Qué Pasa

“Me puse a llorar como el papá de Adolescencia”

Esta semana seguimos con la historia de Juan Cristóbal, que su crisis de salud le sirvió como catarsis para expulsar sus demonios.

“Me puse a llorar como el papá de Adolescencia”

La semana pasada, en el diván del líder, Juan Cristóbal, gerente de Marketing de una importante aseguradora, empezó a reconsiderar sus opiniones respecto a su equipo debido a que estos le rebotaron en la cara. Y es que su señora, después de escuchar pacientemente sus descargos, le confesó que le hubiera encantado que él hubiera sido más parecido a su vilipendiado equipo.

Esta sacada de piso le permitió a Juan Cristóbal corregir, tal como señala Adam Grant en Piénsalo Otra Vez, la falacia de la primera intuición, pues -siguiendo a este superventas- “casi todos nos enorgullecemos de nuestros conocimientos y experiencia, y de permanecer fieles a nuestras creencias y opiniones. Es una actitud que tiene sentido en un mundo estable, donde obtenemos distintas recompensas por estar convencidos de nuestras ideas”.

“Me puse a llorar como el papá de Adolescencia”

El problema, nos recuerda este Top Voice de Linkedin, es que el mundo de Juan Cristóbal -y el de todos nosotros- cambia a gran velocidad, razón por la cual resulta más necesario que nunca dedicar tiempo a reconsiderar nuestras creencias y conductas. Vamos con Juan Cristóbal.

Hola Sebastián. Primero que nada, quería agradecerte la lectura recomendada, pues me gustó mucho eso que dice Grant de los bomberos.

¿Qué dice?

Algo así como… si eres bombero, deshacerte de tus herramientas de trabajo no solo te exige olvidar tus costumbres e ignorar tus instintos, sino reconocer tu fracaso y tu miedo a perder una parte de tu identidad.

¿Qué te pasa con esta metáfora?

Nada de metáforas, perdí y fracasé. Me quedé sin herramientas con el ataque de pánico. Y la reacción de Paula me obligó a replantearme mi lugar en el mundo, en mi familia y en la oficina. Ahora tengo que fijarme nuevos objetivos y no sé qué chuchas hacer ni por donde empezar.

¿Por dónde te gustaría partir?

No lo sé, pero la lectura le achuntó con eso de que cuando dejas tus herramientas de lado empieza la crisis existencial. ¿Quién mierda soy en la oficina sin mis típicas respuestas? ¿Qué hago en la casa ahora que la Paula me hizo tambalear como pareja y como papá?

¿Pasó algo más en la semana?

Después de salir de la clínica llegué a mi casa y me encontré con que la Paula y los niños se iban a la playa. Me alcancé a despedir y siéndote super sincero… quedé en shock. Sabía que la Paula estaba apestada, pero igual esperaba otro recibimiento. Como un tarado vi como mi señora y mis hijos partían con mi cuñada. Cargaron el auto y Cristóbal, mi hijo mayor, me abrazó y me dijo… descansa pa…

¿Descansa pa?

Sí, ni siquiera papá. En fin, de ahí me puse a leer a Grant y cuando me cansé se me ocurrió la mala idea de ponerme a ver Adolescencia. Supongo la viste y, como estaba solo, me armé de chicles y coca-cola para no fumar ni tomar. Obviamente no lo logré, pero me armé un sistema. Al final del primer capítulo me fumé un pucho con una copa de vino. Al final del segundo… dos y dos. Del tercero, tres puchos con tres copas y cerré la noche con cuatro puchos y una copa, pues caí raja.

¿Descansaste?

Nada, tuve una pesadilla tras otra, se me apretó el pecho varias veces y temí me diera otro ataque de pánico o un infarto. Lo pasé pésimo y recién cuando amaneció pude dormir de verdad. Tipo doce desperté en un estado patético y tuve que llamar a la Paula. Estaba pa’ la cagada y mientras hablábamos se subió al auto y sin nunca cortar, se vino de la playa hablando conmigo. Creo que hablé dos horas sin parar. Analicé mi vida, compartí mis culpas, me disculpé por todo, le pedí nuevas oportunidades, prometí cosas y cuando llegó la abracé y me puse a llorar como el papá de Adolescencia, solo que, en vez de hacerlo en la cama de mi hijo, lo hice en el hombro de Paula (silencio). No sé cuanto rato lloré, pero de ahí dormí toda la tarde y al despertar estaban mis tres hijos sentados a la mesa. Te juro que estaba cagado de miedo, como un bombero que enfrenta las llamas sin agua. Me senté mudo a la mesa y vi como mis hijos hablaban e interactuaban con Paula. Era como si yo no estuviera ahí, pero en vez de angustiarme, me di cuenta lo que Paula siempre me reclama. Me estoy perdiendo a mis hijos, tres cabros increíbles, acostumbrados a estar sin mí… (silencio).

