Usted sabe quien, notas sobre el homicidio de Viviana Haeger: "Está aquí en la casa…pero está muerta"
El 29 de junio de 2010, en Puerto Varas, una mujer de 42 años desapareció. Su cadáver fue encontrado 42 días después, en el entretecho de su casa. El asesinato de Viviana Haeger se convirtió en uno de los casos policiales más comentados del Chile post Reforma Procesal Penal. El juicio, que en 2017 absolvió al principal sospechoso, Jaime Anguita, viudo de la víctima, marcó un cierre inesperado y desconcertante para un país que ya había emitido su veredicto. El periodista Rodrigo Fluxá investigó el caso en un trabajo que incluyó entrevistas, la revisión del expediente y la escucha de miles de intervenciones telefónicas legales. El resultado es Usted sabe quién: notas sobre el homicidio de Viviana Haeger (del sello Tal Cual, de Periodismo UDP-Catalonia), libro que acaba de publicarse. Este es un extracto del capítulo 1, "42 días".
El lugar era oscuro, no tenía ventanas ni tragaluz. Había una caja cerrada, con un millón 200 mil pesos adentro, que el supuesto asesino eligió no revisar. También había, cerca de la entrada, un lápiz Cross. El piso era irregular: se intercalaban unas vigas de madera que hacían difícil caminar adentro. Tenía, además, forma de ele, o sea, había una pequeña curva al final que no se veía, ni siquiera alumbrando, desde la entrada. Anguita, entonces, vio los pellets de ratón y en ese momento algo pasó en él, literalmente, y dio uno, dos, tres pasos, se supone, porque, acuérdate, esto nadie más lo vio, cuatro, cinco, seis pasos lentos, y encontró el cadáver de su mujer, ahí, justo en la ele.
No quiero profundizar en detalles escabrosos, sobre todo si no es necesario, pero creo que basta con decirte que el mes y medio transcurrido hacía que el cadáver de Viviana Haeger se pareciese muy poco al de la dueña de casa que se levantó esa mañana de llovizna, 42 días antes, con la bata rosada.
Si es que ese hallazgo constituía un giro inesperado para Anguita su respuesta no lo demostró. Dijo que al ver a su mujer muerta a menos de cuatro metros de donde él dormía, solo separados por una pared, lo que salió de su boca fue un grito ahogado, concepto que puede sonar a contradicción, pero que ha sobrevivido básicamente en las películas de terror como las que Jaime Anguita odia. Por ejemplo: un protagonista se esconde de un asesino que lo persigue, y no es que esté forzando la comparación, solo que las escenas suelen ser así, en una habitación oscura. Digamos que se mete debajo de la cama, no de las sábanas, sino del catre mismo, y ahí está, tiritando, esperando que el peligro pase cuando, paf, ve los pies de su perseguidor. Entonces el protagonista, que con el susto quisiera soltar un chillido feroz, lo que tiene que hacer, para no entregar su ubicación, es intentar obtener la satisfacción del alarido, pero sin el gusto del sonido.
Lo curioso del grito ahogado de Anguita es que desde el piso de abajo su mamá lo escuchó; algo parecido al sonido de un animal. Aún en la buhardilla, Anguita tomó una decisión atípica: no se arrodilló al lado de Viviana, no lloró maldiciendo a Dios y ni siquiera quiso tocarla. Retrocedió sobre sus pasos, volvió a la pieza y bajó por la escalera. Otro detalle: fijó en su mente, en medio del impacto, la hora exacta, las 18.34, lo que abre una intrigante ventana de tiempo de 21 minutos entre ese evento y la llamada. ¿Cuál llamada? La llamada.
Supongamos que Anguita no era la persona contenida y cerebral que era y supongamos que no sacó esos rasgos de su madre, también una señora muy compuesta. Supongamos que hubo llantos y lamentos en el primer piso de la casa del Parque Stocker; aún queda la duda de por qué el hombre, que de precavido prefirió no intervenir una escena del crimen, el hombre que llamaba a la policía al ver un auto ajeno al condominio, se demoró 21 minutos en avisarles la noticia que todos venían esperando hacía mes y medio. No había mucho que meditar, ni decisiones que tomar: había un cuerpo en la buhardilla y alguien tenía que ir a sacarlo para conseguir, al fin, respuestas. El comisario Muñoz era su policía más cercano.
