¿Qué va a pasar con mi perro cuando se acabe la cuarentena? (2ª Parte)
Puedes juzgar el verdadero carácter de un hombre por la forma en que trata a sus compañeros animales (Sir Paul MacCartney).
Pasamos la mitad de julio y las refrescantes noticias del verano europeo, las aparentes mejorías, los graduales desconfinamientos en países cercanos, la caída en la contaminación del aire, la acumulación de nieve en los centros de esquí, la aparición de grandes felinos en nuestras ciudades y el avistamiento de cetáceos en nuestras costas, mantiene a mis clientes entre la desesperación y el optimismo.
¿Llegaremos a agosto?
Mientras tanto, siguen las amenazas de rebrotes y estallidos sociales y las discusiones políticas, fiscales y económicas en torno a las AFP cultivan la sensación ambiente de que son -¿o somos?- incapaces de llegar a acuerdos.
En definitiva, a la desesperación y al optimismo, se suma el malestar y el pesimismo en nuestro confinado territorio. Y entre estas mareas emocionales compartidas entre micrófonos y pantallas, aparecen seres ajenos a estos debates.
Perdona Sebastián, lo tuve que dejar entrar. Se puso a ladrar y después reclaman los vecinos.
Así, entre medio de una sesión con Jorge, apareció Facundo, un robusto bulldog inglés. Inmediatamente dejó de ladrar y se puso a roer frenéticamente lo que a través de la cámara parecía un hueso plástico.
Desde que se fue Benjamín, tengo que estar todo el día con Facundo, sino se pone a ladrar, se estresa. Y después se lame las patas, se hace heridas de tanto chupárselas y por si fuera poco, se le cae el pelo.
¿Y qué pasó con Benjamín?
Se fue. Lo chatee. Me dijo que se iba donde sus padres, que no me aguantaba más y me dejó a Facundo como una especie de prueba de fuego.
¿A qué te refieres?
Cuando cumplimos dos años conviviendo le regalé a Facundo. Fue la idea de una colega, pues ya las cosas con Benjamín estaban complicadas. Nuestros estilos de vida, después de un año juntos, empezaron a ser incompatibles y para salvar la relación, le regalé a Facundo. Fue amor a primera vista, pero igual Benjamín quedó contrariado y me preguntó si me iba a involucrar. Por supuesto, le dije que sí, pero tras acompañarlo un par de veces al veterinario y dar unas vueltas por el parque forestal, nunca más pesqué. Y con la cuarentena todo explotó.
¿Qué explotó?
¿Mi forma de ser? ¿Mi forma de trabajar? Siempre he sido intenso y tras una vida bien oprimida en provincia, me vine a Santiago a estudiar. Ahí me destapé, pero nunca descuidé los estudios. Siempre supe que para cumplir mis planes y metas lo primero eran los estudios. Efectivamente tuve el clásico bajón de pasar de ser el mejor alumno de provincia a no ser nadie en Santiago, no sólo en lo académico, sino en lo social. Así que transformé mi vida en estudio, estudio, estudio y carrete. Y cuando carreteaba, iba con todo. Al final de la carrera todos me conocían, no pasaba piola, porque soy un weón muy competitivo, pero también muy extrovertido, afectuoso, tu cachai…
No cacho…
Bueno, cumplo el clásico estereotipo.
¿Cuál estereotipo?
Bueno, soy un weon grande, peludo y extrovertido. Me como los espacios y me gano a las personas. Soy muy sanguíneo, jugado y cuando llegué a Santiago decidí que me tenía que sacar la cresta para llegar a donde quería llegar. A esa edad no sabía muy bien qué significaba esto, pero quería tapar bocas.
¿A quién le querías tapar la boca?
Puta que eres bueno para hacer preguntas. ¿Te conté que estuve un par de años en un psicoanálisis? Puta, la weona no me preguntaba nada y ahora que me preguntai esta webada, se me vino a la mente el diván y supongo que le quería tapar la boca a mi viejo, a mis tíos, a mis primos. Sobretodo a mi viejo y a un par de tíos… pero me estoy yendo para otro lado… yo lo que te quería explicar es que cuando conocí a Benjamín yo ya venía maleado. Me fue la raja en la universidad, el magíster fue un trámite y en la pega rápidamente agarré cargos de responsabilidad. Le ponía todo a la pega, trabajaba como loco y claro, después me mandaba un carrete imposible y agonizaba en cama hasta el lunes.
¿Qué es un carrete imposible?
Es una expresión no más. Salía de la pega y empezaba a carretear hasta que caía. Podían ser, literalmente, 24 horas sin parar y generalmente amanecía o despertaba en lugares a los que no recordaba haber llegado, de ahí lo imposible. No te quiero aterrorizar con detalles, pero la verdad es que pasé así gran parte de mi veintena, hasta que a los 30, conocí a Benjamín. Ese weón, aparte de lindo, es sano. Cómo explicarte. Es de los weones que planifica panoramas para el fin de semana, que le gusta hacer cosas en la casa, cocina y se preocupa de los detalles. Es adorable y conocerlo me cambió la vida, pero después de un año conviviendo, empezaron los problemas.
¿Qué pasó?
En este punto Facundo se pone a ladrar. Se le había caído el hueso del sofá que compartía con Jorge y le estaba pidiendo lo recogiera. Dicho y hecho, con su hueso, Facundo siguió en su agitado silencio.
