¿Qué va a pasar con mi gato (y con el yoga) cuando se acabe la cuarentena? (3ª parte)

A man carrying a cat walks past security control at the Vienna International Airport in Schwechat
Foto: Reuters

Es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados (Mark Twain).


Próximos a entrar en el mes de los gatos, las noticias positivas siguen al alza. Las lluvias continúan, se reduce el déficit hídrico, el fútbol de a poco se reactiva, se anuncian nuevas etapas y nuevos permisos para salir a las calles y la gran mayoría celebra el retiro excepcional del 10% de sus ahorros.

Ajenos a lo bueno y a lo malo, nuestras mascotas observan el frágil optimismo de sus amos, conscientes -o inconscientes- de que una vez se levanten las restricciones, la vida no va a ser como antes.

Y lejos de todo esto, tanto en el tiempo como en el espacio, está Shakti, nombre ficticio para una coachee cuyas principales preocupaciones giran en torno al futuro del yoga y de sus gatos. Para contextualizar esta historia, debo viajar varios años atrás, cuando conocí presencialmente a esta ejecutiva en pleno proceso de transformación.

Recientemente divorciada, estaba viviendo a los 35 años sucesivos duelos y separaciones, pues aparte de dar término a su matrimonio y a su nombre de soltera, estaba desvinculándose de su pasado personal y profesional.

En esa oportunidad, con suerte, habré trabajado unas cuatro o cinco sesiones con ella, y esos encuentros no los tengo precisamente registrados como agradables, por lo que me sorprendió de sobremanera que reconectara conmigo tantos años después, de manera remota y entre medio de la pandemia.

No sé de qué te acuerdes. Tal vez nada. Han pasado muchos años, pero cuando empecé las sesiones contigo estaba renunciando a mi trabajo para ir a certificarme. Estaba, como conversamos en ese entonces, quemando todas las naves. No quería regresar, me daba igual dejar todo atrás y lo único que verdaderamente me retenía eran mis gatos. Recuerdo también que me molestaban todas tus preguntas, que me parecían insufribles, racionales, y que muchas veces estuve a punto de terminar todo. Y lo hubiera hecho… bueno… lo hice varias veces y al final también nunca acabamos el proceso… tal vez… ahora que lo pienso… tal vez ni lo empezamos… pero sí resistí lo que resistí de tu famoso coaching… fue por mis gatos.

¿Por qué?

Pese a que todo lo que me preguntabas me parecía absurdo, mundano y superficial, tu preocupación por mis gatos conectaba con la mía y el hecho de que te interesara saber qué iba a pasar con ellos me hacía aflojar y hoy siento que me salvé gracias a esto.

¿A qué te refieres?

Bueno… recapitulando… ¿sigues usando esa ridícula palabra?... en fin… tras nuestro inconcluso proceso y desoyendo todas las voces -incluyendo la tuya- partí a mi primer entrenamiento fuera de Chile. Fue una experiencia increíble y ahí sentí que yo estaba 100% en lo correcto y el resto del mundo 100% equivocado. Fue una experiencia transformadora. Obtuve todo lo que quería, me sentí profundamente realizada. Te podría hablar horas de todo esto, pero para no alargarme, te lo resumo así: todo ese triunfalismo se desinfló cuando volví a casa y me reencontré con Buda y Krishna.

¿Qué pasó?

No se me despegaron por días y mientras meditaba y hacía mis ejercicios en el estudio, me interrumpían todo el rato. Jugaban, peleaban, saltaban, botaban cosas. Al principio intentaba calmarme, creía que iba a lograr ignorar o integrar estas distracciones, pero al cabo de unas semanas estaba francamente alterada y, por primera vez, me empezaron a resultar molestos. Y esto era muy doloroso para mí, pues nunca antes había sentido esto por ningún gato y menos por los míos. Pero lo más curioso es que cuando no estaba en mi estudio, ellos se quedaban tranquilos y en las noches eran puro amor. Y en esta dinámica se me pasaban las semanas, los meses, hasta que partía a otro entrenamiento. Los primeros días me liberaba de todo, volvía a lo mío, a mí, pues mi idea era ganar experiencia en estos entrenamientos para abrir una franquicia en Chile. Y le ponía todo el corazón, pero después de una semana mis pensamientos volvían a Krishna y Buda. Bueno, no quiero extenderme tanto, pero esta forma de vivir duró al menos dos años, y cada vez eran más difíciles las llegadas y las partidas de Chile. Y aun así no me quise cuestionar nada. Tenía un objetivo claro, puro, prístino. Estaba ahí, lo estaba alcanzando, pero llegar a Chile y conectarme con mis gatos me hacía ruido. Y no quería pensar, hasta que empezó la cuarentena.

¿Qué te cuestionas ahora?

