Columna de Jorge Fábrega: En la cuerda floja
No debería sorprender a nadie que entre las noticias que nos llegan desde la Convención se repitan ideas que parecen mal formuladas, con excesos de adjetivos, con implicancias mutuamente contradictorias entre dos o más artículos o que, definitivamente, parecen tener consecuencias que no han sido debidamente ponderadas.
Quizás usted ha escuchado que la verdadera acción en un parlamento sucede en las comisiones. Allí, las distintas coaliciones políticas miden fuerzas, negocian y finalmente producen textos que someten a votación en el hemiciclo.
Esta misma lógica debería aplicarse a la Convención Constitucional, pero hay tres dificultades que le imponen más presión a ésta de la que enfrenta un parlamento como el chileno y eso la obliga a balancearse sobre una cuerda floja.
La primera es el tiempo. A diferencia de las comisiones en los parlamentos, las de la Convención tiene sólo semanas de plazo para proponer algo. No pueden, por lo tanto, dejar dormir propuestas de textos para negociarlos pacientemente, avanzar y retroceder, poner y sacar de la tabla, etcétera. Los tiempos de la convención lo impiden.
La segunda dificultad es que, en contraste con los parlamentarios que son mayoritariamente políticos profesionales, la mayoría de las y los convencionales se vieron las caras por primera vez recién hace ocho meses y muchos no tenían experiencia previa en cuerpos colegiados. Así, mientras los parlamentarios suelen tener años conociéndose mutuamente todos los trucos, los puntos débiles, los modos de negociar, etcétera, los convencionales no son mayoritariamente profesionales de la política legislativa y, por ende, han empezado un aprendizaje forzoso y acelerado.
Por último, hay un detalle procedimental. En los parlamentos hay leyes con distintos quórums que permite a los parlamentarios avanzar en negociaciones transversales de textos que requieren quórums más bajos y así ir construyendo voluntades para otros que requieren quórums más altos. Pero en las comisiones temáticas de la Convención todo se aprueba por mayoría simple; y en el pleno, por dos tercios. Ello impone una exigencia adicional a los miembros de las comisiones que no tienen la oportunidad de ese acercamiento con los adversarios políticos que da el debatir en torno a leyes de distintos quórums.
Por lo tanto, las comisiones deben proponer artículos en las temáticas que le fueron delegadas con tres peros: severos límites de tiempo, sin muchos jugadores expertos en las estrategias propias de los pasillos legislativos y sin instancias que faciliten negociaciones transversales que permitan cultivar acuerdos de largo plazo.
¿Qué es lo que hace un grupo humano sometido a ese escenario? Bueno, si los que piensan similar tienen mayoría simple en las comisiones, todos los incentivos están puestos en que lleguen a acuerdos entre ellos, ignoren al resto, y despachen aceleradamente lo acordado sin demasiado tiempo para sopesar sus implicancias.
Por ende, así como vemos desaguisados con frecuencia en parlamentos asentados, no debería sorprender a nadie que entre las noticias que nos llegan desde la Convención se repitan ideas que parecen mal formuladas, con excesos de adjetivos, con implicancias mutuamente contradictorias entre dos o más artículos o que, definitivamente, parecen tener consecuencias que no han sido debidamente ponderadas.
El caso más notorio de esta dinámica ha sido la Comisión de Medio Ambiente. Y eso tampoco debería sorprender a nadie porque el votante mediano de dicha comisión es el que ideológicamente está más alejado de los dos tercios del plenario. Ello se representa en el siguiente gráfico.
Tomando todas las votaciones plenarias hasta el 4 de marzo del 2022, el gráfico resume la estimación de las preferencias ideológicas de cada convencional representados como círculos celestes. El círculo rojo representa al convencional que si todos quienes están a su izquierda votan “A Favor”, su voto da los dos tercios para la aprobación. Por otro lado, los puntos negros representan las ubicaciones de los votantes medianos de cada una de las comisiones temáticas. Como puede verse, todas ellas están a la izquierda del votante pivotal (2/3), pero la que se aleja más de éste es la Comisión de Medio Ambiente.
Con las mencionadas dificultades a cuestas, los miembros de dicha comisión, en su mayoría de marcado interés ecologista, se encerraron a producir un texto que los representaba. Cuando ese texto llegó al plenario su contenido resultó tan alejado del votante pivotal de la Convención que fue rechazado casi en su totalidad. Luego, sin mayores puentes tejidos con otras visiones, la comisión sigue avanzando en ideas alejadas de la posibilidad de ser aprobadas en el pleno. Y no tiene tiempo para probar estrategias más eficaces sin renunciar a algo. Pero los vínculos con visiones diferentes no se han tejido porque no hay tiempo y negociar quizás es visto por más de algún convencional de ese grupo como una capitulación. Si fuesen profesionales de la política, la historia podría ser diferente, pero todo indica que no habrá eco-constitución.
La situación de la Comisión de Medio Ambiente se reproduce, quizás, con menos intensidad en las otras comisiones. Pero hay algo que no tiene vuelta atrás: como la verdadera acción ocurre en las comisiones, estamos viendo en vivo y en directo el balanceo de la convención sobre una cuerda floja que, por el bien de todos, ojalá resista.
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