¿Cómo terminó el domingo?

Solo te puedo decir que no me levanté de la mesa ni miré mi teléfono. Me quedé la comida entera acompañando a Paula y a mis hijos. Y aunque no abrí la boca, Paula sonrío como hacía tiempo no me sonreía. Y esa noche, sin nunca esperarlo, saltó la liebre. Hacía meses, tal vez años, que no hacíamos el amor tranquilos. Incluso Paula, en total silencio, se fumó un pucho conmigo sobre la cama, algo que no hacía desde que nació mi primer hijo. Después dormí como un bebé y el lunes desperté como un campeón. ¡Puta que hace bien pegarse un buen polvo! Y con ánimo renovado partí a la pega, me junté con mi equipo e hice lo mismo que hice con mis hijos. Los escuché, los observé y por primera vez la subgerente de marketing me sonrió.

¿Qué conclusiones sacas?

Cuando has tirado rico todo se ve distinto. Honestamente en eso pensaba mientras los escuchaba hablar, aunque igual tenía que callar mis voces críticas, esas que decían… pobres weones… pobres weonas… ahora entiendo todo… tienen menos de treinta años y tiran poco y mal.

¿De dónde sacaste esa idea?

Andan todos como andaba yo. Medio estresados, medio angustiados, medio deprimidos. Y te juro que, con un buen polvo, todo se ve mejor. Y puta que cuesta tirar cuando tenis cabros chicos, cuando estai tapado de pega, de deudas o de todas las anteriores. Por supuesto, no dije nada, pero una asistente de marketing igual me echó la talla, pues era demasiado evidente que había descargado anoche... ¿cachai cuando la gente dice que fluye?

Me cargan esos weones. Me carga la gente que dice webadas, pero así me sentí el lunes. Un completo weon que fluía por la oficina. Sonreí todo el día e incluso el gerente general me lo hizo saber. El pendejo se alegró y me dijo que esperaba le contagiara la misma energía a mi equipo.

¿Y de vuelta a casa?

Me esperaban para comer e Ignacio, el más chico, me preguntó qué hacía acá. ¡Cáchate la pregunta! Ahí le dije que ahora que había vuelto a trabajar quería hacer las cosas distinto y que había aprendido algunas cosas de mi nuevo equipo. Paula, por supuesto, me obligó a contarles mis historias. Cristóbal se cagó de la risa con mis sarcasmos, Pedro, el del medio, para nada, e Ignacio se levantó de la mesa porque le dio lata la sobremesa. Pero cuando les conté las cosas que me había dado cuenta, todos sonrieron.

¿Qué les contaste?

Que de la mamá que se cree especial por ser mamá aprendí que tiene toda la razón. No hay nada más especial que ser papá. De la weona que se va temprano para alimentar y pasear a sus perros, aprendí que es importante al menos comer con mis hijos. Del weon amargado que no tiene polola o pololo aprendí que tiene toda la razón. Soy muy afortunado de tener a Paula. Y del blandito que pide permiso para ir a la ceremonia de prekínder de su hijo aprendí que es un valiente. Hay que tener cojones para pedirme una webada así.

Para Adam Grant es necesario, de tanto en tanto, deshacerse de las herramientas para provocar una crisis existencial que nos confronte con la pregunta: ¿Quién soy yo sin mis herramientas?

De no hacer este ejercicio, corremos el peligro de aferrarnos a nuestras creencias, creencias que con los años se tornan más extremas y arraigadas.

Desde aquí, es fácil cuestionar, criticar o destrozar a los demás. Lo difícil -y valiente- es cuestionar, como lo hizo Juan Cristóbal, nuestros propios conocimientos y opiniones, pues muchas veces preferimos sentirnos bien a estar en lo cierto.

Continuará…

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