El búho actualmente no es una especie en peligro de extinción. Y para que no cambie de categoría, y suceda lo mismo que ha ocurrido con otras especies, un grupo de científicos del Campus Villarrica de la Universidad Católica, a través de una revisión bibliográfica, analizaron la presencia de estas aves en narraciones tradicionales, con el objetivo de explicar el rol clave que juegan a nivel ecológico y cultural, y de paso, ayudar en su conservación.
Esta orden de aves rapaces nocturnas, está compuesta por la familias Tytonidae (lechuzas) y la familia Strigidae que incluye búhos, mochuelos, tecolotes, autillos, cárabos, el ñacurutú y el chuncho, entre otras. En total, más de 202 especies. Son grandes cazadores de hábitos solitarios, y se alimentan principalmente de pequeños mamíferos, insectos y otras aves.
José Tomás Ibarra y Pelayo Benavides, académicos UC y del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad de la Universidad Católica (CAPES), son los autores de la investigación. Ambos, se dispusieron a examinar una serie de creencias alrededor de estas aves, el papel que cumplen en la tradición oral y escrita, y las razones de su prominencia como símbolos en diversas culturas, posición que, según ellos, podría ayudar en los esfuerzos de conservación de estos animales.
Los búhos entregan un servicio ecosistémico, “que se refina con servicios culturales, y que ha sido muy poco entendido y valorado. Ellos estimulan al ser humano, así como el ser humano los estimula a ellos, y van construyendo un paisaje relacional, además de toda su relevancia ecosistémica”, explican.
Nos concentramos en los búhos, “porque se trata de criaturas que poseen una amplia gama de conexiones socioculturales con sus territorios, como pocos animales en el planeta”, señala Ibarra. “Desde hace mucho tiempo los búhos han sido usados como base de metáforas y experiencias sobre cómo los humanos se relacionan con la tierra y al interior de sus comunidades”, añade el académico.
Luego de realizar una detallada y exhaustiva investigación, los académicos concluyeron que diferencias en sus cantos, formas anormales de vuelo o su presencia inesperada en determinados contextos, suelen constituir anomalías que rompen ciertos patrones o expectativas, convirtiéndolas en signos o vehículos de este tipo de fenómenos.
Para los investigadores, también miembros del Centro de Desarrollo Local UC (CEDEL), la destacada posición del búho en las tradiciones y narraciones de las sociedades humanas representa una oportunidad para mejorar y perfeccionar los programas de conservación orientados a proteger a estas aves, en tanto su rol como proveedoras de servicios ecológicos es inseparable de su rol como estimulantes culturales. A su juicio, “la cualidad del búho para avivar comportamientos en los humanos es un servicio etnológico y cultural que la naturaleza, a través de estas aves, provee, y que no ha sido mayormente considerado ni por conservacionistas, ni tomadores de decisión”, establecen.
La conservación de la biodiversidad ha ido adquiriendo cada vez más relevancia para los científicos sociales, “y a medida que las narrativas se insertan dentro de las relaciones de los individuos con su entorno, la comunidad conservacionista no puede pensar en la conservación de los búhos sin entender los perfiles culturales que la mayoría de estas especies llevan a cuestas, ya sean éstas positivas, o negativas”, considera Ibarra.
Vínculo histórico y cultural
Para categorizar la experiencia asociada a estas aves, Ibarra y Benavides utilizaron el concepto “inquietante” (“unncany”, en el texto original), definiéndolo como todo componente que introduce un elemento de extrañeza en ambientes y contextos que de lo contrario resultarían familiares. “Esto encarna una combinación particular entre lo familiar y lo desconocido, ya sea algo cercano en un escenario extraño, o algo extraño en un escenario familiar, despertando una sensación de inquietud”, comentan en la publicación original, emitida en el último número de la revista Anthropos.
Dicho concepto es atribuido a ciertos rasgos fisiológicos y hábitos sociales específicos de estas aves. Su cabeza, por ejemplo, extrañamente similar a la de los humanos, pudo haber sido aprovechada por los antiguos egipcios para representar el ba, una parte del espíritu de las personas que cada tarde regresaba a la tumba de su propietario “en la forma de un ave con cabeza humana”, una imagen que bien pudo nacer de la costumbre de los búhos de visitar cementerios.
En la misma línea, la notable capacidad de estas aves para girar su cabeza hasta en 270 grados (algo inusual, al menos para nosotros los humanos), también fue un rasgo que tempranamente empujó a algunas culturas a asociar su presencia con la brujería, como fue el caso del pueblo Nage, al este de Indonesia. Citando un trabajo de los investigadores Munroe y Gauvain (2018), Ibarran y Benavides postulan que esta cualidad de ser al mismo tiempo familiares y extraños, es la que conecta a los búhos con representaciones más bien negativas de lo sobrenatural, en la forma de mensajeros de malos augurios, peligros, pesares y enfermedades.
No obstante, y como también explican los investigadores, los búhos no son siempre “pájaros de mal agüero” al interior de las comunidades. “En varias sociedades, éstos juegan un rol positivo, de protección, tanto para los humanos como para otras criaturas”, añade Ibarra. “En culturas como la maorí, los búhos son considerados guardianes de los grupos familiares, y como encarnaciones de espíritus benevolentes entre los chamanes de la región ártica circumpolar. Incluso entre las culturas que habitan nuestro territorio, como la Yagán en Tierra del Fuego, donde a la lechuza blanca (Tyto alba) se la identifica con la abuela sabia Sirra, que en la cosmogonía yagán ayuda al resto de las aves a generar fuente de agua fresca para sobrevivir”, señala.
En el estudio, los académicos también detallaron a las especies nativas de nuestro país, especialmente aquellas presentes en las zonas rurales del sur de Chile. En el pueblo mapuche, especies como el concón, el chuncho y el nuco son vistas, por un lado, como signos de mal agüero, y por otro, como agentes positivos en la vida de la comunidad (por su rol en la depredación de roedores, por ejemplo), replicando la posición ambivalente observada también en la literatura extranjera.