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El libro pertenece a la colección Tal Cual, editado por Periodismo UDP junto a Catalonia y se publicó está semana.[/caption]
Llamada 2337
Muñoz: ¿Aló?
(Me voy a abstener de comentar acá, dada la importancia del llamado).
Anguita: ¿Aló, don Jaime?
Muñoz: Sí.
Anguita: Mire, venga urgente a la casa.
(Veintiún minutos después del hallazgo. Última vez, lo prometo).
Muñoz: ¿Cómo?
Anguita: Venga urgente a la casa.
Muñoz: ¿Qué le pasó?
Anguita: Está aquí en la casa.
Muñoz: ¿Quién?
Anguita: Viviana.
Jaime: No esté leseando. ¿Está ahí?
Anguita: Pero está muerta.
Muñoz: ¿Adónde? ¿En la casa?
Anguita: En el entretecho.
Muñoz: No esté leseando.
Anguita: Sí.
Muñoz: Voy pa' allá.
Anguita: Venga, por favor.
Muñoz: Ya.
Sin importar las carpetas leídas, las entrevistas hechas, los días de lluvia en Puerto Varas, todo en este caso podría resumirse en 26 segundos de diálogo entre dos hombres maduros. Si uno encuentra convincente a Anguita en esas frases, si cree que su voz, quebrada en partes, calmada en otras, es honesta, va a tener gran parte de la tarea hecha: se trata de una víctima con extraordinaria mala suerte y con una inocencia que reina en su cabeza incluso en los peores escenarios.
Pero si uno siente falso el "está aquí en la casa", si encuentra imposible que alguien que encontró a su esposa de 18 años momificada en el ático no llore, si se imagina que esos 20 minutos fueron para ensayar un texto, para fingir la emoción, para elegir las palabras que sabe que policías están en una oficina grabando, ya no queda más remedio: estamos frente a un psicópata complejo.
No me hagas la pregunta. ¿Para qué? ¿Cambiaría en algo lo que pasó? ¿O lo que pasará?
Apenas Anguita pronunció esas palabras, ya varios vehículos de la policía iban en camino al Parque Stocker y no es muy difícil ahora adivinar con qué idea: llevarse a Anguita a un cuartel, donde, en los mejores escenarios, terminaría confesando el crimen antes de que su abogado defensor llegara a hablar con él, a decirle que se callara, y entregando una salida lógica que ellos, en sus autos, aún no podían imaginar: por qué habría escondido el cuerpo ahí, tan cerca.
Te diría que Anguita no esperaba algo muy distinto. La segunda llamada fue precisamente a su abogado. Esta vez sonaba mucho más calmado.
Llamada 2338
Vásquez: ¿Jaime?
Anguita: ¿Aló, Jorge?
Vásquez: Cuéntame.
Anguita: Oye, le acabo de avisar a la policía que Viviana está aquí en la casa.
Vásquez: ¿Llegó?
Anguita: Pero está muerta. Estaba en el entretecho.
Vásquez: ¿Y avisaste a la policía? Anguita: Sí, le avisé a la policía. Vásquez: Pero, hueón, te van a llevar preso.
Minutos después, Anguita llamó a Patricio Monsalve, preparándose para lo inevitable.
Llamada 2340
Anguita: ¿Aló, Patito?
Monsalve: Compadre, ¿novedades o no?
Anguita: En este momento no te cuento nada, Patito.
Monsalve: ¿Voy para allá o no?
Anguita: No, mejor no vengas en este momento, Patito. Después estate atento, nomás.
A Anguita le faltaban los llamados más difíciles. Por suerte -suerte para ellas, porque fue algo aprobado e incluso planificado por él-, sus hijas estaban repartidas por Puerto Varas, lo que les evitó el trauma de sentir el cadáver de su mamá a pocos metros de ellas. Anguita se comunicó con la apoderada que se había llevado más temprano a Susan desde el colegio. Primero le dijo que, por favor, la llevara a la casa de Mónica Haeger, a la que creía una calculadora asesina, para minutos después pedirle que mejor su hija menor se quedara a alojar con ellas. Pese a la política de honestidad brutal que tenía con la niña de ocho años, prefirió no decirle lo que pasaba y tratar de que no viera ni escuchara noticias: los canales de televisión comenzaban ya a grabar desde afuera el Parque Stocker.
