Columna de Héctor Soto: Los cercos y el valor agregado
"Más allá de las incidencias asociadas a la instalación del gobierno, ¿qué quiere realmente la centroderecha para Chile? ¿Un poco más y mejor de lo mismo? ¿O un horizonte de oportunidades sustancialmente distinto?"
Los cinco grandes acuerdos a que convocó el Presidente el mismo día en que recibió la banda presidencial deberían contribuir a perfilar su administración. Por eso la premura en anunciarlos y la oportunidad escogida. Inciden esos acuerdos en áreas que son importantes para la ciudadanía y en las cuales el país está muy en deuda: protección a la infancia, seguridad ciudadana, servicios de salud oportunos y de calidad para todos, paz y estado de derecho en La Araucanía y presión sobre el desarrollo para expandir el bienestar y derrotar la pobreza en los próximos ocho años.
Obviamente, no son los únicos temas que preocupan al gobierno. Corresponden solo a las materias en las cuales el gobierno cree más factible alcanzar pronto acuerdos con la oposición, o al menos con parte de ella. En otros temas, como la reforma del sistema de pensiones, por ejemplo, que el gobierno también quiere llevar a cabo, las posibilidades de alcanzar consensos amplios son menores, sea porque el debate ya está muy politizado, sea porque efectivamente el enriquecimiento del país ha generado una asimetría profunda entre el volumen de los ahorros que los trabajadores logran acumular durante su vida activa y las expectativas de retirarse en la vejez con una pensión congruente con el nivel de vida que tuvieron solo en sus últimos años, problema que, sin duda, es muy difícil de resolver.
Pero imaginemos -en el escenario más optimista- que el gobierno logra sacar adelante sus cinco grandes acuerdos nacionales y que tiene adicionalmente éxito en otras iniciativas, como la simplificación del régimen tributario o la propia reforma al sistema de pensiones. La pregunta es ¿eso sería todo? ¿Esa sería la gran transformación para la cual la centroderecha chilena se ha estado preparando en los últimos años? ¿Ahí acabaría su valor agregado? Aunque la palabra esté demasiado cargada de frustraciones y ansiedades, y aunque sea un poco ridículo preguntar por el desenlace cuando la película recién está comenzando, ¿ese sería el legado del gobierno actual?
No es fácil responder a estas preguntas. Entre otras cosas, porque comportan algo de impertinencia e incomodidad. Hacer las cosas mejor de lo que las hizo la administración anterior puede ser muy necesario y gratificante para el sector, pero está claro que eso no hará de Chile un país muy distinto al que ha sido ni introducirá en la sociedad chilena dinámicas especialmente virtuosas, más allá de las que están asociadas a la reactivación económica y a una sensibilidad social más disciplinada en términos de medios, métricas y resultados. En otras palabras, con nada de esto Piñera correrá el cerco, al menos en los términos en que efectivamente lo corrió el gobierno de Bachelet, con iniciativas suyas como la reforma tributaria o la gratuidad de la educación.
¿Cabe la posibilidad de que un gobierno de derecha pueda mover las agujas, por supuesto que no en el mismo sentido, del modo que lo hizo Bachelet?
Más de alguien en la derecha pensará que enhorabuena que Piñera no pueda correr ningún cerco. Y lo piensa porque siente que los problemas se agudizan precisamente cuando el Estado mete sus narices en asuntos que no le conciernen, o cuando transforma en incendios descomunales problemas que son menores y que podrían resolverse sin tanto aparato y desde luego sin su intervención.
También hay otras maneras de mirar las cosas, sin embargo. Porque efectivamente son muchos los ámbitos en los cuales un gobierno de derecha podría hacer una diferencia sustantiva no solo en gestión, sino también en iniciativas transformadoras. Quizás no sean temas de una convocatoria tal que saque a la gente a marchar por la calle o a sentirse parte de una epopeya ciudadana. Sin embargo, pueden ser muy importantes. Es cosa de pensar los retornos que podrían tener iniciativas en materia de regionalización, de modernización del Estado o de renovación urbana de poblaciones y barrios rezagados.
Son ejemplos. Podría haber muchos otros.
Es evidente que en mayor o menor medida estos temas remiten a un problema de recursos y que en estos momentos, tras cuatro años de manejo fiscal irresponsable, el radio de acción en la actualidad es escaso. Pero –vamos–, al margen de eso, también es un problema de imaginación y de proyecto. ¿Qué quiere realmente la centroderecha para Chile? ¿Un poco más y mejor de lo mismo? ¿O un horizonte de oportunidades sustancialmente distinto?
En realidad, estos emplazamientos son desafíos que sobrepasan un mandato de gobierno. Emplazan, más que a Piñera, a su coalición, a los partidos que están detrás y quieren seguir proyectándose en el poder. Y esto en gran medida porque, al final, el legado de las administraciones es más misterioso de lo que puedan decir los presidentes o de lo que prescriban las narrativas políticas con que las administraciones quieran instalarse. Una cosa es la voluntad política de liberar energías en una determinada dirección y otra muy distinta es traducirla en hechos concretos, a partir de circunstancias que faciliten o bloqueen esos propósitos. Hay, además, otro aspecto: a veces, los cambios realmente profundos ni siquiera parten por las leyes, por grandes programas sociales o por transformaciones institucionales descollantes. Parten por la cultura, por la política, por el empoderamiento, por las formas de pensar. Y en este plano –huelga decirlo– el trabajo político de la derecha ha sido siempre mucho más frágil que el de la izquierda.
En una semana que vio cambios de fondo en Carabineros, luego del descalabro ético, político y judicial ocurrido en su interior, con una agenda informativa que registró expresiones bárbaras de intolerancia en una universidad del norte, y estando en pleno desarrollo la estrategia de la defensa chilena ante la ofensiva boliviana en La Haya, a lo mejor ninguna de estas especulaciones y conjeturas califica como tema del día. Pero sería bueno tenerlas presentes. Entre otras cosas, para saber en qué dirección vamos.
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