¿Por qué la Antártica provoca tanta señardá?

¿Por qué la Antártica provoca tanta señardá?
¿Por qué la Antártica provoca tanta señardá?

Quienes por puro azar visiten esta columna por primera vez o regresen a ella desde años anteriores, no se alteren ni asusten. En el título no hablo de ningún termino científico obtuso que se han perdido u olvidado en las columnas de años anteriores. Señardá es un concepto que existe en el idioma (asturiano o bable) que se habla en la tierra que me vio crecer y que no tiene una traducción directa en castellano.

Existen sentimientos análogos en lenguas cercanas como ¨la morriña¨ gallega o ¨el saudade¨ portugués, que vendrían a ser algo así como un vivo sentimiento de nostalgia y añoranza por algo, alguien o incluso un lugar. Supongo que en castellano lo más cercano que podríamos decir sería el anhelo antártico, pero no tiene ni la misma sonoridad ni representa todas las connotaciones de este extraño sentimiento que parece sólo cultivarse en el noroeste de la península Ibérica. ¿Será cosa del clima?, quién sabe.

¿Por qué la Antártica provoca tanta señardá?

Con buen tino se preguntarán porque escribo sobre este sentimiento cuando me encuentro ya en Punta Arenas esperando al vuelo que me lleve de vuelta a la Antártica. La verdad es que no lo sé, pero quizás tenga que ver con los sobresaltos que nuestro itinerario ha sufrido de los últimos días y/o la cercanía de casi sentir esos vientos gélidos de nuevo en mi cara lo que me ha hecho reflexionar sobre este sentimiento común entre los investigadores antárticos.

En agosto de este año se celebró en Pucón la reunión mundial más importante para la ciencia antártica y allí coincidí con muchos viejos conocidos que hacía tiempo que no veía entre pandemias y otras cosas. Mientras estaba en Pucón me di cuenta de que en realidad hay muchos colegas que hacen ciencia antártica y desarrollan este mismo sentimiento incluso cuando muchos de ellos nunca han puesto ni un pie en el continente blanco. Es como si la cédula Antártica fuese algo virtual, o de la mente, que no se obtiene por estar allí si no que es algo diferente que uno se gana cuando piensa y vive la Antártica a miles de kilómetros de distancia a través de una exploración intelectual encaminada a descubrir los secretos que encierra el continente al sur del sur.

Nuestros equipajes ya navegan rumbo al sur mientras nosotros aguardamos con nuestros bolsos de mano al vuelo que nos movilicé, deseando que la meteorología no retrasé el vuelo más allá de lo planificado o nuestros exiguos insumos se nos quedarían cortos durante la espera en Punta Arenas. El juego es así, y mientras esperamos he decido que lo mejor sería entrevistar a dos personas que viajan ahora y representan estadios distintos en su vida Antártica.

Una persona ya con experiencias anteriores y otra que lleva años estudiando Antártica, pero viaja allá por primera vez. Sus respuestas nos servirán para ilustrar la señardá antártica y como se manifiesta a lo largo de la vida antártica de las personas.

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Según sus respuestas, y para sorpresa de nadie, quién viaja por primera vez está más ansioso/nervioso, pero en ambos casos hay algo de anticipación sobre como será la convivencia, la rutina, la comida y el trabajo una vez estemos en la base. Parte del ritual previo al viaje supongo.

Por otro lado, ambos están ansiosos por ver paisajes y la fauna local, especialmente ballenas para quién nunca las ha visto antes. Y finalmente lo que ambos transmiten en sus respuestas es ganas de aprender y hacer bien las cosas, con un fuerte sentido de responsabilidad. Se percibe una responsabilidad por lo costoso, en tiempo y dinero, que es venir hasta aquí y también hacia los compañeros de trabajo y la propria oportunidad de estar aquí. Es como si el propio lugar, un ser mitológico de fuerzas telúricas, debiese ser tratado con el respeto que comanda y se merece. Y siendo honesto no es para menos.

Como ven hay matices diferentes según uno se encuentre en la infancia, adolescencia, madurez o senectud de su vida Antártica, pero existe una esencia nuclear que atraviesa las vidas antárticas y las vertebra sin cambios sustanciales. Supongo que en mi caso me quiero negar a asumir que mi senectud antártica se acerca, o ya está aquí, pero siendo esta mi octava expedición Antártica quizás es hora de ir asumiendo el inexorable abrazo de Cronos.

Este año cerramos el proyecto que me ha traído a la Antártica estos últimos 4 años, y como la mayoría de los proyectos científicos hemos respondido bastantes de las preguntas que nos trajeron hasta aquí, pero por en el camino una docena de nuevas cuestiones se han abierto y ahora se acumulan en mi cabeza.

El problema es que ahora mismo son preguntas de Schrödinger, no están vivas ni muertas pues aún no sabemos si las podremos afrontar algún día. Hace meses pensé y escribí un nuevo proyecto de investigación con esas preguntas en mi cabeza, pero hasta dentro de meses no sabremos si tenemos la suerte de poder continuar con nuestras pesquisas. En ese sentido la vida académica es un poco cruel y quizás la señardá me haya atacado esta vez pues por primera vez en varios años tengo la sensación de que esta podría ser mi última expedición Antártica.

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En realidad, cualquier expedición podría ser la última. Visitar Antártica es una suerte y un privilegio siempre, pero ahora mismo en mi horizonte no se ve una razón para regresar y parafraseando a Ernst Bloch diré que nuestra alma sólo necesita eso ¨el horizonte de un anhelo¨ para avanzar hacia él, así que habrá que seguir peleando por crear ese nuevo horizonte y vencer la señardá Antártica.

Sentimiento que dura más bien poco una vez recibimos un mensaje de que mañana a las 5 am volamos hacia el sur. Tras unos 10 días de espera ya tenemos un horizonte a corto plazo y eso despeja cualquier pensamiento no inmediato. Es hora de los últimos preparativos y comer los últimos vegetales frescos.

Ya casi puedo sentir el abrazo gélido de los blancos, cafés y azules que nos espera a menos de dos horas de vuelo. Como digo cada año el viaje comenzó hace meses, o incluso años, ahora sólo nos toca vivir la parte física del mismo. Nos vemos en unos días desde el otro lado del paso Drake.

* El Dr. Juan Höfer, es oceanógrafo del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL) de la Universidad Austral de Chile (UACh) y académico de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV).

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