¿Por qué no puedo jubilar? Por culpa del amargado de mi marido

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En el año 1968 Erik H. Erikson amplió los límites de la teoría psicoanalítica con su obra Identidad, Juventud y Crisis. Este clásico de la psicología evolutiva aborda las distintas etapas que atraviesa el ser humano, pero lo que lo hizo verdaderamente muy popular fue su mirada vanguardista sobre la adolescencia. En términos muy simplistas, la gracia de este analista fue su capacidad de ir más allá del drama intrapsíquico, salirse de la caja negra mental e incorporar la importancia del entorno.

Casi 20 años después, Manfred Kets de Vries y Danny Miller -autores con los que hemos revisado los desafíos de la vida ejecutiva en pasadas columnas- construyeron La Organización Neurótica, aportando su experticia como coach y consultores en el desarrollo del liderazgo y el comportamiento organizacional a la mirada psicodinámica del desarrollo humano de Erikson.

Así, si volvemos a los años sesenta, veremos que el principal desafío de las personas que están por jubilar es la aceptación del ciclo vital único y propio. Este “abuenarse” con la trayectoria, con lo hecho, permite vivir la recta final de la carrera ejecutiva con integridad y defender la dignidad del propio estilo de vida. De acuerdo a Erikson, de concluir exitosamente esta etapa, el premio será alcanzar la sabiduría como una tradición viviente; sabiduría que nos salvará de la angustia y desesperación de no aceptar el destino como el marco de la vida.

En cambio, los que no logran cerrar la carrera ejecutiva con integridad, entran en un loop de arrepentimiento y desesperación por no contar con el tiempo necesario para rehacer la vida o dar un giro en su trayectoria, por lo que no es extraño escuchar a hombres y mujeres que bordean la edad de jubilar, quejarse o advertir a las nuevas generaciones de que “la vida es algo que sólo pasa una vez y que no ofrece segundas oportunidades”.

Dos décadas después, Manfred Kets de Vries y Danny Miller sostienen que en la etapa previa a la jubilación los directivos tienden a volverse más introspectivos y reflexivos, buscando un nuevo equilibrio entre sus actividades y la contemplación; es un tiempo de reevaluación, de integrar y resolver los asuntos inacabados del pasado. Estos autores coinciden con Erikson en que la clave de esta etapa pasa por resolver la polaridad entre la integridad y la desesperanza.

¿Qué desespera a las ejecutivas y a los ejecutivos de cara al retiro?

Principalmente la aceptación de menores niveles de poder y responsabilidad y los problemas propios de su sucesión. Además, en esta etapa de la carrera ejecutiva el director o directora empieza a prever -y a temer- la pérdida de apoyo social y financiero.

Antes de continuar con el último tramo de este viaje, es importante constatar que ya no son los años sesenta ni ochenta, pero… ¿ha cambiado tanto el mundo desde entonces? Si arriesgo una respuesta diría sí y no. Puede que las expectativas de vida hayan aumentado, que las posibilidades de seguir trabajando o de emprender sean más factibles una vez retirados, pero para muchas y muchos directivos sigue siendo difícil asumir los cambios en su papel y posición social, tanto en el entorno profesional, como personal.

Uno de los cambios más notorios y complejos, es que las directivas y los directivos que bordean o sobrepasan los 60 años, deben aprender a pasar más tiempo en casa, lo que puede provocar fricciones con sus convivientes. Los factores de mayor irritación serán la mala salud (propia, de la pareja o de los padres), los problemas financieros y la disminución de la actividad social.

Para graficar mejor los desafíos de esta etapa, les presento a Mónica, clienta del 2022 a la que por razones de confidencialidad le he cambiado el nombre y algunos datos biográficos.

“Sebastián, es muy gratificante que la clínica me haya pedido quedarme y que me apoyen con un coach, sobretodo después de haber tenido que dar un paso al costado en el hospital el día de mi cumpleaños (silencio). Un tiempo atrás ya había dejado la consulta particular, pues prefería, o tal vez necesitaba, pasar más tiempo con mis hijos y nietos. Fue rico ganar esas horas, pero otra cosa fue jubilar del hospital, pues ahí me formé, trabajé e hice docencia. Una vida (largo silencio). Pese a lo doloroso, fue tan lindo el cierre que solté. Y estaba dispuesta a soltar la clínica. Pero por suerte no pasó.

¿Por qué por suerte?

Cuando jubilé me reencontré con Enrique, mi marido. Al principio fue difícil, pero pensé que era como cuando los niños son chicos y salen de vacaciones y se reencuentran en la casa. Después de meses de pasar cada uno en sus cosas, tienen que pasar todo el verano juntos (silencio). Me convencía todas las mañanas que mis desencuentros con Enrique eran naturales, pero cuando en la clínica me pidieron quedarme, me relajé y ahí me di cuenta que de verdad no estoy preparada para pasar tanto tiempo con mi marido ni para instalarme en las casas de mis hijos.

¿Por?

Enrique es siete años mayor que yo y él ya jubiló del hospital y también lo jubilaron de la clínica. No lo tomó bien, pero decidió seguir haciendo consulta. Es difícil decirle a un psiquiatra que está amargado, pero de verdad lo está. Y te diría que la gota que rebalsó el vaso es que dos de nuestros cinco hijos se separaron entre medio de la pandemia. Nunca me imaginé que le iba a afectar tanto y que se lo iba a tomar tan mal.

