¿Será muy loco querer divorciarme de un día para otro? Mi marido es un narciso encantador

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Es más fácil engañar a la gente, que convencerlos que han sido engañados (Mark Twain).


Se acerca el verano y los preparativos para las fiestas de fin de año y las vacaciones empiezan a tensionar las relaciones de pareja. ¿Vamos a hacer lo mismo de siempre? ¿Otra vez la navidad donde tu hermana? ¡Todo para último minuto! ¿De nuevo con tus papás? ¿Tenemos que irnos todos esos días con tus amigos? ¿Podremos pasar el año nuevo sin los niños? ¿Y nuestras vacaciones solos?

En este contexto cierro la temporada de narcisos con uno verdaderamente irresistible, el constructivo, líder que de ser bien gestionado, puede transformarse en un ser de luz. ¡Aplausos! Pero antes de escuchar los aciertos y desaciertos de este estilo, brevemente recapitulemos a los narcisos reactivos y engañosos que vimos en columnas anteriores.

Partamos con los malos de la película. Los líderes narcisos reactivos son descritos como exhibicionistas, grandiosos, insensibles, fríos y autoritarios. Vikingos dominantes y extremadamente demandantes que declaran -abierta o encubiertamente- que todos son “inferiores a ellos”. En sus tropas solo sobreviven los aduladores, pues estos jefes necesitan que el entorno les refuerce que son insustituibles y los mejores de su categoría.

En segundo lugar, vimos a los narcisos engañosos, los diplomáticos de la organización. Este estilo tiene muy buena fachada, pero tras esa aparente sofisticación y habilidad política, hay un ser que carece de genuina empatía. A estos líderes los mueve su fuerte necesidad de ser amados, valorados y, de ser posible, idolatrados. Lamentablemente los traicionan las dudas y un profundo temor al rechazo, lo que demora la toma de decisiones y genera complejos climas de trabajo.

Tras este breve resumen, es el turno de los narcisistas constructivos, fantásticos líderes que, a diferencia de sus primos hermanos, poseen el suficiente sentido del humor para reírse de sí mismos. Humor que de combinarse con altas dosis de humildad y creatividad pueden transformarlos en verdaderos líderes.

Al igual que vikingos y diplomáticos, estos constructores son muy conscientes de su gran valor en la organización, lo que no les impide -y aquí se descuelgan de los demás narcisos- reconocer sus limitaciones, el valor de los otros y las necesidades de los demás. ¡Bravo! Estamos por fin ante el bueno de la película. Un líder no solo seguro de sí mismo y de sus capacidades, sino también sensible y atento a las necesidades de los demás. Ambiciosos y enérgicos para algunos, obstinados y orgullosos para otros.

Pero no nos perdamos en las bondades de este perfil; su meta es clara, quieren triunfar, ganar, destacar, pero la gran diferencia -según el coach y analista Manfred Kets de Vries- respecto a sus pares narcisos es que “ellos no sienten las mismas necesidades de falsear la realidad para negociar con las frustraciones de la vida”. ¿Qué significa esto?

Los constructivos, frente a la derrota o cuando son defraudados, no alterarán los resultados ni mentirán o alterarán los sucesos para quedar bien parados. Tampoco los corroerá el resentimiento contra los responsables de su caída, pues son capaces de reflexionar y de sostener períodos individuales o colectivos de introspección. Así, estos líderes no solo son audaces y determinados, sino que también pueden parar, meditar sobre su actuar y reparar.

Es precisamente en estos momentos difíciles cuando más crecen, pues sus fracasos y sus acciones de reparación los humanizan, sobretodo frente a los que los consideraban extremadamente arrogantes y pagados de sí mismos.

Pero cuidado, estos narcisos también necesitan los aplausos y la admiración de los demás. Es su motor y aunque sean más realistas respecto a sus habilidades y limitaciones, no le hacen asco a la manipulación para alcanzar sus objetivos. ¿Por qué no? Estos líderes confían en sus habilidades interpersonales y no dudarán en usar sus encantos para lograr lo que antes no lograron por sí solos.

De ser necesario, escuchan y aprecian las opiniones de los demás, pero suelen hacerlo de cara a la galería, pues casi siempre asumen la última responsabilidad por las acciones colectivas para no perder nunca protagonismo. Y es que son tan altos sus niveles de auto-confianza y orientación a metas, que fácilmente son criticados por su falta de cordialidad o consideración. ¿Pero cómo no perdonarlos?

En las crisis brillan, inspiran y pueden crear una causa común, pues son flexibles, consultivos y capaces de generar reciprocidad en las relaciones interpersonales. ¡Bien hecho! Sin embargo, una vez superada la catástrofe, tienden a desconectarse de su entorno, delegar todas las tareas rutinarias y aburridas en su equipo y a ser percibidos como frívolos, arrogantes y manipuladores por sus más cercanos.

Para graficar este estilo de liderazgo les presento a Ximena, una cliente a la que por razones de confidencialidad he cambiado nombres y datos biográficos.

