Mi señora se fue en la pandemia … ¿qué hago?

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Nunca hubiera podido imaginar que una ausencia ocupara tanto espacio, mucho más que cualquier presencia (Ana María Matute).


Mientras en Chile avanza la tramitación para retirar el segundo 10% de nuestra jubilación, en Estados Unidos se proclamó un nuevo presidente. Finalmente Trump, de 74 años, se va de la Casa Blanca. Entra Joe Biden, de 77 años y varios especulan que pasará con Melania, de 50 años. ¿Seguirán viviendo juntos fuera de la Casa Blanca?

Y me detengo en las edades de los involucrados, pues la semana pasada recibí desde Buenos Aires una inesperada llamada telefónica que me hizo pensar en los desafíos matrimoniales pasados los setenta.

Era Mariano quien llamaba, un cliente que meses atrás había estado complicado porque su señora había perdido el trabajo en Santiago. Entre medio de la pandemia, se fueron con su señora y sus hijos a pasar la tormenta cerca de sus seres queridos. Seguimos a distancia nuestras sesiones, y al poco andar la tormenta amainó, pues Cristina, la señora de Mariano, finalmente encontró un trabajo en Chile que les permitía a ambos volver a su antigua vida.

Tras un breve up-date, Mariano me contó que uno de los socios de su estudio quería juntarse a hablar conmigo. Mi cliente sonaba nervioso y me dijo que no sabía nada, pero me pedía que por favor accediera a reunirme con Samuel. Extrañado, le dije que no había problema y mientras hablábamos me mandó el contacto de Samuel por WhatsApp y se despidió notoriamente preocupado.

Horas después, recibí una invitación de Samuel a tomar un café en una terraza cerca de su oficina, donde me garantizaba tranquilidad, silencio y estrictas normas sanitarias. Accedí y para no dilatar más el encuentro, paso a sentarme frente a un señor de unos setenta años, impecablemente terneado y con una mascarilla negra con las iniciales RF…

Algo desconcertado, me senté frente a un ser de extrema impecabilidad y no atiné a nada más que a estirar mi camisa y sentarme derecho. ¿Serán las iniciales de Roger Federer?

Primero que nada, gracias por aceptar mi invitación y por tu puntualidad. Sé que atiendes por zoom y que cerraste tu consulta, pero debo reconocerte que el encierro no es lo mío y que el WhatsApp y las cámaras ya me resultaban insufribles de mucho antes de la pandemia. En fin, no vine a quejarme contigo de estos asuntos, sino que quería conocer al coach de Mariano. ¿Por qué te preguntarás? Ya antes de la pandemia había visto notables cambios en él. No sé si te lo habrá mencionado, pero en el estudio solíamos decirle, medio en broma medio en serio, que era el Arturo Vidal del equipo. Es un guerrero, pero si fuera 100% sincero con él, tendría que aceptar que es el Maradona de nuestro equipo. Es un fenómeno, pero siempre temí que su caos interno no le permitiera manejar una exitosa carrera a mediano y largo plazo. Temí en muchas oportunidades que se me descarriara, pero incluso con la pandemia, con el despido de su señora y su traslado a Buenos Aires, ha seguido metiendo igual o mayor cantidad de goles. Por esa razón, un mes atrás, le pedí que se viniera a Santiago para hablar con él, pues quería asegurarme de si estaba en condiciones de dar un salto importante en su carrera. En fin, llegó como siempre medio agitado, acelerado y con el acento porteño reforzado. Y mientras hablábamos sacó de su mochila un cuaderno y alcancé a divisar “las memorias de un europeo” de Stefan Zweig. Me sorprendió que Mariano, un tipo tan joven, leyera a Zweig y ahí me contó que su coach se lo recomendó para que entendiera mejor lo que era ser extranjero y tuviera más claves para entender a la familia de su señora. Quedé absolutamente desconcertado y le pregunté de donde había sacado al coach. Segunda sorpresa. De Linkedin. Sebastián, espero no te ofendas, pero conozco a muchos psicólogos y coach. Tengo referencias de varios, tal vez de los mejores y nunca se me hubiera imaginado que un abogado de mi estudio, en vez de preguntar y elegir a alguien de nuestro entorno, optara por contratar a un desconocido a través de una red social o profesional. ¿Es común que te lleguen clientes así?

No tanto… pero pasa… en general sigue primando el boca a boca

Exacto. Y no pude obtener ninguna referencia más que tus columnas, las que por cierto leí antes de contactarte y vi que en algunas efectivamente citabas a Zweig. ¿Tú sabías que él terminó suicidándose con su señora en Brasil pensando que Hitler ganaba la guerra?

