En 1866, el explorador chileno José Santos Ossa descubrió abundantes depósitos de salitre en el Salar del Carmen, cercano a Antofagasta, entonces terrenos que pertenecían a Bolivia. Tras una serie de negociaciones, el propio Ossa consiguió un permiso que lo autorizaba a extraer el mineral por 15 años.
Este fue el inicio de una etapa próspera para Chile, tanto en lo económico, como en lo social. En la década de 1870, la industria del salitre ya era toda una realidad, con trabajadores e inversionistas de diferentes partes del mundo.
Justamente en 1872, fue construida la principal y más conocida oficina salitrera del país: La Oficina Salitrera Humberstone, llamada originalmente La Palma. Responsabilidad de la Peruvian Nitrate Company, estaba ubicada en plena Pampa del Tamarugal, a 50 kms. de Iquique (Región de Tarapacá).
Entre 1900 y 1929, se vivió el período de mayor enriquecimiento y gloria del mineral, llamada la “belle époque” chilena. Más tarde, en la década del 30 y 40, motivado en parte por la Gran Depresión y la aparición del salitre sintético, la extracción del mineral y las diferentes oficinas salitreras que operaban en torno a él, comenzaría a cerrar y desaparecer.
Finalmente, en 1958 la Compañía Salitrera de Tarapacá y Antofagasta entró en una aguda crisis y terminó por disolverse; Humberstone fue cerrada definitivamente y sus últimos habitantes la abandonaron entre 1960 y 1961.
¿Qué significado tuvo para el país este valioso mineral? ¿Cuáles fueron sus implicancias sociales, culturales y económicas?
Raúl La Torre, historiador del Museo del Carmen de Maipú, señala que el salitre tiene un significado histórico fundante de lo que hoy conocemos como Chile. “Fue la causa de la guerra con Bolivia y Perú que terminó por definir el territorio continental de nuestro país. También fue el motor que dio lugar a un próspero período de tiempo que permitió el desarrollo de las regiones nortinas, la conectividad por medio de ferrocarriles y el producto que ubicó a Chile en el mundo, en temas como tecnología, industria y minería”.
Patricio Díaz, director de la Corporación Museo Del Salitre, explica que el salitre era conocido desde el siglo IX por los chinos en fuegos artificiales y como explosivo, “lo informan los documentos de la batalla de Mohi, en 1241. Pero su desarrollo más importante nace en base a las necesidades básicas de los cultivos en Europa para la alimentación humana, los vegetales, los que para su nutrición requieren los que llamamos fertilizantes, que permiten un mayor rendimiento de cultivo por hectárea y que fueron descubiertos por diferentes científicos de la época”.
Consuelo Valdés, ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, establece que “Humberstone y Santa Laura son testimonio de una era donde el salitre marcó la vida del norte grande de Chile y sin duda de todo el país. Este oro blanco generó prosperidad económica y con ella un desarrollo cultural y una cultura viva que marcó a generaciones. Existió entonces una cercanía con los hábitos culturales y las expresiones artísticas que los pampinos recuerdan con especial cariño, y que se puede evidenciar al transitar por las oficinas salitreras y ver, por ejemplo, el hermoso teatro en la plazuela principal”.
Mario Cruz, actualmente folclorista, vivió parte de su infancia en Humberstone. “Yo pertenecía a la vida de los empleados, pero también me crié con mi abuela que vivía en el campamento obrero. Eran dos mundos distintos e incluso se vivía en sectores diferentes... escuelas, casas, modo de vida diferentes”, señala.
Cruz recuerda que de la plaza hacia el oeste, “estaba la población de empleados, jefes y profesionales. Al este la de obreros, solteros y algunos pequeños comerciantes chinos, aymara y quechuas”.
Siendo hijo de empleado, “fui a la escuela pública, la de los obreros, estuve cerca de un año y después me fui a Iquique”, establece Cruz.