Hola Sebastián, pese a lo que habíamos avanzado la semana pasada, entré en una profunda crisis con mi trabajo y mi marido. ¿Qué pasó te preguntarás? Fue una tontera, pero como mi jefe estaba de viaje tuve que recibir a un importante cliente que quería dar término a un contrato. Llamé a Felipe y le conté y me insistió y me enfatizó que no hiciera nada hasta que él volviera. ¿Me sorprendió? Mira, fue cordial, pero muy enérgico. Y cuando le dije al cliente que no podía hacer nada hasta que llegara Felipe, éste me respondió que precisamente había esperado que él se fuera de vacaciones para dar término a la relación, pues está cansado de que Felipe siempre lo convenciera de todo.

¿Cómo?

Antonio, el cliente, me dijo que cada vez que quiere terminar el contrato con nosotros, Felipe lo convence de lo contrario. Y de verdad lo convence, pero cuando termina la negociación se da cuenta que aceptó algo inaceptable y tras años de caer en el juego de Felipe se hartó. Mira, me dio muchos argumentos en que una y otra vez las cosas aparentaban convenirle, cuando al final el único ganador era Felipe. Y mientras hablaba recordaba las versiones de mi jefe, donde, como siempre, había logrado lo imposible. Esta conversación me dejó mal y en el auto, camino a mi casa, me llamó Daniel, el marido de mi hermana chica. Es un tipo encantador, vieras cómo lo aman mis hijos, como lo quieren todos. Es lo máximo y de repente me dice que se va a bajar de las vacaciones familiares. ¿Cómo? Le dije que hablara con Pablo, mi marido y adivina que me dijo.

¿Qué?

Que prefería hablar conmigo porque Pablo siempre lo convence de irse de vacaciones con nosotros y él ya no quiere más. Me contó que ya varias veces lo había convencido de sumarse a viajes familiares que no podía costear, que no le convenían y que incluso no le interesaban, pero era tal la capacidad de persuasión de Pablo que le decía que sí. Y después quedaba endeudado, mi hermana se enojaba con él por no ponerle límites a mi marido y él terminaba amargado por haber caído una vez más. ¡Y esto ha pasado por más de cinco años! Y nada Sebastián, una cosa lleva a la otra, y me puse a pensar y claro, Pablo es así. Es igual a mi jefe. Logran todo lo que quieren y te convencen que tu también lo quieres. Que tú también vas a ganar, pero al final son ellos los que sonríen. ¡Y más encima tienes que agradecerles! Me puse a recordar las vacaciones y claro, Daniel fue seleccionado nacional y es profesor de educación física en un colegio y en un gimnasio. ¡No tiene el presupuesto para darse las vacaciones que le gustan a Pablo! Y no solo lo embarca, sino que termina entreteniéndolo a él y a mis hijos. A Pablo le encanta en las vacaciones entrenar con Daniel, que lo prepare físicamente y después jugar un partido. Pablo vuelve fascinado, pero la verdad es que nunca me había planteado si esto era lo que Daniel quería para sus vacaciones. Y se me apretó la guata al pensar en mi hermana, arrastrada por nosotros a estas vacaciones que la dejan sin marido y que apenas pueden costear. Y claro, Pablo después te invita a comer al mejor restaurante, a dar el paseo más exclusivo y te mima infinitamente… pero… ¿le gustará eso a Daniel? Ahora me queda claro que a mi hermana le carga. ¡Y lo peor es que recién entiendo sus caras largas en el verano! De repente me invadió una angustia infinita y recordé todos los esfuerzos que hizo Pablo para ganarse a mis papás, pues al principio no les gustaba nada su actitud ganadora. Me muero repetir afuera lo que te voy a decir, pero básicamente se los compró. ¡Qué atroz! Y se repite el mismo sistema que con mis papás.

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¿Cuál sistema?

Pablo invitaba a mis papás a todos lados -all included-. ¿Un amor verdad? Pero así se aseguraba de que nos cuidaran las guaguas, que tuviera tiempo para sí mismo y que yo no me aburriera. Y por supuesto, con ellos podíamos tener tiempo para hacer vida social o salir solos, algo esencial para Pablo. Y cuando mis papás ya no pudieron más, sumamos a Daniel y a mi hermana a las vacaciones. Sebastián, estoy enferma de rabia, asco y pena. Contra mi marido sin duda, pero también contra mí. ¿Me engañó? ¿Me dejé engañar todos estos años? ¿Será muy loco querer o necesitar divorciarme de un día para otro? Ay… no sé qué hacer y lo peor es que se vienen las vacaciones y voy a tener que decirle a Pablo que mi hermana y Daniel no vienen con nosotros. Seguramente va a estallar la guerra mundial y cuando encare a Pablo me va a dar vuelta todo y quizás terminemos casándonos por segunda vez y gozando una luna de miel 2.0. ¿Se podrá una divorciar de alguien así?

Continuará…

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