¿Qué va a pasar con mi perro cuando se acabe la cuarentena?
Cuando no sepas qué hacer, no hagas nada. La respuesta está en la quietud mental (Buda).
Avanza julio y a esta altura parece que los únicos ganadores de la cuarentena han sido nuestras mascotas, quienes se deben estar preguntando por qué no siempre el mundo ha sido así. Si pensaran en voz alta, probablemente cuestionarían a dónde partíamos tan apurados en las mañanas y en las tardes le darían vueltas al enigma de nuestra postergada llegada.
¿Por qué se demoraban tanto?
En consulta, no puedo dejar de preguntar por estos seres silentes, pues muchas veces, en la mitad de las sesiones, un gato literalmente se roba la cámara o escucho el caminar animado de un cuadrúpedo. Para algunos clientes, hablar de sus mascotas es tan agradable o natural como hablar de un hijo o de un ser muy querido, mientras para otros, es como si les hubiesen pillado una debilidad.
Este es el caso de Elisa, una corredora encerrada, que ante mis preguntas por Chiquita, se desconcertaba, pese a que literalmente estábamos los tres en línea compartiendo pantalla.
Mira, no entiendo tus preguntas por Chiquita, pero supongo que ha estado bien o que ha estado mejor que nunca. Está más plácida, más tranquila, más regalona y sí, sí me pregunto qué va a pasar con ella cuando vuelva a la oficina, pues a las dos nos ha desestresado no tener que ir a la casa de mi hermana.
¿Qué ha cambiado?
Te juro que me da vergüenza hablar de Chiquita contigo, lo mismo que hablar de Víctor. Son cosas muy mías que no hablo con nadie y supongo que no dejar a Chiquita donde mi hermana me ha ahorrado preguntas sobre mi vida personal. Además, para Chiquita, verme todo el día ha sido un descanso constante. Nunca me imaginé que pudiera dormir tanto en el día y aun así dormir toda la noche. Su placidez también me calma y aunque lo único que quiero es que esto se acabe, estoy segura que voy a echar de menos pasar tanto tiempo juntas.
¿Y por qué crees que te pasa lo mismo con Víctor cuando te pregunto por él?
Sabía que no la ibas a dejar pasar, pero bueno, me tranquiliza saber que pasa por tu cabeza. Víctor es parte de mi mundo. Una parte que no tiene ninguna relación con ninguna otra. Por decirlo de una manera más simple, no tenemos amigos en común ni en Facebook, ni en Instagram ni en nuestras vidas más allá de la oficina. En Linkedin nos une la empresa, nuestras compañeras, algunos clientes, pero nada más. De hecho, no lo tengo en ninguna red y sólo hablamos por el grupo de WhatsApp de la oficina.
¿Y cómo explicarías tu comportamiento en redes sociales con él?
Para afuera no tenemos nada en común, pero cuando estoy con él, siento lo mismo que con Chiquita, siento que puedo ser realmente yo y que todo está bien. No hay nada malo en mí, no tengo nada que ocultar. A él le dan risa todas mis tonteras y mis inseguridades, pero a la vez se las toma en serio. No sabría explicarlo, se ríe, pero no se burla y me hace sentir que, en vez de estar loca, ser difícil o complicada, soy genial, única.
¿Te gusta?
Ay, que eres latero, sabía que en algún momento me ibas a preguntar eso y no quiero. No quiero pensar en esto, es imposible y no quiero cambiar las cosas. Es demasiado trabajo.
¿Tú crees que para Chiquita sería imposible verte con Víctor?
No, a Chiquita no le parece imposible. Tal vez le parezca normal y seguramente se pondría celosa, pues cuando viene gente acá no se separa de mí hasta que entra más en confianza. Pero seguramente después lo encontraría adorable. En definitiva… no puedo creer que esté hablando de lo que piensa Chiquita de Víctor… el problema es otro. El problema no es Chiquita, ni Víctor, ni yo, sino todo lo demás.
