Cerca de las 20 horas del 16 de septiembre de 2015 y por tres minutos, el suelo de la tranquila localidad nortina de Illapel comenzó a moverse. Se trataba del terremoto más grande en Chile en cinco años, y el mayor en la región de Coquimbo desde 1943.
Como todo terremoto, se género una gran ruptura en la corteza, de 200 km de largo por unos 80 km de ancho. Sus ondas se sintieron en Buenos Aires y en Mendoza, y 15 minutos después del evento, cuando las típicas construcciones de adobe de la zona estaban en el suelo, un tsunami alcanzó localidades costeras cercanas y muchas otras zonas de la cuarta región, recordando desagradables fantasmas del pasado. El saldo fue de 15 fallecidos, uno en Argentina.
Lo que no sabían, era que el proceso que desencadenó el terremoto del norte se había iniciado cinco años antes, a más de 430 kilómetros de distancia hacia el sur, cerca de Constitución.
Efecto dominó
“Después de un megaterremoto como el de 2010 llega el momento del “acomodo”, proceso con algunos años de duración que consta de réplicas y deformación asismica en el continente. Y en este caso, todo Sudamérica se movió en la dirección del sismo, generando vórtices en algunos extremos”. cuenta Sergio Ruiz, sismólogo y académico de la Universidad de Chile.
“Se observó una rotación en la zona de Illapel asociado con el proceso post sísmico de 2010. Lo mas interesante es saber qué ocurrió en la misma zona de Illapel y averiguar si ambos eventos estaban relacionados”, agrega.
Según Ruiz, la hipótesis más fuerte señalaba que el terremoto del Maule había ‘acelerado’ la ocurrencia del sismo de Illapel de 2015, cambio que posteriormente fue observado con sistemas GPS y datos del Centro Sismológico Nacional de la Universidad de Chile (CSN).
“Hay un gap (brecha sísmica) entre Pichilemu y Los Vilos donde no hubo influencia del terremoto producto del movimiento viscoso que se forma en la placa; no se trata de un bloque rígido, sino que tiene cierta viscocidad. Producto de eso se producen vórtices, rotaciones, y se había acumulado energía”, indica.
“El terremoto deforma todo el espacio, no sólo la zona de ruptura”, añade el doctor en geofísica Cristián Farías Vega, quien como referencia, compara la deformación posterior a un sismo con una pizza. “Es igual a tener una pizza: cortamos una parte y al levantarla se deforma”.
Farías menciona que entre más lejos se encuentre un sitio, existe menos deformación: “En Illapel los GPS mostraban que la zona estaba bloqueada. El terremoto del Maule cambió la línea de deformación y ayudó a que el terremoto que se estaba incubando se desatara. Pero que un Mw 8.8 ayude a acelerar un Mw 8.3 es súper potente”, asegura.
Pero extrañamente, a pesar de la magnitud no se desencadenó un nuevo terremoto en el extremo norte de Chile. “Es significativo cuando se trata de un megaterremoto, pero con el sismo de Illapel el ‘empujón’ no fue suficiente”, dice Sergio Ruiz.
Cristián Farías precisa que no es la primera vez que ocurre algo similar: “Se conocen casos de 1868 y 1877 en el sur de Perú y norte de Chile; 1730 en Chile central, y 1751 en la zona centro sur del país. El de 1575 en la zona de Valdivia no hay seguridad”.
“Ahora, estos son sismos que ocurren cercanos en el tiempo, pero que aún no se demuestra que uno haya acelerado el otro. Podría ser, pero hay que estudiarlo”, agrega.
“Son sismos que ocurren uno cerca del otro en tiempo y espacio, y podría ser que el primero haya ayudado a acelerar el segundo, como en Illapel. Sin embargo, es sólo una hipótesis, que tiene que demostrarse”, indica el geofísico.
En todo caso, para Sergio Ruiz el vínculo entre los terremotos de 2010 y 2015 sólo anticiparon lo inevitable. “Tarde o temprano, el terremoto de Illapel igual hubiese ocurrido”, sentencia.
Pero los volcanes no sólo son capaces de provocar otros sismos. También tienen incidencia en otros volcanes, aumentando su actividad o incluso, disminuyéndola.
El gran laboratorio
“Cuando uno quiere poner a prueba teorías de los procesos de la tierra, uno de los experimentos más obvios son los terremotos. El problema es que no se pueden predecir”, comenta Cristián Farías.
El científico apunta a que de la misma forma que los eclipses y supernovas ayudan a los astrónomos a conocer más de estos fenómenos, procesos como los terremotos también pueden instar a los científicos a desarrollar estudios que ayuden a comprender los terremotos. En este caso, el movimiento telúrico de 2010 ayudó a conocer casos en los que algunos volcanes aceleraron o apaciguaron sus procesos.
“El sismo del 27F generó deformaciones muy grandes en todo el territorio, sobre todo la zona central. Existen volcanes que aumentaron su actividad, como una erupción en septiembre de 2010 con el Peteroa, el Copahue en 2012 o el Nevados de Chillán, frente a una de las zonas más afectadas por el terremoto, que hizo erupción después del sismo de Illapel y reaccionó con las replicas del terremoto: un movimiento de Mw 6.1 aumentó la sismicidad y después un Mw 7.1 la disminuyó. Es rarísimo, porque el sismo más pequeño lo hizo aumentar su actividad y el mas grande lo calmó”, explica el geofísico.
Farías precisa que en los volcanes, las ondas sísmicas afectan fallas que a su vez, abren espacios y permiten que el fluido (magma o agua) suban.
“El indicio es que el terremoto pudo hacer que el fluido no subiera, y por ende la actividad disminuyera. El sismo hizo que se abrieran espacios y el Llaima se calmara”. sostiene.
“Lo que hoy se sabe es que los grandes terremotos afectan a los volcanes, pero sólo en casos muy específicos gatillan erupciones”, señala Luis Lara, Vulcanólogo del Servicio Nacional de Geología y Minería (Sernageomin).
“De otra forma, para que una erupción sea inducida por un terremoto se requieren condiciones especiales en el volcán. El 27F es un ejemplo de ello, porque existiendo algunas condiciones (sismo mayor a Mw8) e incluso evidencia de deformación a gran escala, ningún volcán hizo erupción inmediatamente. Otra cosa es lo que pueda ocurrir tiempo después cuando intervienen otros mecanismos”, añade.
A 1.200 Kilómetros del epicentro en el sur de Chile, un volcán en Bolivia coincidía con el científico.
El misterio boliviano
A más de 6 mil metros, el Uturuncu es una de las montañas más elevadas de la zona sur de Bolivia, uno de los macizos de su tamaño más fáciles de alcanzar por los montañistas. Es también el hogar de un volcán semi dormido -presenta algunas fumarolas activas- del mismo nombre, que posterior al megaterremoto en Constitución, extrañamente comenzó un enjambre sísmico.
“Normalmente se piensa que el volcán debe estar activo. Es como si tuviésemos una lata de bebida con gas y otra sin gas, y las agitamos: la que va a reaccionar es la que tiene más gas”, cuenta Cristián Farías.
“Hay que esperar a que el terremoto haga algo, pero es difícil de cuantificar. Existen otros volcanes como el Villarrica y el Llaima que estaban más cerca del epicentro; incluso el Láscar, ¿por qué no reaccionó? quizá lo raro del caso es que el volcán boliviano estaba muy activo”, puntualiza.
“Los vecinos no siempre reaccionan como uno espera”, sostiene.