Sí…

Es muy extraño lo que te voy a contar, pero mi papá y mi abuelo hablaban mucho de Zweig y de su triste final. De joven me leí varias cosas de él, pero nunca me quise leer sus memorias, pues vi a mi padre tan afectado tras leerlas, que las saqué de mi mente. Soy un ávido lector Sebastián y durante años no había vuelto a pensar en todo esto, pero desde que vi el libro de Mariano no he podido sacármelo de la cabeza. Y es que la soledad tiene esas cosas, ya que aparte de la pandemia, con mi señora, nos hemos separado por tercera vez. ¿Increíble no? Ella aprovecha que nuestros hijos viven fuera y se instala allá largos meses a ayudar a cuidar nuestros nietos. Suena bien, pero es la excusa perfecta para distanciarnos. De hecho, ella partió a los pocos días del estallido social. Nuevamente siendo muy sinceros, fue la perfecta oportunidad para arrancar de mí, de nosotros. Esto ya había pasado en dos oportunidades anteriores, pero con la pandemia se alargaron más las cosas y ya pasamos el año distanciados. Es un nuevo récord, récord que no me tiene nada orgulloso y que ya preocupa a nuestros hijos, nietos y amigos.

¿Qué les preocupa?

Los dos ya bordeamos los setenta. Yo un poquito más, ella un poquito menos. Y me estaba haciendo el leso y contra todo pronóstico me terminé comprando las memorias de Zweig. Ahí recordé las historias, mitos y glorias de mis antepasados en Europa. Los viajes, la literatura, ser extranjeros en todas partes, la música, la barbarie, la alta cultura, la guerra, la muerte. Me parecieron fascinantes, pero cuando las comenté con Mariano quedé totalmente desconcertado.

¿Por qué?

Me dijo que le gustaron mucho y que le ayudaron a entender mejor su argentinidad y a empatizar con la familia de su señora, que al igual que la mía, viene de ese imperio perdido del que habla Zweig. Y como ya conoces a Mariano, de repente hace una pausa y con gran teatralidad me comenta que lo que más le sorprendió del libro es de lo que no habla. Sus mujeres. ¿Era trolo? ¿No se casó nunca? ¿No tuvo novias? ¿Amantes? ¿Nunca quise tener hijos? ¿No se separó? Nada sale de ellas en las memorias de este pecho frío.

Samuel, notoriamente afectado, levanta la mano y pide un segundo expreso. Lo acompaño y tras un incómodo silencio, mi potencial cliente continúa.

Fue inevitable, pero inmediatamente se me vino a la mente mi hijo mayor, también abogado. Estábamos en una ceremonia en que me homenajeaban. Había preparado bien mi discurso, pues iban a estar todos ese día. Y me lancé a hablar y cuando terminé fui ovacionado. Fue un gran momento, pero me di cuenta que el rincón menos efusivo era el de mi familia. Después de varios abrazos y apretones de manos, me acerqué a ellos. Y Samuel, que es el más polvorita de todos, puso su mano derecha sobre mi hombro izquierdo, apoyó su frente contra la mía y con una enorme sonrisa me dijo, “viejo, ¿era tan difícil mencionar a la mamá en tu discurso?” Le devolví a mi hijo la misma falsa sonrisa y vi que toda mi familia, en distintas intensidades, pensaban y sentían igual que Samuelito. Por supuesto, nada de esto lo comenté con Mariano, pues necesitaba conversar con alguien que fuera totalmente ajeno a mi círculo y que me garantizara total confidencialidad.

Con un aire distinguido, Samuel se echa hacia atrás y sutilmente gira la cabeza a derecha e izquierda. Aparentemente chequea que no haya ningún conocido cerca, y con la misma parsimonia se inclina hacia delante y me pregunta, ¿tú crees que un viejo de setenta y pocos pueda cambiar y recuperar a su señora?

Ahora soy yo quien se inclina hacia atrás. Inhalo profundamente por la nariz, suspiro por la boca y sonrío.

¿Eso es un sí?

Levanto las cejas y antes de empezar a hablar Samuel me pregunta.

¿Cuántos pacientes o clientes de mi edad has tenido?

Pocos

¿Diez, cien, mil?

Uno o dos.

Samuel vuelve a inclinarse hacia atrás. Sonríe y me mira de frente.

¿Y podré ser tu cliente número tres?

Tras pagar la cuenta, Samuel se despidió poniendo su mano derecha en su pecho e inclinándose ligeramente hacia delante. Lo imité y salí caminando por una avenida transitada por ojos sin bocas ni narices. Mirando mis pies, no pude dejar de pensar en la observación de Mariano. Tiene toda la razón y algo similar me pasó recientemente leyendo el Ascenso y el descenso de la montaña sagrada de Claudio Naranjo. ¿Dónde están las mujeres? De repente recibo un Whastapp. Es Samuel. Quiere confirmar día y hora de nuestra próxima sesión. Y concluye su mensaje con una pregunta. ¿Mismo lugar?

Continuará…

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