Me considero nortino, aunque a estas alturas he vivido más en Santiago. Mi carácter nortino se nota es que soy porfiado, perseverante. El nortino es más peleador y agresivo. Si me la tiran, contesto. En política, todos me dicen que mejor me quede callado, que no responda los ataques, ¿pero cómo?, todos disparan y yo me tengo que quedar siempre callado. Si nadie reacciona, si nadie me defiende, yo saco las garras nomás.

Muchos pensaban que no iba a aguantar la presión, que me iba a bajar, porque me pegaban todos los días, fue al revés. A los tipos con carácter, entre más te golpean, más te endureces. Al final, si no puedo contar con alguien, no cuento no más con esa persona. Más que ir cortando redes, voy buscando que las cosas sigan su curso normal.

La enfermedad de Cristina, mi esposa, ha sido algo muy difícil. Al principio no se sabía cuál era el diagnóstico, se veía bien, pero no tenía energía. La fatiga crónica, en términos simples, es que tu cuerpo no genera la energía suficiente para hacer una vida normal. Hubo un par de años en que durmió todo el tiempo. Había que despertarla para que comiera o para que se duchara. Fue un periodo de total abstinencia. Recuerdo que mis hijos entraban a la pieza y se sentaban en un sillón a mirarla; mucho después me reconocieron que pensaban que ella se iba a morir. Tuvimos que rearmarnos. Fue un periodo muy duro para la familia. Ella se ha ido recuperando, no plenamente. Ahora me ayuda, pero si me acompaña a algo, después va a estar dos o tres días tranquila en la casa para recuperarse.

Pase lo que pase, en cuatro años dejaré la política. Quiero volver a como empecé, que es la docencia en la universidad. Me gusta mucho la educación, y si yo hago mi balance de vida, entre mi etapa de profesor universitario, mi etapa de periodista y mi etapa como político, me quedo con la de profesor.

Salvador Allende me dio la mano una vez. Fue en la campaña presidencial del 70. Escuché por la radio que Allende había llegado a Antofagasta. Salí de mi casa, que estaba en un barrio obrero, en dirección al cerro Las Banderas, donde estaba lleno de viejitas esperándolo. El auto en que iba él se detuvo frente a mí, Allende se baja, me mira y me da la mano; reconozco que me provocó una sensación impactante, fue de esos momentos que te cambian. En esa época, sin ser militante, estuve ligado a las Juventudes Socialistas, pero era de los socialistas medio amarillonones, de la vía pacífica al socialismo. Era más allendista que fidelista. La revolución cubana la veía como una cosa exótica, que no me decía mucho, lo mismo que el Che Guevara. Yo nunca hubiera partido a la montaña con las armas a hacer la revolución, nada más alejado a mi forma de ser.

Que digan que soy flojo es parte de las caricaturas que se hacen en campaña para tratar de sacarte de circulación. Hay que entender lo que sienten los políticos que entraron a los 15 o 16 años y que han hecho de esta actividad el sentido de sus vidas, que han pensado toda su vida en ser presidentes, y de repente aparece un tipo de la televisión, una actividad que ellos desprecian, y se les mete y les disputa lo que para ellos se han preparado y han luchado toda su vida. Les debe producir una frustración, una rabia enorme.

Me arrepiento de no haber entrado a la política antes. Quizás a mediados del 2000. Habría tenido tiempo para aprender más, para hacer más redes propias. Pero la verdad es que bajo shock se aprende muy rápido.

Me escapo con la música. Aunque eché a perder mi computador y ya no sirve el audio. Me gusta la ópera rock, el grupo italiano II Volo. No veo noticiarios, ni leo la prensa desde hace muchos meses, salvo los resúmenes que hacen mis equipos. Me concentré en conversar con los ciudadanos; si me llegan los balazos, ni me entero.