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¿Por qué crees que le afectó tanto?

A ver, Diego siempre fue un tiro al aire. El concho, enfermo de regalón. Amigo de sus amigos, querido por todos y flojo como él solo. ¿Me sorprende que se haya separado? Nada, pero a Enrique le preocupa la cosa social, pues se casó con la hija de un doctor amigo y esas cosas a mi marido le importan más de lo que confiesa. Ahora, todos conocen a Diego -incluida mi exnuera y su familia- y yo siempre tuve que apoyarlo económicamente por debajo, porque su papá se ponía furia con el tema económico. Y la guinda de la torta fue que la Cata, los ojos de Enrique, se separó después de tener su quinto hijo. Ahí Enrique colapsó y te diría que vive entre la paranoia y el dramatismo. Al principio entendí que se lo tomara mal, pero acá la víctima es la Cata y no este viejo gruñón. Para Enrique, que ve y escucha lo que quiere, eran la familia perfecta y nunca quiso ver las señales pues le encantaba mi exyerno. La Cata varias veces le dijo que estaba mal su relación y él dale con que todo pasa, que el tiempo mejora las cosas y que lo mejor es esperar. Básicamente Enrique no quería saber de otra separación ni de otro conflicto con otra familia. Al final, y esto es lo que más me duele, a Enrique lo que más le preocupa es el qué dirán y su bolsillo. No ve a la pobre Cata y se pone incluso del lado del pelotudo de su exmarido… que déjame decirte… salvo ser bueno para los negocios… no es la gran maravilla (silencio). Me perdí…

Me estabas diciendo…

Sí… sí… sí… nuevamente se equivocan mis hijos y es la mamá la que tiene que acompañar, escuchar, cuidar nietos y ayudar por debajo de la mesa para que el muy bestia de mi marido no se enoje. Te juro que a veces parece Talibán. Se lo tomó muy personal y en vez de apoyar a la Cata y a Diego, los ataca y los recrimina, cosa que no le vayan a pedir un peso. Y de paso se enoja conmigo por intentar tapar los vacíos que dejó en nuestros hijos. Como verás, con Enrique en casa, amargado porque lo jubilaron del trabajo y porque sus hijos le arruinaron la familia perfecta, mejor seguir trabajando en la clínica y estar con mis nietos aunque sea un ratito, pues no te creas que es fácil acompañarlos. A ratos parte el alma. Otros… aburre…

¿Y qué piensas hacer?

Pues lo que hacemos todas las mujeres de mi edad. Decirles poco y nada a los hijos y aprender a no escuchar al marido, pues a esta altura, pese a las ganas de matarlo que me dan, no me voy a separar. Enrique ya no disfruta nada y está tan preocupado por lo económico y de no ser el comidillo de los demás, que no puedes proponerle nada. Por suerte tengo fantásticas amigas con las que nos escapamos a la playa. Con harto pisco sour nos matamos de la risa de nuestros maridos. En el fondo, son unos niños grandes que no saben qué hacer con sus vidas. No saben estar en la casa ni cómo relacionarse con sus hijos y con nosotras. Y en vez de aceptar que tienen que aprender a vivir esta nueva etapa, se dejan estar o hacen intentos desesperados por agarrar un nuevo cargo que, en realidad, no quieren, pues están agotados. Y con mis amigas nos miramos y agradecemos no haber dependido económicamente de ellos, haber combinado la maternidad con el trabajo y aun así seguir cultivando las amistades. Y mis pobres hijos, por no repetir el modelo de sus padres, dan tumbos y se terminan separando con guaguas en brazos.

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¿Qué quieres decir?

Diego no quería ser doctor, quería ser rico sin esforzarse demasiado. ¿Resultado? La mamá salvándolo de los bancos y protegiéndolo de su padre y de sus suegros. La Cata nunca quiso trabajar como su madre y postergó su carrera para traer un hijo tras otro al mundo y dedicarse a la crianza respetuosa. ¿Resultado? El marido se buscó una mujer sin hijos, que se mata trabajando y que puede hablar de negocios con él (silencio). Y Enrique, que es mandado a hacer, le echa la culpa a la Cata por no haberle puesto más tincada al matrimonio y por no haber trabajado. A Diego no le dice nada porque toda la culpa es mía y al final no es de extrañar que los dos hicieran lo contrario a nosotros, pues con Enrique nos pasamos la vida trabajando. Me parece válido que quisieran hacer su propio camino, pero ahora los tengo que rescatar y protegerlos de su propio padre, lo que me parece insólito. Pero créeme que, con un buen vino, un rico té en el jardín o una puesta de sol en la playa, se me pasa todo, pues he tenido una vida plena en lo personal y en lo profesional. Lástima que Enrique envejeciera tan mal y se pusiera tan latero, pero espero que algún día se le pase. Tal vez, como hizo una amiga, le regale un auto deportivo, pues ella me dice que al hueón de su marido se le pasaron los monos arriba de un volante que no había salido de su bolsillo. ¿De verdad ustedes son así de básicos?

Concluida la sesión, Mónica pagó la cuenta de la cafetería de la clínica. Se veía aliviada, radiante y con mucho cariño me agradeció haberla escuchado. Para mi sorpresa sonreí, pues pese a lo pesado del relato, sentí que había tenido un baño de sabiduría y humildad, razón por la cual concluí que mis próximas columnas tratarán de esos viejos -y no tan viejos- hueones que en Francia son etiquetados de narcissique

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