Acaba de plantar nabos, rábanos y otros bulbos en el patio de su casa. También tiene árboles frutales y nativos. A diario corta leña para cocinar y recicla todo lo que puede. Hace un año y medio, Marcelo Mellado (1955) cambió los cerros de Valparaíso, con sus asambleas y su agitación social, por Placilla de Peñuelas. En la Cordillera de la Costa volvió a conectarse con la naturaleza, como lo hizo en los 80, cuando partió a Chiloé. Y en ese entorno de árboles y caminos de tierra arma relaciones con sus vecinos, hace trueques y vida comunitaria. “Yo no tengo lectores, tengo vecinos”, dice a través de Zoom.
El mismo camino recorre la protagonista de su nueva novela, una exprofesora transformada en activista, que deja el Puerto “en estado de catástrofe” y se instala en el campo donde fue derrotado el gobierno de Balmaceda. “Aquí (o ahí) hubo una batalla que decidió la guerra civil del 91, hoy, de algún modo, hay un conflicto algo parecido, que enfrenta dos concepciones de país, al menos. Debería volver a leer la novela de mi amigo Marcelo, titulada La batalla de Placilla”, escribe la narradora.
Autor paródico y mordaz, creador de una obra que gira en torno a la “ficción municipal”, Mellado publica Guía de la vecina insurreccional (y sus botellitas incendiarias). Editado por Hueders, tiene la forma de un monólogo a ratos satírico de una mujer madura, escéptica de la política partidista, que se entusiasma con el levantamiento del 18 de octubre, pero mira con recelo el desarrollo del proceso. Y mientras narra sus batallas cotidianas con sus amigas La Negra y La Rucia, entre el activismo y el bailoteo, entrega corrosivos “informes de situación” donde dispara contra las élites políticas e intelectuales.
En medio de una escena que se llenó de “Juanas de Arco constitucionalistas”, operadores y “evangelizadores de la revolución”, la narradora se pregunta: “¿Cómo habitamos la catástrofe que es Chile en este instante?”.
De algún modo la novela prolonga el trabajo de Mellado en el niño alcalde, esa diatriba de un dirigente sindical contra el edil de Valparaíso. Y se burla de la idea de hacer “la novela del estashido”, dice Mellado, es “un hueveo a ese oportunismo literatoso que está siempre funcionando”.
Antes de la pandemia, el autor de La Provincia participaba en asambleas de barrio en el cerro Bellavista. “Había mucha actividad rebelde, independiente del mundo barricada. Arriba en los cerros había una participación muy fuerte de las mujeres, y había amigas mías divertidas, tipo vieja culiá, cuarentonas-cincuentonas que iban al jaleo, pero se volvían temprano y se juntaban arriba”, cuenta.
En ellas se inspiró para dar voz a su narradora, una mujer madura y educada, estilo “minas rudas, simpaticonas, buenas pa’l hueveo, clase media mística, que tienen autonomía y son feministas”, dice, y que con el estallido se volvieron activistas. “Me toca hacer yoga con muchas de ellas, es un mundo social que existe, una pequeña burguesía con otra mirada, entretenida, mucho más entretenidas que los cara de hombres piscoleros colocolinos”.
La narradora admira a las chicas feministas y se queja del gorilismo de izquierda, ¿a qué se refiere?
Es el protagonismo escénico modelo PC, cierto modelo Frente Amplio, incluso manejado por mujeres en sentido biológico. Es la voluntad de uniformidad: lo correcto era votar por Jadue, cuando era un rasca, gorilón, uno lo percibía por su discursividad, siendo un buen agente político. Jadue cree que la discursividad está por sobre la verdad. Gran parte de la izquierda es reaccionaria, es contenidista, la verdad de lo que hay que decir, es de catecismo, cuando la movida es otra. El gorila es ese viejo que dice que todos tenemos que pensar igual. Ese es el gorilismo. Me acuerdo que en las asambleas hubo un momento en que venían unos gorilas municipales y la orden era que había que estar contra el acuerdo del Congreso. Había que estar en contra, esa huevá era de los políticos de siempre; ya, pero acá estamos en el barrio. Pero no, querían política de verdad. Sharp quiere ser presidente, yo hablé con él la primera vez y lo caché altiro.
