está potenciado la expansión de muchos virus entre las especies marinas, principalmente debido a la globalización de las actividades acuícolas.
En esta época aciaga, quizás sería oportuno tratar de aprender de la naturaleza. Los organismos marinos han resuelto muchas veces a lo largo de la evolución las cuentas pendientes con sus virus. Estudiar cómo otras especies han logrado lidiar con las plagas que los afligen puede entregarnos herramientas útiles a los seres humanos para poder controlar la expansión de una enfermedad que nos tiene hace varias semanas separados socialmente, recluidos en nuestros hogares y usando mascarilla.
*Académico de la U. Austral de Chile y sub director del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (Ideal)
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