“Me gustan flacas, fit, energéticas y optimistas, y la Isi, mi esposa, no califica…”

“Me gustan flacas, fit, energéticas y optimistas, y la Isi, mi esposa, no califica…”
“Me gustan flacas, fit, energéticas y optimistas, y la Isi, mi esposa, no califica…”

Esta semana regresamos al caso de Felipe, que siente que la terapia de pareja a la que acude con su señora no le sirve, pero que tampoco siente que la solución sea separarse.


Esta semana Felipe, cliente frecuente del diván del runner, declara que está cansado de la terapia de pareja y que ha llegado el momento de empezar a quererse a sí mismo. Y es que si bien al principio estaba feliz desahogándose de su señora, se le hizo insoportable cuando fue el turno de ella, pues la Isi, sin pelos en la lengua, lo ha diagnosticado de narciso, infantil y obsesivo del cuerpo. ¡Para de quererte tanto!

Para Felipe la solución ya no pasa por un divorcio o una separación, sino por invertir en sí mismo, fenómeno que Alexandra Kohan dice que es cada vez más común. Y es que para esta psicoanalista argentina no dejar ser curioso “el modo en que eso cobra fuerza en la actualidad, cuando se calculan los pros y los contras de las relaciones, cuando se hace el balance del debe y el haber, cuando se estipulan cálculos y se concluye que una relación “no me suma”, “me hace perder el tiempo”, “no me sirve”. Como si el amor sirviera para algo, como si el amor no fuera un gasto improductivo”.

“Me gustan flacas, fit, energéticas y optimistas, y la Isi, mi esposa, no califica…”

En definitiva, la Isi está cansada de que primero sea Felipe. Segundo… Felipe. Y tercero, Felipe. Y mi cliente ficticio está aburrido de que su señora no acoja sus demandas. Ahora sí, vamos con él:

Fue lindo correr la maratón de Santiago. La disfruté de principio y no por el tiempo que hice ni por la gente que me rodeaba, sino porque pude correr tranquilo. Desde que empecé la terapia de pareja he vivido un carrusel de emociones, y el domingo, por fin, pude correr concentrado en mi respiración, enfocado en la carrera y consciente de que no tenía que apurarme por nada ni por nadie. Ahí estaba la clave; escuchar el cuerpo y seguir su ritmo. Y mira lo que te voy a decir, pero después de varias maratones en el cuerpo, esta es la primera que disfruto. Que la disfruto de verdad.

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¿Cómo es eso?

Siempre es estresante salir de Santiago, ya sea solo, con la Isi o en familia. Inevitablemente va a quedar alguna cagada y da lo mismo si la carrera es en Viña o Chicago; es un webeo garantizado desde que aviso que me inscribí hasta días después de llegar a la meta. ¿Qué mejor ejemplo que Tokio? De hecho, esa es la razón por la cual estamos en terapia de pareja (silencio). Y mientras corría los primeros kilómetros, repasaba en mi cabeza todo lo que ha pasado desde que me mandé el numerito en Japón con mi jefe -numerito que sigo pagando en dolorosas cuotas- hasta la previa del domingo, donde le pedí a la Isi que por favor no me fuera a ver con los niños, pues me quería ahorrar los llantos y pataletas… y los reproches y las caras largas… (silencio). Así, salí de mi casa en silencio y a las pocas cuadras me junté con amigos del equipo de running y partimos un buen lote a la carrera. Y corrí, corrí liviano desde el principio, pues me sentí sin presiones. Obviamente hubo momentos difíciles, esos típicos en que te cuestionas para qué chucha decidiste correr los 42K y simplemente no disfrutaste los 21K. Pasé por todos esos momentos de manual; las dudas, los dolores, las palabras del entrenador, el aliento de los compañeros… hasta que llegué a esa parte que le decimos “a fondo”. Había corrido a buen ritmo prácticamente toda la carrera y al final pude picarla para hacer un buen tiempo. Y sí, me fue bien. No tan bien como en Tokio, pero terminé tranquilo y me fui de vuelta a mi casa tal como me había ido en la mañana (silencio). No celebré en ningún bar ni terminé en ninguna clínica, sino que abrí la puerta de mi casa, saludé a la Isi, a mis suegros y a los niños. Me duché largo, resistí el almuerzo y después dormí raja toda la tarde. Y al despertar no habían suegros y los niños dormían. Calma, paz en la casa.

¡Increíble! Y ahí llega la Isi con una bandeja de comida y un par de copas de vino. ¡Weon! ¡Parecía un sueño!

¿Despertaste?