El folclorista revive un episodio complejo de su paso por Humberstone. “Recuerdo que los primeros días que llegué a la escuela, los compañeros me rodearon y me golpearon por ser hijo de empleado, pero aprendí de sus juegos y me permitieron ser uno de ellos”.
Estuvo en el desarme de la oficina, “recuerdo cómo se iban las familias con sus pocos muebles en camiones, y dejaban a sus perros y gatos abandonados con mucha tristeza. Las familias se despedían llorando dejando atrás los días felices vividos allí, entre otras cosas”, señala.
Patrimonio de la Humanidad
La oficina salitrera de Humberstone fue declarada Monumento Histórico el 16 de enero de 1970. Desde 2001 se encuentra bajo la protección de la Corporación Museo del Salitre.
Hoy estos lugares son Sitio de Patrimonio Mundial luego de haber permanecido por años en la lista de Patrimonio en Peligro. “Tras un largo trabajo entre el Estado, la comunidad y el destacable empuje de la Corporación Museo del Salitre, finalmente en julio de 2019 pudimos celebrar entre todos el reconocimiento de Unesco a los valores universales excepcionales de las salitreras de Humberstone y Santa Laura”, añade Valdés.
La importancia del salitre como fertilizante, “comenzó partir de 1830, que perduró hasta los años 1920, cuando aparecieron los fertilizantes sintéticos como la urea, período que permitió durante un siglo aproximadamente ser el único producto en su comercialización desde la explotación del caliche desde el desierto más seco del mundo”, agrega Díaz.
Para Chile significó una gran movilidad demográfica hacia el norte, la que después fue enriquecida con diferentes olas migratorias. “Si para antes de la Guerra del Pacífico eran los chilenos la mayor población extranjera en las regiones salitreras de Perú y Bolivia, para la década de 1880 esta movilidad aumentó considerablemente una vez anexados los territorios para Chile”, añade La Torre.
Es fundamental señalar que si bien la industria salitrera fue una importante fuente de trabajo durante buena parte del siglo XIX, “esto no se vio directamente reflejada en una mejora de las condiciones laborales. Es justamente aquí donde encontramos un foco de ebullición para el desarrollo de los sindicatos y partidos políticos gremialistas, no sin dejar de lado una serie de lamentables hechos históricos que afectaron a estas poblaciones trabajadoras y que terminaron por repercutir fuertemente en la primera mitad del siglo XX”, establece el historiador del Museo del Carmen de Maipú.
Díaz señala que el aporte del ingeniero inglés Santiago Humberstone, con su sistema Shanks, “permitió que fuera posible económicamente su producción con maquinarias traídas desde Europa, además de recursos confeccionados en el país. En este desierto, no había ninguna actividad económica, y se establecieran sobre 270 centros productivos llamadas oficinas salitreras donde llegaron a trabajar más de 65.000 obreros, con una población superior a 500.000 habitantes de diferentes nacionalidades, logrando producciones anuales sobre un millón de toneladas. Incluso, en algunos años como antes de la primera Guerra Mundial, la producción fue aproximadamente alrededor de 3.000.000 toneladas de salitre anuales”.
No hay que olvidar también el rol que cumple el salitre como una de las causas señaladas por varios historiadores para la Guerra Civil de 1891, que terminó con el gobierno del presidente José Manuel Balmaceda. “A fin de cuentas, fue el actor protagónico del período comprendido entre los años posteriores a la Guerra del Pacífico y la Gran Depresión de 1929″, expresa La Torre.
¿Guerra del Pacífico o Guerra del Salitre?
La Guerra del Pacífico y los tratados limítrofes con Bolivia y Perú, tuvieron incidencia total e intrínseca con el salitre. La Torre argumenta que “hay historiadores que denominan a la Guerra del Pacífico como la Guerra del Salitre por el papel que cumple en el desarrollo inicial del conflicto y en sus consecuencias limítrofes una vez terminada la guerra. Tanto para Perú como para Bolivia el significado de la derrota era la pérdida de un amplio territorio, y la salida al mar para el país altiplánico, como también el ceder definitivamente su principal fuente de riqueza”.
