Columna de psicología: ¿Por qué siempre creemos que nos van a echar? (Segunda parte)
Todo ser humano tiene la libertad de cambiar en cualquier instante. (Viktor Frankl)
Las creencias, decimos en el mundo del coaching, las vivimos como certezas. Son ideas incuestionables por las que peleamos de ser necesario. Por eso, cuando una persona tiene creencias limitantes sobre el cambio, hay que ayudarlo indirectamente a cuestionar su mindset… y para ello… que mejor que las historias…
Con estas ideas en mente fui a ver a Hans a la consultora Fantasía S.A., pues la sesión pasada me sorprendió el entramado de ideas irracionales que había construido para convencerse que sus días estaban contados en la compañía.
Y es que Hans no solo estaba equivocado, sino que estaba convencido de que hiciera lo que hiciera, nunca iba a ser el ejecutivo que la empresa esperaba de él.
Mientras lo escuchaba en nuestra última sesión, tenía ganas de gritarle "falso, falso, falso", pero era tal su insistencia en que la empresa, su gerente general y yo le habíamos tendido una trampa… que decidí simplemente escuchar… y esperar un momento mejor.
Y este momento llegó a la sesión siguiente, donde nada más aparecer Hans, se disculpó…
"No entiendo lo que me pasó la semana pasada. Bueno, en realidad lo entiendo, pero no es una justificación ni explicación válida. Por loco que suene, me sentí poseído".
¿Por quién?
Por María Cristina, la socia de la que tanto hemos hablado. Tienes que entenderla. Desde su perspectiva, los demás socios no han respetado el legado de su padre, el socio fundador y ella encuentra que las cosas han cambiado demasiado. No le gustan los nuevos aires ni las nuevas contrataciones y ella me ha insistido en que me está preparando para que yo sea gerente general en el futuro. Es un honor que alguien tan exigente te elija, pero la presión es enorme y supongo que Miguel Ángel, el actual gerente general, intuye cuales son las aspiraciones de María Cristina.
Silencio… mira por la ventana…
En fin… me he desviado del tema… Lo que te quería decir es que la sesión pasada no era yo. Tenía tanta presión que era como si María Cristina hablara por mí. Toda su rabia, todo el malestar que comparte conmigo, se me arrancó y tengo claro que te tiré todo a ti, pues sabía que esto no me iba a traer consecuencias.
Perdóname, Sebastián, tengo claro que tú no eres parte de ninguna conspiración y que tu trabajo con Sergio es independiente al mío y que su rápida mejoría y las constantes alabanzas despertaron mis celos y rabia. Pero eso no tiene nada que ver contigo…
Silencio… larguísimo silencio… y como Hans no hablaba, aproveché de contarle de un cliente que se me vino a la mente.
¿Te puedo contar una historia?
Sorprendentemente Hans me dijo que le encantaría y así fue como partí contándole de Fabián, un cliente rioplatense que tuve años atrás.
¿Argentino?... preguntó Hans…
De ahí mismo… y cuando empecé a verlo… llevaba nueve meses en Chile trabajando en la industria de la publicidad. Su jefe, quien había luchado porque la productora costeara su contratación, su traslado e instalación en Santiago, estaba preocupado.
¿Qué le preocupaba?
Pedro, digamos que el jefe de Fabián se llamaba Pedro, me contaba que Fabián era un genio trabajólico, una máquina. Obsesivo, intenso y parecía que aparte del trabajo no tuviera vida…
La cosa es que Pedro estaba muy preocupado por la falta de eficiencia de su estrella… pues si bien la calidad de su trabajo era irreprochable… su alta exigencia y sus estándares olímpicos lo hacían demasiado lento… y las demás personas de la productora ya estaban odiándolo… lo que a Fabián… en términos porteños… le chupaba un huevo…
No entiendo… comentó Hans…
Yo tampoco entendía mucho, pero según Pedro, Fabián no solo era extremadamente perfeccionista con su trabajo, sino que peleaba todas las decisiones artísticas y comerciales como si fueran de vida o muerte… no tranzaba… no negociaba… y se declaraba un tipo de principios creativos.
¿Un divo?
