Ignacio Casale: "Trabajaba como vendedor en una tienda de 'Chaleco' López".
Supe que me decían "Perro" a través de la prensa. Cuando lo vi en el diario, le pregunté al reportero que escribió la nota por qué me llamó así y me dijo, "pero si a todo el mundo le dices perro". Lo hago porque soy pésimo para los nombres, entonces a todos los periodistas los saludaba así.
Muy a futuro me encantaría seguir una carrera política. Hay muchas cosas que se hacen mal y gente que no sabe lo que está haciendo. No quiero calentar el asiento, entonces me gustaría algo relacionado con deportes o transporte, que es lo que hago, quizá como ministro o diputado. Aunque solo es un sueño. De hecho, ahora no me gusta hablar de política.
Nunca pololeé con Marcela Sabat. Cuando sufrimos un violento asalto armado hace unos años aparecimos en la prensa e inventaron que estábamos juntos, pero no es verdad. Éramos y somos amigos.
Trabajaba como vendedor en una tienda de 'Chaleco' López para costearme el quads. En 2010 envié cientos de mails a marcas para que me auspiciaran y nunca me pescaron. Gracias al papá de Gino Bianchi, un querido amigo que falleció corriendo, pude competir a los 21. El gobierno le regaló una inscripción a su familia para homenajearlo y como nadie la usó, me la ofrecieron. Costaba 10 millones de pesos.
Si el Dakar daña el medioambiente es un tema que le corresponde al gobierno y a la organización. Yo soy un payaso de este circo al que le pagan por correr y por ganar. Deben preguntarles a ellos si destruyen. Yo creo que no.
En 2016 tuve dos accidentes fuertes. En el Dakar se me apagó el "switch" y quedé inconsciente hasta que desperté botado en el Salar de Uyuni, en Bolivia. Ese mismo año choqué en Concón a 100 kilómetros por hora e impacté con un poste de luz que, por suerte, le pegó a la rueda derecha y no a mí, porque si no, no estaría contando esta historia. Fue un cachetazo que me pegó la vida para despertar y madurar.
Tengo un ritmo de vida muy solitario. Entreno solo en el desierto casi todo el año y hago 1.500 kilómetros mensuales en Atacama. Veo más a mi mecánico que a mi señora.
Mi apellido no me abre ni cierra puertas. Mi papá corrió en el Dakar en los 80 y 90 de manera amateur, porque siempre tuvo su trabajo y estuvo dedicado a su familia. De todas formas, gracias a él tengo una pasión y me enseñó a afrontar la vida para ser quien soy.
Sufrí un boicot en el último Dakar. Tras la primera noche de maratón, me subí a la moto y tenía un cable cortado. En ese minuto pensé que se había dañado por sí solo, pero los mecánicos lo miraron con lupa y determinaron que fue manual. Es un ambiente muy competitivo, pero tenemos que ser pilotos decentes y ganar carreras arriba de la moto, no cortando cables.
Más que un mentor, Carlos de Gavardo era mi amigo. El Dakar de 2014 lo gané gracias a sus consejos. Me enviaba grandes mensajes de texto con una pésima ortografía, un desastre. Me encantaría encontrarlos y poder guardarlos.
El quads no es un deporte de élite. Por un lado sí, porque se necesita plata para comprar una moto. Por otro no, porque puede entrar cualquier persona. No es un deporte que discrimina por clase social. Cuando yo partí no tenía moto. Me la conseguía.
Quienes más me saludan en la calle son los niños. Es muy emocionante, porque me abrazan y son cariñosos. Muchos padres me han dicho que le pusieron Ignacio a sus hijos por mí. Esos niños deben tener cuatro años, porque fue en 2014, cuando gané por primera vez.
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