La Isi ya había comido con los niños, pero me acompañó con una copa. Al principio pudimos hablar tranquilos y se notaba que hacía un esfuerzo por ser simpática. Me hacía preguntas sobre la maratón, sobre mis compañeros y sobre cómo me había sentido corriendo, preguntas que nunca me había hecho. Y lo peor era darse cuenta que lo verdaderamente raro era que me escuchaba, no me interrumpía, no cambiaba de tema ni me criticaba a mí o a mis compañeros… Y claro… después de cinco minutos de atención forzada me dijo que se había quedado pensando toda la semana en lo que dije en nuestra última sesión con la doctora… y de ahí lanzó toda la artillería pesada. (silencio). Y ahí, sobre mi cama, me quedé mirando el techo mientras escuchaba pasar drones y misiles de años y años atrás. Y yo zen, como si tuviera activo un escudo protector, repitiendo, una y otra vez, que la doctora nos había pedido no hablar de estos temas entre nosotros (silencio). Pero la weona no iba a parar y disparaba proyectiles de todas las distancias… y todo iba bien, hasta que cagó mi Domo de Hierro y le dije que pese a todos los cambios y avances que le reconocía… aún no le tenía ganas…

¿Ganas?

No me calienta y por simpática y amorosa que se haya puesto a ratos, no me atrae. Además, ahora que estamos en terapia… está como esperando que pase algo en la cama para dar por cerrada la discusión. Pero aunque quisiera, hay una webada física que me caga y que me impide ir más allá. Y sé, sé que es más profundo y que hay más capas, pero la tengo clara; me gustan flacas, fit, energéticas y optimistas, y la Isi no califica… Seba, no es gorda, pero tiene su guata y no está, por decirlo de alguna manera, tonificada. Súmale a eso que pasa cansada y enojada porque según ella nadie la ayuda -tenemos dos nanas- y cuando le dije estas cosas en la última sesión, estalló y empezó a gritar que conmigo era imposible tener una conversación seria, pues para la Isi estas cosas no son importantes…

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¿Qué le importa a ella?

Buena pregunta. Te juro que en la terapia la escucho y no sé si me casé con otra o si siempre ha sido así y no he querido ver. Claramente nos fuimos distanciando. Al principio supongo que pensé que se había puesto así de latera por la maternidad y que cuando los niños crecieran volvería a ser la de antes, pero a medida que la escucho me doy cuenta que cada vez está más mamona y papona y que ellos son sus referentes para todo. En síntesis, valgo callampa como papá, como marido y para lo único que parece que salvo es para la pega, porque gano lucas, pero igual caché en sesión que a la Isi le da como plancha que trabaje en un banco, que haga running y vaya al gimnasio. En su mundo de mujeres economistas y en su mundo de colegio de niñas buenas, claramente juego en segunda división. Soy como ordinario, simplón.

¿Y qué te pasa a ti con todo esto?

Al principio estaba fascinando con la terapia de pareja. Fue increíble que la doctora le dijera a la Isi que mis molestias y preocupaciones sobre su físico y su forma de vestir eran válidas. ¡Weon, ni mi mamá se viste así! Pero de ahí en adelante la Isi no ha soltado el micrófono y cada vez me critica más por superficial, infantil y vanidoso. Y cómo es levantada de raja, ya me diagnosticó. Sufro de narcisismo exhibicionista y atravieso una patética crisis de los cuarenta. Y así, toda la tranquilidad del día de la carrera se fue a la mierda con este revival dominguero de la última sesión (silencio). Y si te soy sincero, ya como que no le veo mucho futuro a la terapia.

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¿Y qué es lo que quieres?

Mira, ya asumí que separarme de la Isi va a ser un culo, sobre todo si no tengo buenas razones, pues parece que no es suficiente con que tu señora no te caliente y te caiga mal. Asumo que lo que quiero tendrá que esperar o tal vez nunca llegue mientras esté con la Isi, pero me voy a enfocar en mí y no voy a dejar que esta weona me siga tirando pa’ bajo. Seguiré en la casa, en la pega… seguiré corriendo, yendo al gimnasio y viniendo a verte, pues me hace la raja desahogarme (silencio). Ese es mi plan a corto plazo, pero a mediano voy a empezar a invertir fuertemente en mí. No me voy a perder ninguna carrera ni ningún viaje. Y si salta la liebre, no perderé la oportunidad…

Para Alexandra Kohan, la lógica de Felipe, ésa de “a más amor propio, menos daño”, se sostiene en el ideal mercantilista. Para esta analista, el amor propio aspira a “preservar y conservar la individualidad intacta y sin fisuras, lista para el rendimiento, para la productividad”, ideal meritocrático del emprendedor -o del self made man o woman- que no ve los peligros de llevar esta lógica a la cama.

Y es que, siguiendo con Kohan, la sombra de este nuevo amor es la prescindencia del otro en la búsqueda de la felicidad. ¿Problemas en la oficina? ¿Problemas en la casa? ¡Chau jefe! ¡Chau mi amor! A partir de ahora nadie se va a interponer en el camino a mi bienestar. Ya no necesito a nadie, pues en el único en quien tengo que confiar -y de quien debo aferrarme- es a mí mismo.

Frases como, “soy dueño de mi destino, “lo decreto, nada ni nadie va a impedir que alcance mis objetivos” o “desde hoy prometo ponerme en primer lugar” obtienen muchos likes en las redes sociales y cotizan fuerte sus acciones para crecientes audiencias y followers que comparten el voluntarismo, el individualismo y los supuestos de garantías como valores esenciales. Así, bajo esta lógica transaccional, Felipe no solo es culpable de no haber luchado por su felicidad, sino de haberse dejado dañar por la Isi. Y eso va a cambiar.

Continuará…

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