Algo así, pero un divo lento. Y esta lentitud, según Pedro, era compensada con muchas horas de trabajo y no era raro que Fabián amaneciera en la oficina y de repente… tipo 11 de la mañana… desaparecía…
Aquí todos suponían que se había ido a dormir… lo que era comprensible… pero después desaparecía por días, no respondía el teléfono… ni los mensajes y reaparecía cuando él quería…
En esto se parece al Ruso.
Bueno, no me quiero alargar mucho, pero para que te formes una idea de mi cliente, este era aparte de imprevisible, bastante intimidante… tenía porte y pinta de vikingo, andaba siempre de negro, barba tupida, pelo rubio hasta el hombro, bototos y gruesos anillos en ambas manos.
Además, hablaba fuertísimo… gritaba… y después de sus arranques podía pasarse horas encerrado en su oficina, escuchando una música rarísima a un volumen insólito… y cuando alguien lo tenía que interrumpir… Fabian se encargaba de que nunca más lo volviera a intentar, pues con su mirada y palabras dejaba claro que estabas interrumpiendo al todopoderoso en uno de los días más importantes de la creación.
A medida que avanzaba en la historia de Fabián, notaba que Hans se relajaba, pues por mucho que lo intentara, no habían muchas similitudes con él, ni con Sergio o Fantasía S.A.
Mi cliente estaba en otra.
Bueno, después de varias conversaciones con el jefe de Fabián, logré concretar la primera reunión con éste Ragnar Lodbrok de la publicidad y si bien en el camino tuve que lidiar con varios cambios, cancelaciones y atrasos, finalmente este sujeto se hundió e hizo sufrir a mi sofá.
Al principio me miraba muy serio, pero tras escuchar en qué consistía un proceso de coaching, se echó hacia atrás y me dijo que la idea le parecía fascinante… pero para no afectar su trabajo me propuso juntarnos en una pizzería a la hora de almuerzo.
Y así partimos.
¿En un restaurante?
En otra oportunidad te contaré más de Fabián, pero te di esta larga introducción para contarte que después de varias sesiones en que no veía ningún avance en Fabián, le pedí, a modo de tarea, que cambiara de look … sugerencia que a mi cliente le pareció fascinante.
¿Cambio de look?
Sí, le pedí que hiciera un cambio radical en su forma de vestir y no le contara a nadie en la oficina por al menos una semana. Ni una explicación.
A la semana siguiente vi entrar a Fabián, ese vikingo de negro, vestido como un modelo de Benetton.
Estaba hiperventilado de felicidad y me contó que apenas le di la tarea, fue a comprar ropa de muchos e intensos colores. Ropa chillona. Pantalones naranjos, camisas rosadas, zapatillas de un color, cordones de otros.
Estaba trastornado de felicidad y hablaba aún más de lo habitual y me contó que hacía años que no se compraba tanta ropa, que no visitaba tantas tiendas… y hablaba y hablaba… desbordándose de tanto hablar y de repente me dijo que frente a las vitrinas se había puesto a filosofar sobre porqué los niños usaban ropa de tantos colores y porqué los adultos usaban colores tan grises… y… silencio…
Hans estaba extremadamente atento…
Se produjo un largo silencio… y con una voz muy pausada… muy profunda… Fabián me dijo que nunca se había dado cuenta que vestía de negro desde que se había separado de la madre de sus hijos…
¿Qué increíble no? Me dijo Fabián, no me había dado cuenta que llevo diez años de duelo.
Hans quedó mudo y tras unos minutos me dijo que ahora entendía por qué había reaccionado tan mal la sesión anterior.
Efectivamente me estoy separando, y en vez de contarte lo que me pasaba, preferí agarrarme de la rabia y usé mi bronca contra el trabajo como un escudo para no hablar de lo que más me afecta. En realidad, siempre hago lo mismo. Nunca hablo de lo que me pasa y supongo que a diferencia de Fabián, yo he vivido un largo duelo desde que me casé. Y si me obligas a más, te diría que he vivido siempre de negro, gris y algo de azul.
Se cumplió la hora y Hans me sonrió con cierto alivio y me dijo gracias, gracias por tu historia y si alguna vez vuelves a ver a Fabián… o como se llame… dile que me encantó su forma de enfrentar los cambios.
Nos vemos la próxima semana.
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