Columna de Héctor Soto: Curados de espanto

Alejandro Madrid

¿Lo grave entonces está en lo plausible que es su conclusión? Por supuesto, porque habla de la bancarrota moral de los aparatos de seguridad de Pinochet. Aunque a Frei no lo hayan matado, para los pelos saber que perfectamente pudieron haberlo hecho. Las sospechas de su muerte salpican incluso los escenarios más cándidos. Y lo salpican por razones obvias. ¿Por qué el mismo aparato de seguridad que atentó contra el general Prats, Leighton y Letelier, entre otras salvajadas, no iba a atentar también contra Frei en una clínica, donde las cosas podían hacerse bastante más fáciles?



Finalmente, el ministro Alejandro Madrid emitió el fallo de primera instancia por la muerte del Presidente Eduardo Frei. Desde afuera, y sin haber seguido los detalles de la extensa investigación, vaya que cuenta determinar qué es lo más grave. Y cuesta porque, junto con estar literalmente curados de espanto, al parecer hemos generado una costra de indolencia que nos permite hablar de estos temas sin gran convulsión ni sobresalto. ¿Es grave porque el juez se formó la convicción de que aquí hubo un homicidio, un magnicidio, el primero de nuestra historia política? Por cierto, pero seamos francos. Es lo que estábamos esperando: ningún juez se toma más de 15 años en un caso para decir que nunca hubo delito.

¿Lo grave entonces está en lo plausible que es su conclusión? Por supuesto, porque habla de la bancarrota moral de los aparatos de seguridad de Pinochet. Aunque a Frei no lo hayan matado, para los pelos saber que perfectamente pudieron haberlo hecho. Las sospechas de su muerte salpican incluso los escenarios más cándidos. Y lo salpican por razones obvias. ¿Por qué el mismo aparato de seguridad que atentó contra el general Prats, Leighton y Letelier, entre otras salvajadas, no iba a atentar también contra Frei en una clínica, donde las cosas podían hacerse bastante más fáciles?

Tercera perspectiva. El fallo es un escándalo porque atribuye el crimen a dos médicos –uno como autor, el otro como cómplice- que intervinieron en la segunda operación al exmandatario, luego que su salud se complicara tras la primera intervención. La sentencia a este respecto es muy dura. Y lo es porque cuesta entender que un médico, que ante todo es un profesional de la vida y al cual todo paciente se entrega con una confianza que simplemente es ciega en el quirófano, pueda desempeñarse con tal perversidad o incompetencia que su actuación los sindique, en opinión de un juez, como responsables de homicidio. Es un crimen pero también es una infamia médica mayúscula: quienes tenían que salvarlo lo mataron. El hecho entraña, tanto como un delito, una suerte de obscenidad ontológica y violenta el orden natural de las cosas. Sí, puede haber sido así. El juez Madrid cree que fue así. Pero la duda persistirá siempre.

Lo peor del caso Frei es que esas dudas nunca se van a disipar. El trabajo del juez Madrid es respetable por muchos conceptos. Interpreta el sentido común e intuiciones ciudadanas que venían de mucho antes. Su sentencia es meticulosa en los hechos circunstanciales: identifica a gente que informó, que rodeó, que interceptó, que entró, que salió. Está bien, todo eso fue descarado y plantea miles de sospechas. El fallo también reivindica el contexto: la mesa para el asesinato, por decirlo así, estaba puesta.

Pero no es rotundo en los hechos decisivos: quiénes, cómo, dónde y para qué. Dice que no hubo veneno y que si lo hubo no pudo probarse. Dice que hubo una feroz negligencia profesional del médico que operó, pero ¿fue tanta como para que su desempeño se equipare al homicidio? Dice que hubo un crimen, se supone que también un plan para asesinarlo, pero no pudo establecer la concertación para cometerlo y por eso debió quedarse en el homicidio simple. Así las cosas, estos condenados actuaron por iniciativa propia, lo cual obviamente contraría el sentido común y hace pensar en que falta una pieza. O varias. El problema –ha dicho el juez- es que muchas de estas cosas no se pudieron probar. De acuerdo, muy lamentable, atendido sobre todo el empeño que le puso. Pero no es malo recordar que en los dominios del derecho penal clásico los jueces suelen cuidarse de dar por establecidos hechos y conexiones que justamente no se hayan podido probar.

¿Pasó ya demasiado tiempo? Sí, demasiado. Hubo un juez que se enamoró de su tesis –el envenenamiento- y que, no pudiendo sostenerla, decidió salvar su investigación por el lado de la negligencia médica deliberada. Salida de emergencia. Quizás por lo mismo este no es un fallo que cierre el caso. Y la pregunta es si la justicia chilena alguna vez lo podrá cerrar.

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