Increíblemente, ahora no me resultan insoportables tus preguntas. Te podría decir que hasta me ayudan. En fin, tómalo como mi primer cumplido. ¿Dónde estaba? Ah… sí… mira… las primeras semanas de cuarentena te diría que las viví como un regalo. Yoga y gatos todo el día, comer rico, sano, tomar mucha agua y dormir envuelta en el amor de Buda y Krishna. Parecía perfecto y sentí que mis gatos se relajaron al máximo cuando captaron que no iba a partir a ningún lado. Y dejaron de molestarme en las meditaciones, dejaron de pelear o de botar cosas mientras practicaba en mi mat y simplemente se quedaban quietos mirándome y acicalándose. Fue extraño, pero ahí sentí que no quería partir nunca más, que por fin estaba segura y que no quería volver a hacer yoga.

Shakti se quiebra y se pone a llorar.

¿Qué pasó?

Al principio no sabía que me pasaba ni de donde habían venido estos pensamientos… en realidad… parece que llevaban mucho tiempo ahí… pero sólo aparecieron cuando sentí que por fin Krishna y Buda estaban en paz. Durante días lloré y como no podía entrenar ni meditar me empecé a meter al computador. Revisé unos mails que no quería revisar, leí noticias que no quería leer y hablé, vía zoom, con personas que no quería escuchar. Se fue todo a la mierda Sebastián.

Shakti, pese a sus esfuerzos, no logra continuar. Llora intensamente y tras varias respiraciones profundas… logra retomar…

Era un rumor, pero una piensa que eso pasa en otras escuelas, que son otros yogis, que eso no pasa en la tuya.

Tú piensas…

¿Qué? Ah… sí… yo… yo pensaba que eso podía pasar con Karadima, que podía pasar en los colegios católicos, a las actrices en Hollywood, en tantos lados, pero nunca, nunca, pensé que iba a pasar aquí. Lo negué una y otra vez. Me enojé, minimicé, dudé, hice todo lo posible para no ver y antes de contactarte me hice mi propia terapia con Netflix. Me vi el documental de Osho, el de Bikram, el de Holly Hell, Kumaré y leí todo lo que encontré en Internet. Y mientras mi mundo se caía a pedazos Buda y Krishna se paseaban por mis piernas, se sentaban a mi lado e incluso se ponían a mirar la pantalla y sentía -y espero que tengas experiencia con locas- que me decían que estaba bien lo que estaba haciendo, que tenía que seguir mirando, leyendo, escuchando, que tenía que seguir en casa, que tenía que descansar.

¿Y qué hiciste?

Pues les hice caso y por primera vez en años descansé. Sin meditar, sin ejercitar… algo hasta hace muy poco imposible para mí. Y entre medio de los documentales y mis lecturas, me acordaba de tus palabras gringas, de tu tema con los sistemas de creencias, con los virus mentales y los mindset. Y como espero entiendas, estoy bastante desesperada, y es por eso que decidí pedirte ayuda.

Claro… ¿En qué te imaginas que te podría ayudar?

Necesito volver a levantarme, reconstruirme, no sé por donde por partir. Quienes me han mantenido cuerda… sí… creo que sigo cuerda… han sido mis gatos y eso nuevamente me llevó a acordarme de ti, pues de todas las personas a las que les conté de mi objetivo de certificarme en Yoga, la única que se detuvo en algo tan doméstico y mundano fuiste tú.

¿Ese sería un segundo piropo?

Supongo, pero la única pregunta de tu famoso coaching que verdaderamente me sorprendió fue cuando me preguntaste quien iba a cuidar mis gatos.

¿Y por qué te sorprendió?

Pues me di cuenta, y odio reconocerlo, que con todo lo que amo a mis gatos, no lo había pensado. No lo había visto. Me saltó el corazón cuando me hiciste ver que estaba tan metida en mi proyecto, que estaba descuidando algo tan importante. Supongo que esa fue la primera grieta de mi plan maestro, pero no me quise detener.

En ese momento Krishna, un impresionante gato blanco se interpone entre Shakti y la pantalla y un segundo después un enorme Buda negro hace lo mismo, en dirección contraria.

Bueno, ya los vistes y parece que ellos también te querían ver. No sé como aguantaron toda la hora sin interrumpir, pero supongo que está bueno por hoy.

Tras despedirme de Shakti y sus gatos, me estiré en mi silla, me puse de pie y volví a mirar mis plantas, las que con escasos cuidados, se mantienen verdes. Y pienso en Buda, en Krishna, en nuestros sistemas de creencias y simplemente siento que no puede hacer más que coincidir con estas palabras finales de Mihaly Csikszentmihaltyi:

“A lo largo del curso de la evolución humana cada grupo de personas se fue dando cuenta gradualmente de la enormidad de su soledad en el cosmos y de la precariedad de su lucha por la supervivencia; por ello elaboró mitos y creencias capaces de transformar las fuerzas destructoras e imprevisibles de la naturaleza en comportamientos manejables o al menos comprensibles”.

Continuará

Lea la primera parte de esta columna aquí.

Lea la segunda parte de esta columna aquí.

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