¿No le interesa la política comunitaria?
No le interesa nada. Yo fui a hablar con él, pero está preocupado de otras huevás. Bueno, ahí hay un tema de patologías sicológicas. La política es lo más cercano a la patología, es muy fácil desarmar escénicamente todo lo que está pasando porque es irremediable. La única posibilidad es que exista esta fiscalización, la práctica democrática, en el fondo, es una práctica fiscalizadora. Y al final la prensa se transforma en eso, en un sistema de fiscalización.
La narradora de la novela se pregunta cómo administrar la catástrofe. ¿Usted piensa en ello?
Estoy pensando todo el día en eso. Acá tengo un vecino con el cual hago complicidad de todo tipo, lo recicla todo. Es súper movido, se asoma por la pandereta, nos regalamos cuestiones, mis hermanas me proveen de cosas a veces inútiles y se las paso. Le pedí que hiciéramos un sistema de canaletas, porque acá hay vaguada costera y hiela, los techos siempre están goteando y yo necesito recuperar el agua para optimizar el tema hídrico. Estoy preocupado de eso: cómo administrar la catástrofe de quedarse sin agua, los incendios, el cambio climático, de repente estamos preocupados de administrar otros temas sin pensar cómo vamos a medir el modelo catastrófico, sigue todo muy urbano. Una nueva institucionalidad tiene que hacerse cargo de la debacle, más que de la jerga política y económica.
La novela trasunta escepticismo y una crítica fuerte hacia las élites políticas.
Es que ellos no lo armaron, esta cuestión no lo armó un sistema político, probablemente fue un grupo al límite del subproletariado, el lumpen, la cana, anarcos, o cualquier cosa, no es el pueblo organizado ni el partido de vanguardia, fueron simplemente voluntades. Ellos armaron un dispositivo violento de intervención callejera que permitió un cambio radical y que nos tiene en un proceso revolucionario. El único que advirtió esta huevá fue el chascón Villegas, que es tan insoportable que lo echaron de todos lados, pero tenía cosas interesantes. Esos son huevones que la democracia no debería perder. La izquierda y la derecha gorilonas creen que hay que terminar con el otro. No po, eso es talibanismo. Por eso los fundamentalistas chilenos son fascistas y reaccionarios, porque al ser maximalistas saben que perdieron. No, yo lo quiero todo. Anda a pedirlo todo, vai a ver que perdiste.
“Cada vez que pedimos todo, logramos nada”, dice la narradora.
En general se negocia con las mejores condiciones pero no lo podís pretender todo. En ese caso, ármate y triunfa sobre el otro, pero lo más probable es que perdái. Yo sé que perdí, pero parece que me conviene ser derrotado, en cierto aspecto. La izquierda pelotuda ganó sin merecerlo y sin haberlo buscado. La izquierda gorilona ganó un proceso revolucionario que no buscó, se lo dieron los otros, unos huevones que todavía no identificamos. Me acuerdo un día en Valparaíso, estaba la cagá con las lacrimógenas. “Tío, tío, lo ayudo a cruzar”, me dicen, y eran cabros, pendejos, 17 años. Ahí vi una escena interesante: apareció un exdirigente comunista de profesores, 80 años. ¿Para dónde va? Voy a la sede. Pero está la cagá. No importa, estoy acostumbrado. Y me di cuenta de que de alguna manera no podía soportar estar fuera. Yo no podía respirar y él cruzó, no lo tocaron los cabros ni los pacos. Su generación no produjo la situación revolucionaria, ellos nunca estuvieron y tratan de administrar algo que no saben cómo se produjo.
¿Cómo ve ahí a los líderes intelectuales, los analistas?
Están en un lugar de élite que se derrumbó. Tienen que seguir encorbatados, en un sistema vaticano que ya se perdió, haciendo el análisis correcto, pero el modelo de las verdades ya no está ahí. ¿Quién anticipó esto? Tal vez alguna cancioncita, un poemita malo.