Pasó que me ascendieron dos veces en un año y la presión era inmensa. Trabajo en una multinacional donde todo es en inglés y en portugués, porque la sede más importante está en Brasil y al nivel que llegué, ya no habían excusas ni explicaciones válidas para ningún error o falta. Benjamín, que es hijo de gringa, pasó a revisar mis mails y me ayudaba con las respuestas y pasó a hacer lo mismo con muchos correos en portugués y en otros idiomas, porque el weón aparte de ser un gran diseñador, le encantan los idiomas y aprende en dos patadas. Yo estaba desbordado de pega y Benjamín, además de ayudarme, muchas veces se quedaba esperándome por horas y yo no llegaba. Se hizo costumbre y literalmente lo dejaba con los crespos hechos y la comida servida. Empezaron las peleas y supongo que volví a descomprimirme carreteando y después de un par de condoros, que tampoco te contaré para no impactar a tus oídos heteronormados, le regalé a Facundo. Con este perro pensé que salvaba la relación, pero la verdad es que nos distanciamos aún más y Benjamín y Facundo pasaron a ser un bloque y yo otro.
¿Y qué pasó en la cuarentena?
Me encerraba por horas en el escritorio, fumaba como enfermo en la terraza y me la pasaba entre teléfonos, correos y WhatsApp. Puteaba duro y parejo y gritaba más de lo normal. A Benjamín le carga que fume, que grite y que agarre el auto para arrancarme a la oficina para apagar incendios. Él tiene esa webada gringa de seguir las reglas que ni su Presidente cumple, pero lo tiene en sus genes. En resumen, un día lo chatee a niveles superlativos y el weón agarró su maleta, que ya la tenía lista debajo de la cama, y me dijo que se iba hasta que se acabara la cuarentena porque no me soportaba un segundo más. Y me dejó a Facundo diciéndome que ojalá él me ayudara a ser más humano. Y que si algo le llegaba a pasar a Facu, nunca más lo contactara.
¿Y qué pasó?
¿La verdad? Al principio no pasó nada. Seguí fumando y gritando, solo que ya no en el escritorio y la terraza, sino que por todo el departamento. Ahí cachaba que Facundo había meado o cagado y me acordaba que no lo había paseado. Y cuando lo sacaba, no quería caminar conmigo, a lo Gandhi, me hacía resistencia pasiva. Y ahí figuraba yo, como un weón, intentando que caminara, que meara o cagara. Y nada, me volvía derrotado al departamento y caché que Facundo no comía… porque no me acordaba haberle servido comida y su plato estaba lleno. Y ahí empezó con esto de lamerse las patas. Y no pesqué. Supuse que si yo fumaba y él se chupaba las patas estaba todo bien. Pero no, se le empezó a caer el pelo y cuando lo llevé al veterinario de Benjamín, porque sí, Benjamín era el de todos los datos, éste me miró horrorizado, me dijo que Facundo estaba muy mal y aquí empezó un calvario de baños con shampoos especiales, comidas especiales, cremas y pastillas envueltas en jamón de pavo para que se las tragara. Y todo esto con incendios en la oficina y mensajes cruzados con Benjamín.
¿Y cómo está Facundo ahora?
Puta, estai como Benjamín, más preocupado del perro que de mí. Fuera de webeo, está mejor y ya pasó la crisis. Estoy lleno de alarmas recordatorias y a lo Benjamín, ando con una libretita donde anoto todo lo que le hago a Facundo. Está comiendo, pero tengo que mezclarle unos pellets que deben ser de la Nasa por lo caros que son, con jamón de pavo bajo en sodio. No es webeo. Y estamos paseando. Ya camina, mea y caga afuera y yo estoy recogiendo sus cacas en bolsa, tal como me amenazó Benjamín que hiciera. Me ha ayudado este perro la verdad, estoy obligado a tener ciertas rutinas, ciertos altos en el día. Ahora sólo fumo cuando lo saco a pasear e intento no hablar por teléfono ni responder mensajes mientras caminamos, pues no sé por qué, pero parece que Benjamín tiene razón. Hay que prestarle atención, porque si no lo hago, después llega al depa y sigue webeando, en cambio cuando sólo lo pescó a él, después llegamos acá y se pone a dormir.
¿Y qué ha pasado con Benjamín?
Pensé que ahora me ibas a preguntar por mí, pero bueno. Ha cambiado el tono de nuestra conversación y creo que cuando se levante la cuarentena va a volver.
¿Y tú cómo estás con todo esto?
La verdad, ahora que preguntas, me siento bastante mejor y me he propuesto, vuelva o no vuelva Benjamín, seguir con las rutinas de Facundo. Ojalá hagamos algunas juntos los tres, pero este perro me ha cambiado. Me cae bien y creo que ha sacado lo mejor de mí, eso que Benjamín decía extrañar. En el fondo, debajo de todo este pelo y de esta grasa, soy un weón cariñoso, pero la pega, la presión y la constante competencia me tenían secuestrado. Quiero no sólo disfrutar a Benjamín, sino ser más como él, ser más atento, más detallista, más preocupado. Ahora, con tu permiso, tengo que pasear a Facundo antes que me mee la terraza.
Tras despedirnos, sentí que me descomprimía en la silla. Y de la silla, pasé al sofá. La intensidad de la sesión fue alta y hubiera agradecido tener a Facundo a mi lado para sacar un permiso temporal y estirar las piernas a su ritmo. Tras unos instantes me pongo de pie, salgo a la terraza y vuelvo a mirar mis plantas. Siguen aquí, recordándome que todos sus problemas, se resuelven con un poco de sol, agua y compañía.
Continuará…
Lea la primera parte de esta columna aquí.
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