En este momento, para mi sorpresa, Elisa se pone a llorar y Chiquita, cariñosamente, lengüetea las lágrimas de mi cliente. Pasan varios segundos y desde mi pantalla espero. En otro contexto le habría pasado un pañuelito desechable, pero en este no puedo más que agradecer el afán de Chiquita.
Que terrible esta webada de hablar de mí. No de mí, en realidad, de mi mundo, un mundo tan cuadrado donde personas como Víctor y Chiquita no tienen cabida. Para mí mamá y para mi hermana, y para todas las personas que las rodean, mi relación con Chiquita es tan cuestionada como mi decisión de separarme de Juan José. Cómo pude dejarlo ir, algún día te arrepentirás, nunca encontrarás otro como él y se te están yendo los mejores años de tu vida trabajando, son algunas de las frases que me resuenan en la cabeza y que me frenan. Es atroz esta cosa a la Romeo y Julieta, es atroz y patético, pero así es, y a veces me encanta que así sea, y otras sufro, pero ni me imagino lo que me puede llegar a pasar o lo que voy a sentir si algún día Víctor se enamora de otra.
¿Y tú crees que está enamorado de ti?
Idiota, idiota, eres un idiota… en este punto Chiquita se pone a ladrarle a Elisa y ésta se pone a llorar. Esta vez se tapa la cara con las dos manos y Chiquita lengüetea frenéticamente los dorsos y las puntas de los dedos de su ama.
Perdona Sebastián, no quise decirte idiota, disculpa, no eres un idiota, simplemente reaccioné así porque estoy muerta de miedo y pena. Me hace mal este encierro, echo de menos correr, pero sobretodo hablar y ver a Víctor. En el chat del banco nos hace reír a todas, pero no creo que ninguna sepa lo que siento por él. No hablamos por WhatsApp cosas personales, pero cuando recibo un mensaje de él me pasan cosas y me encantaría saber si a él también, pero no me atrevo. Me paralizan las voces de mi familia, de mis amigas y pienso en mi papá, que él dejó todo esto atrás y se fue a viajar por América y se terminó instalando en Costa Rica. De niña lo odié profundamente por esto. Lo odiaba por lo que le hizo a mi mamá, a mi hermana, pero cuando crecí lo comprendí. Y comprender esto fue atroz.
¿Por qué?
Porque dejé de odiarlo y me di cuenta que al hacerlo me distanciaba de mi madre, de mi hermana, de mis abuelos y de toda mi familia. El odio nos unía y sentí que algo se rompió en mí cuando comprendí que probablemente él se tuvo que ir para ser él mismo.
Perros en cuarentena
En ese momento Chiquita salta del lado de Elisa y por segundos la dejo de ver. Escucho sus pasos ágiles y acelerados. Deduzco, por el ruido, que arrastra algo metálico y súbitamente reaparece con su cadena en el hocico.
Increíblemente, se había acabado la hora, pero esta vez, a diferencia de todas las anteriores, Elisa me sonrío a la cámara y me agradeció haberle preguntado por Víctor y por Chiquita.
Tras apagar el computador, me puse de pie y me estiré. Sí, estaba cansado, pero sentí que, como Gulliver, me había sacado de encima muchas pequeñas amarras. Pensé en Chiquita, en Víctor y en todas esas piezas que no encajan en el puzzle.
Sin perro a quien pasear o gato a quien acariciar, miro las plantas de la terraza y llego al absurdo pensamiento de que estas viven, crecen y se reproducen sin necesidad de correr ni de ser acariciadas. Simplemente están ahí y cuando se acabe la cuarentena, ahí estarán.
Para finalizar, los dejo con estas arbóreas palabras de Alexander Lowen.
“El crecimiento es un proceso natural, que no puede forzarse. Su ley es la de todos los seres vivos. El árbol, por ejemplo, únicamente crece hacia arriba si sus raíces se hunden profundamente en la tierra. Aprendemos a base de estudiar el pasado. Una persona solo puede crecer, por tanto, fortaleciendo sus raíces en su pasado. Y el pasado del individuo es su cuerpo”.
Continuará…
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.