Matrimonios en cuarentena: una pareja en la UCI (3ª parte)

UCI Hospital El Carmen de Maipu
Foto : Andres Perez

Felicidad es no tener dolores en el cuerpo ni preocupaciones en la mente (Thomas Jefferson).


Estamos en junio y mientras el frío, el aburrimiento y el aislamiento se acumulan en las casas, en las clínicas y en los hospitales transitan cuerpos uniformados en frenético movimiento para atender pacientes sin rostro. Esta imagen, tal vez una de las más aterradores de las actuales UCI, pone sobre la mesa un dato escalofriante, pues los servicios de salud están poniendo a las personas boca abajo para no tener que recurrir a un ventilador mecánico.

Entre este mar de espaldas se pasean los equipos de salud revisando indicadores, máquinas y fichas de pacientes cuyos nombres no retienen, intentando pasar por alto otro dato del terror: están solos, no hay familias en los pasillos o amigos en las salas de espera. Están los cuerpos y ellos. Nadie más.

En los matinales y en las noticias, doctores reconocen vivir en un clima de guerra y lamentan ser la última línea. Pese a los pesos y a las cargas, hay prisa y urgencia. En los turnos no hay tiempo, al menos por ahora, para hablar de las pérdidas, pero en pantalla, el que mejor ha descrito este panorama, es el doctor Glenn Hernández, del Hospital Clínico de la UC, quien nos alerta de la deshumanización de las UCI.

Trabajar sin rostros, sin nombres, sin familia y a un ritmo frenético y sin descanso, hace que nuestros equipos de salud libren una batalla digna de la ciencia ficción. La explosión de casos y las interminables horas de trabajo hacen que los enmascarados convivan con zombies, seres que transitan -boca abajo- entre el coma y la vigilia.

En consulta, los profesionales de la salud que atiendo, no hacen más que ratificar lo que señaló en cámara el doctor Hernández y Daniela, una doctora que atiendo vía zoom, me dice que a esta situación laboral hay que sumarle la vida familiar.

“Es raro, pero supongo que al principio caí, como muchas, en esta cosa de la psicología positiva y revertía todo lo malo con un optimismo maníaco. Es cierto, me quedé sin consulta y mis investigaciones se congelaron, pero intenté ver en el encierro una oportunidad para estar más tiempo con Jorge, con quien llevamos quince años juntos. En realidad, hace 25 años que no nos separamos, pues pololeamos como diez años antes de casarnos. Tuvimos nuestras pausas, nuestros desencuentros, incluso tuvimos entre medio otros pololos y pololas, pero los dos sabíamos de una forma difícil de explicar, que íbamos a terminar juntos. Y creo que superando esta cuarentena, ya lo podemos superar todo, pues en el fondo somos los dos contra el mundo.

¿A qué te refieres con eso de los dos contra el mundo?

“Mira, conocí a Jorge en un momento muy complejo de mi vida. Yo era una niña bastante mimada y de repente, como en los cuentos de hadas, mis padres se separaron y se me vino todo el mundo abajo. Yo hasta la separación juraba que era la niña más afortunada del mundo, pues tenía, creía yo, la mejor familia posible. Y bueno, a mis quince tuve que empezar a crecer y a darme cuenta que los papás no son perfectos. ¿Increíble no? Y bueno, Jorge era amigo de mis amigos y él, aunque tenía mi edad, venía de vuelta. Yo no lo conocía mucho, pero conversando me di cuenta que era el único con quien podía compartir mis cosas. Y así supe que su papá había muerto siendo él muy niño, que era el mayor de cuatro y que había tenido que acompañar a su mamá en varias depresiones. También Jorge había sobrevivido las nuevas parejas de su madre y había entendido que lo único que le quedaba era crecer lo más rápido posible e irse de su casa. Y lo habría podido hacer a los 15, pero se sentía muy responsable de sus hermanos menores, que hasta el día de hoy son como nuestros hijos mayores”.

Tras un silencio y varias lágrimas, simplemente atiné a preguntar en qué estaban hoy.