El mundo cultural también se hizo parte.
Llegaron después. Hay un mundo cultural no canónico, un mundo social político barrial que no está en la escena, y ellos siempre estuvieron. El santiaguinismo iba a la Plaza de la Dignidad después, para ver, para sacarle partido al asunto, como Baradit y otros.
Ellos finalmente llegaron a la Convención.
Pasaron cosas que determinaron un cambio en la escena. La política consiste en apropiarse de lo que hacen los otros, es un modelo de apropiación del deseo de un otro. Y eso lo tiene muy claro Boric, creo, en el sentido de que él siempre fue un derrotado, pero siempre hizo política. La política es instalar conversaciones, porque lo otro es la guerra. La política hoy no pasa por la guerra, pasa por otro lado. De alguna manera, Sichel es un Pelao Vade a su modo. Un tipo que se inventa una historia, está todo el tema de la neurosis de la invención de ti mismo, la novela familiar de la que hablaba Freud. Lo que pasa es que la historia de Sichel está bien armadita. Y el Pelao Vade es un gallo rasca que se inventó una historia, es la típica histeria gay mal administrada. Te faltó asesoramiento técnico narrativo, contamos tu historia de otra manera.
¿Su error fue ese o que mintió?
No, se equivocó porque administró mal su historia. Sichel armó su historia, dejó al socialdemócrata en el camino y se convirtió en abanderado de la derecha.
De acuerdo, pero perjudica a la Convención.
No puede ser de otra manera, imposible.
¿Por qué?
En Bolivia había un chiste de la oligarquía, es como un chiste de Vitacura: no dejes salir a tu empleada el día de salida, porque puede volver como ministra… Es eso. Se tomaron la escena los que no tienen lugar y no lo hacen bien en el sentido canónico del término. La escena política siempre ha sido ordinaria y ahora la ocupan otros, viene el Pelao Vade, vienen los buenitos, los más o menos, los malos: están todos. El proceso revolucionario es rasca, porque no puede ser de otra manera. Y está también Squella, que opina lo que hay que opinar. Ese es uno de los que probablemente menos ha hecho por este proceso. Pero esos tienen que estar también.
El tema Rojas Vade provocó rechazo y desencanto.
Ay, te desilusionaste, de a dónde. Nadie puede estar desilusionado. Está lleno de huevones que se inventan historias. No me vengan con esa. Hemos fallado a nivel de educación, formación política, además, cualquier vecino entiende que este tipo de procesos va a estar intervenido por este tipo de patologías.
¿Qué espera de la Convención?
No es que lo haga bien, lo va a hacer nomás. La revolución ya se produjo, ya fue. A pesar de la fuerza que han tenido los modelos de vida impuestos por la derecha, todos quieren vivir como en Las Condes, la derecha perdió. El tema ahora es cómo administrar la catástrofe que efectivamente existe, ambiental, energética, climática. Antes eran las guerras, hoy es la catástrofe: el modelo Mad Max es más complejo. Eso es lo que hay que administrar: un nuevo modo de armar la economía, hacer circular los deseos y las comunicaciones humanas, la productividad.
¿Con qué se quedaría su personaje?
Tal vez la tesis es que esto se soluciona a nivel doméstico, lo doméstico es la gran política, ya no la superestructura. Acuérdate que cayeron todas las catedrales. La Iglesia en Chile opinaba todas las semanas, mediaba conflictos, y mira lo que pasó con ella. Hay un cambio muy fuerte y la gente lo percibe. Si está huevá termina siendo una debacle, el fascismo gana. Por eso el juego es lo doméstico, el vecindario resuelve los temas. Yo vivo solo, me cuesta hacer el aseo, psicológicamente me levanto y hago la cama, si no hago la cama, cagué. Antes de tomarme el antidepresivo, lo más importante es hacer la cama y vestirme; es un tema de salud pública. Y después puedo empezar a funcionar. Mi tema es la economía doméstica, gastar poco, poca agua, pocas cosas, y la convierto en un eje textual: son parte de mis informes.