Las independencias de los países de Chile, Perú y Bolivia, se concretaron en 1810, 1821 y 1825 respectivamente, pero las fronteras con Bolivia no estaban claramente definidas, lo que constantemente estuvo en litigios fronterizos con el país vecino por los tratados de los paralelos 23 y 24, “donde Chile podía explotar salitre sin el cobro de impuesto. Fue el presidente boliviano Hilarión Daza quien decretó en febrero de 1878 un impuesto de 10c/Qq de salitre a la empresa chilena Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta (CSFA). A partir del 14 de febrero de 1879, si no se pagaba el impuesto, serían confiscadas sus instalaciones. Antes de que ocurriera, el Gobierno chileno ordenó al Ejército chileno realizar el desembarco de sus tropas en la ciudad de Antofagasta, iniciando lo que se llamaría la Guerra del Pacífico o del Salitre”, señala Díaz.
En base a los acontecimientos, Díaz añade que “Perú no aceptó permanecer neutral ya que había firmado con Bolivia un Tratado de Alianza Defensiva de carácter secreto, con lo Chile determinó declarar la guerra a ambos aliados el 5 de abril de 1879. El 6 de abril, Perú declaró el casus foederis, es decir, la entrada en vigor de la alianza secreta con Bolivia”.
La Guerra del Pacífico finalizó en 1884, “lo que otorgó a Chile tener un incremento en su soberanía de 588.645 km2 a 756.950 km2, donde se integraron las Provincias de Antofagasta con 126.079 km2 y Tarapacá con 42.226 km2. Territorios que contaban con salitre y yodo, minerales de cobre y sus derivados, como también los minerales borax, potasio y litio”, establece Díaz, director de la Corporación Museo del Salitre desde 2007.
Inmediatamente después del término de la Guerra del Pacífico en la que Chile anexó los territorios salitreros de Antofagasta y Tarapacá, el mineral se convirtió en el principal ingreso del país. “El Estado chileno motivó el desarrollo de la industria salitrera respetando la inversión privada, a la vez que impuso un considerable impuesto al mineral. Convertido Chile en el único país extractor del salitre en el mundo, los beneficios manifestados en la recaudación fiscal no tardaron en hacerse evidentes en grades proyectos de infraestructura como puentes, represas o carreteras”, establece La Torre.
Díaz señala que debido a la producción de nitrato, entre 1880 y 1920, las exportaciones salitreras crecieron a un ritmo de 6,1% al año y el nivel de tributación de las exportaciones salitreras aumentó desde menos de US$ 1 millón en 1880 a más de US$ 20 millones en los primeros años del siglo XX, aportando al Gobierno casi el 50% de los impuestos totales entre 1895 y 1920.
A partir del impuesto al salitre, el Estado chileno promovió el desarrollo de grandes proyectos de infraestructura a nivel nacional y tuvo una directa relación con el embellecimiento de las ciudades chilenas, “las noticias de bonanza económica y las posibilidades que presentaban el norte salitrero para el capital extranjero generó varias olas migratorias que produjeron un interesante desarrollo cultural”, añade La Torre.
A pesar de las consecuencias de la guerra, “los inmigrantes de Perú y Bolivia no dejaron de buscar oportunidades en los territorios ahora chilenos. A ellos se fueron sumando una fuerte presencia de inmigrantes provenientes de Argentina, Reino Unido, Croacia y Alemania. Hoy no es raro encontrar manifestaciones culturales y vestigios de esta presencia migrante en el norte de nuestro país”, explica La Torre.
Las implicancias sociales en la industria del salitre originaron una serie de cambios, “llegaron personas de distintas nacionalidades con diferentes costumbres, que se complementaron en la producción de estos productos, como el salitre y el yodo. Lucharon para obtener mejores condiciones sociales y económicas, que se concretaron con la formación de una nueva identidad llamada pampino”, argumenta Díaz.