Medio siglo después
Mayo fue una instancia reveladora de las contradicciones y de los nuevos conflictos que estaban en el nudo de esa sociedad y que, bien o mal, la política de los últimos 50 años aprendió a manejar. No siempre, no totalmente y casi nunca de manera oportuna. Pero, entre sumas y restas, imposible no reconocer que algo se aprendió.
A pesar de no haber cumplido con el estándar que normalmente la historia les exige a las revoluciones, cuyos paradigmas son la francesa y la bolchevique, los movimientos de Mayo del 68 cambiaron el mundo para siempre. Al menos el mundo desarrollado. Los antiguos conceptos de autoridad y legitimidad tuvieron que reciclarse y la balanza, que hasta entonces siempre había estado inclinada para el lado de los padres, los profesores, los poderosos, los jefes o superiores y los policías, entró a favorecer en adelante a los hijos, los alumnos, los débiles, los subalternos y los manifestantes y revoltosos. El peso de la prueba, por decirlo así, se invirtió. Ahora era el poder el que tenía que dar explicaciones y rendir prueba de su inocencia o integridad.
Mayo del 68 respondió probablemente no a las mismas causas en Francia que en Estados Unidos o en América Latina. Vietnam, por ejemplo, era un tema mucho más presente en Berkeley que en La Sorbona. Pero el fuego libertario fue muy parecido. Cincuenta años después de los acontecimientos, quizás lo que más llama la atención al día de hoy es lo rápido que fue todo. La policía entró a La Sorbona a comienzos del mes para sofocar una rebelión estudiantil que había comenzado semanas antes y la represión volcó las simpatías de la opinión pública en favor de los jóvenes. El día 10 el motín se extendió al barrio latino y varias otras zonas de la capital francesa. Ese día volvió de su gira asiática el primer ministro Georges Pompidou. El lunes 13 fue el día de la ruptura total y ya entonces la causa estudiantil era también la de los obreros y prácticamente toda Francia estaba paralizada. La sensación de un enorme vacío de poder se instaló en los días siguientes y la visita más o menos secreta de De Gaulle, a fines de mayo, a las tropas francesas estacionadas en Alemania desde el fin de la Segunda Guerra, para asegurar la lealtad de las mismas al régimen constitucional, marcó el comienzo del fin del liderazgo del general en la política francesa. En junio el conflicto continuó en las aulas, en las fábricas y en calles, y al mes siguiente Francia daba vuelta la hoja del episodio con el histórico triunfo de la derecha en elecciones legislativas, que fortalecieron al oficialismo e hicieron caer prácticamente a la mitad la representación en la Asamblea Nacional tanto del Partido Comunista como de la izquierda democrática y socialista que lideraba Francois Mitterrand.
Cuesta creerlo aún hoy: cómo es que pasando tan poco en el plano político al final haya pasado tanto en el plano cultural.
Sin duda que Mayo del 68 también se hizo sentir en la política chilena. Nuestro país siempre ha estado conectado a la escena mundial mucho más de lo que la noción de tierra recóndita e insular tiende a conceder. Olvidamos que los movimientos revolucionarios europeos de 1848 también tuvieron su réplica en Chile muy poco después, en los inicios del gobierno de Manuel Montt, y que no fue necesario mucho tiempo para que las frustraciones con el sistema democrático de los europeos de fines de los años 20 también se manifestaran en distintos movimientos políticos acá. Es más: aquí la reforma universitaria partió incluso antes, el 67, cuando los estudiantes de la Universidad Católica de Valparaíso se tomaron la Casa Central y exigieron la salida del rector. El 68, cuando ya medio mundo estaba en llamas, le llegaría el turno al resto de las universidades.
Obviamente el contexto del Mayo europeo fue muy distinto al del nuestro. Las jornadas subversivas en el primer mundo vinieron a coronar el tránsito de sociedades que se estaban asomando al capitalismo posindustrial. Chile creía estar intentando ser una sociedad industrial, pero la verdad es que recién estaba dejando de ser una sociedad agraria. Sin embargo las banderas de rechazo a la sociedad mercantil, al consumo, a la tecnocracia, a la represión social, al autoritarismo, a las instituciones heredadas o al crecimiento como meta, fueron abrazadas con la misma intensidad en todos lados y terminarían siendo parte del capital cultural de la izquierda. Al menos de la izquierda que pasaba el test que Raymond Aron llama de las tres M: Marx, Mao, Marcuse. El 68 chileno es importante para entender las crisis que afectaron a la Iglesia, a la DC y, sobre todo, para entender al Mapu. A Chile posiblemente la incidencia del Mayo francés llegó con fibras libertarias más atenuadas, en parte porque la izquierda todavía se reconocía en una matriz marxista y en parte porque tendrían que pasar varios años para que la reivindicación del Eros de los universitarios parisinos y californianos entrara al radar de la discusión pública chilena. En esa época nuestra izquierda era casi tan casta o hipócrita como la derecha.
La verdad es que el Mayo chileno se vino a despegar con mayor intensidad en las protestas del movimiento estudiantil del 2010. Fue en ese momento cuando el sistema universitario chileno, a raíz de su acelerada expansión en los años previos, se enfrentó a una coyuntura parecida a la que habían vivido Francia y otros países cuatro décadas antes. Entre un tercio y la mitad de los estudiantes que se rebelaron contra la presidencia imperial de De Gaulle correspondía a jóvenes de la primera generación que pisaba una universidad y esta fue una analogía que en su momento no estuvo muy presente entre nosotros.
No es fácil entender por qué Mayo del 68 alcanzó con tanta rapidez los contornos disruptivos que tuvo ni es tampoco fácil explicar por qué el movimiento se licuó tan pronto. Si fue o no fue una revolución sigue siendo hasta el día de hoy una discusión interminable. Lo que sí parece claro es que se trató -como lo planteó Alain Turaine- del choque de una sociedad con lo que ella misma por un lado incentivaba y por el otro reprimía. Más que un rechazo a la sociedad industrial y su cultura, Mayo fue una instancia reveladora de las contradicciones y de los nuevos conflictos que estaban en el nudo de esa sociedad y que, bien o mal, la política de los últimos 50 años aprendió a manejar. No siempre, no totalmente y casi nunca de manera oportuna. Pero, entre sumas y restas, imposible no reconocer que algo se aprendió.
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