“Te insisto en que es muy raro esto de saberse condenada a estar con alguien desde los 15 años. A ratos, como dice la canción, es una dulce condena, otras, es pesado, pero la verdad es que si hoy puedo disfrutar de la vida que tengo, ha sido gracias a Jorge. Pese a que los dos entramos juntos a la universidad, él rápidamente se salió. Ya en los primeros años se dedicó a hacer negocios, a ganar plata vendiendo comida, ropa, organizando eventos, fiestas, lo que se te ocurra. Tal vez estuvo dos años en la universidad, pero en un punto supongo que se aburrió de sentirse culpable por no aprovechar lo que su padrastro de turno le pagaba y decidió abandonar. Sin embargo, pese a los sacrificios que hay que hacer para pololear con alguien que estudia medicina, él siempre lo hizo todo. Aguantó mis ritmos, mis locuras, mis achaques. Aguantó que lo pateara 20 veces y que después volviera a sus brazos. Lo mismo pasó cuando me puse a trabajar y empezaron los turnos. Pacientemente me acompañó y lo mismo hizo cuando nacieron nuestros hijos. Frente a las crisis y los cambios es imperturbable. Era un roble y lo sigue siendo, pero ya no hay nada entre nosotros.

¿A qué te refieres con eso?

En las noches somos dos cuerpos agotados. Antes, con nuestras rutinas, nos justificábamos y soñábamos que cuando tuviéramos tiempo íbamos a volver a pololear. Supongo que ser doctora, mamá de dos niños y tener un marido con innumerables negocios, es la fórmula perfecta para no detenerse nunca. Además, Jorge es una especie de Padrino en su familia. Todos sus hermanos trabajan con él y para él y lo mismo ha pasado con todos sus amigos. Él ha mezclado amistades, familia y negocios, por lo que tenemos un mundo que le rinde pleitesía y que no se atreve a cuestionarlo. Por mi parte, mi propia familia ha caído bajo el alero de Jorge y varias parejas de colegas también. Y todos lo adoran y nadie se atreve a preguntar nada, salvo mi mamá.

¿Y qué te pregunta tu mamá?

Ella sabe que algo anda mal entre nosotros, pues cuando estamos solos, sin los niños o nuestros trabajos de por medio, siento un infinito vacío. En las noches sólo le veo la espalda y en mis locuras me pregunto qué pasaría si al otro lado me encontrara con la cara de otra persona. En eso me entretengo y a veces tengo candidatos con nombre y apellido, pero en general son fantasías tontas. Y después miro mi cuerpo y éste no siente atracción alguna por su cuerpo. Y juré que con la cuarentena, tal vez, nuestros cuerpos pudieran reencontrarse, pero no ha pasado nada. Ahora que estoy todo el día encerrada con Jorge y los niños en el departamento, me doy cuenta que en el día pasa lo mismo. Jorge es un cuerpo que trabaja incansablemente, un cuerpo que habla y habla por teléfono, que atiende a los niños, que se mueve de una pieza a otra, un cuerpo que resuelve problemas de otros cuerpos, pero que no se conecta con el mío y dudo que con el suyo. Ni de día, ni de noche.

¿Y han hablado de esto?

Nunca he hablado de esto con nadie. Algo con mi mamá, pero solo peleamos, pues ella termina siempre subiendo a Jorge en un pedestal y hundiendo a mi papá en el infierno. Da lo mismo lo que le cuente, el final siempre es el mismo, y aunque parezca increíble, sin hacer nada, gana Jorge. No, no tengo con quien hablar y es por ello que te pago, pues a esta altura sé que es lo único que puedo hacer. Hablar, intentar comprender, pues con 40 años, a los ojos de todos, tenemos la vida perfecta. Y después de tantos años juntos, hoy siento que duermo con la espalda de un desconocido y no sé si a Jorge le pase algo por dentro. Me encantaría que hablara contigo, pero te aseguro que terminaría hablando de pega, de los niños y de todas las personas que son su mundo, mundo que cada día me cuesta más que sea el mío.

¿Y cuál es tu mundo?

Hoy son mis niños, la consulta y mi mamá, con quien me llevo pésimo, pero al menos sé que es una relación real, que hay alguien adentro de ese cuerpo. Peleamos sí, pero nos vemos las caras. La odio a ratos, pero después me doy cuenta que la quiero. Ése es mi mundo. Ése y la espalda de Jorge.

Terminada la sesión, de manera autómata me lanzo de guata a mi sofá y me pregunto cómo será pasar días boca abajo, pues a los pocos segundos ya no aguanto más esta posición. Me sacudo estos pensamientos, giro, apoyo mi espalda en el respaldo y pienso en Daniela y en todas esas parejas que de noche no se ven las caras. Finalmente me acuesto mirando a mi blanco techo y desde aquí retomo las palabras del doctor Glenn Hernández, quien, en televisión, sostuvo que esto está recién empezando.

Es cierto. Estamos en junio y a nuestros cuerpos no les queda más que acostumbrarse a más semanas de encierro. Hay que aguantar en casa y confiar que haciendo esto, estamos ayudando a nuestros equipos de salud. Equipos humanos que, día a día, luchan contra la deshumanización de la pandemia.

¡Salud por ellos!

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