A Vivian, en cambio, sí había que avisarle. Como siempre, Anguita la ubicó en la casa de su pololo. La idea de Anguita, que sí parece realmente compungido esta vez, era hablar con la mamá del joven y que ella la preparara para lo que tenía que decirle.
Llamada 2344
Pololo: ¿Aló?
Anguita: ¿Aló?
Pololo: Sí.
Anguita: Hola, ¿tú estás con la Vivi?
Pololo: Sí.
Anguita: Oye, ¿está tu mamá ahí o no?
Pololo: Mi mamá, sí.
Anguita: Ya, dame con ella, por favor.
Pololo: Eh, ya.
Pero Vivian tomó el teléfono.
Vivian: ¿Aló?
Anguita: ¿Aló?
Vivian: ¿Sí?
Anguita: Hola, habla Jaime Anguita, ¿con quién...?
Vivian: Buena, papá.
Anguita: Ah, hola, hijita.
Vivian: ¿Qué pasó?
Anguita: Oye, yo quería hablar con la, con tu, con la mamá de Pancho.
Vivian: ¿Por qué?
Anguita: Es que no, no sé si tengo que decirte nomás, hijita.
Vivian: Dime.
Anguita: La mamá apareció acá en la casa muerta (Vivian se aleja del teléfono).
Anguita: ¿Aló?
Vivian: (Llantos)
Anguita: ¿Hijita?
Vivian: ¿Sí?
Anguita: La mamá estaba acá en la casa.
Vivian: (Sollozos) ¿En qué parte?
Anguita: Estaba en el entretecho.
Al poco rato de cortado el teléfono, los primeros policías llegaron al Parque Stocker. Además de los encargados del caso, venían en camino todos los jefes de la zona, incluido el fiscal regional. Una orden se corrió rápido entre los primeros efectivos: no dejar solo a Anguita ni un minuto.
Lo primero que le preguntaron al entrar fue sobre ese entretecho, pues no aparecía en ninguno de los planos que él mismo les había entregado para hacer la búsqueda, hacía ya más de un mes. Si fue así, dijo, fue una confusión: se trataba de los planos originales de la casa, los que variaron al momento de la construcción. La ambigüedad de la respuesta inquietaba a los policías y no era un buen momento, con un cadáver ahí, para plantearlo.
–¿Sabía o no sabía de la existencia de ese lugar?
Anguita respondió en su estilo, abriendo un debate casi filosófico:
–Yo sabía que ese lugar existía, pero no lo recordaba en mi memoria. La memoria de Anguita funcionaba así, a saltos; recuerdos brotaban en los momentos más oportunos -para él-; otros, como esa pieza, cuya pequeña puerta estaba en su campo visual cada día a la hora de despertar, no.
El segundo asunto fue el olor. De todos los policías que llegaron a la casa, incluso de los que entraron a la pequeña buhardilla, ninguno dijo recordar un hedor particular, algo que pudiese haber empujado a alguien a revisar especialmente el lugar ese día. Contrastado, Anguita no se complicó:
–Podría dar un montón de explicaciones. Estuve todo el día con los carabineros en la cordillera, al aire puro -dijo, sellando el punto con otra argumentación difícil de contrastar: se metió por un impulso que sintió.
Pasada la primera ronda de preguntas, Anguita volvió a llamar a Vivian.
Anguita: ¿Dónde está, mi amor?
Vivian: Estoy en la casa de la tía Mónica.
Anguita: Ah, estái donde la tía Mónica, ya. Oka.
Vivian: Sí. Oye.
Anguita: ¿Sí, hijita?
Vivian: ¿En serio la encontraron?
Anguita: Sí, mi amor. Lamentablemente, estaba muerta.
Vivian: ¿Tú la viste?
Anguita: Sí, mi amor, la vi.
Vivian: ¿Y quién la encontró? ¿Cómo la encontraron?
Anguita: Sí, yo la encontré, porque me metí al entretecho por el olor que había. Me metí al fondo y ahí estaba.
Vivian: ¿Y en qué están ahora?
Anguita: No, ahora tienen que periciar, sacar el cuerpo, pero tienen que periciar todo, para determinar qué pasó, ver todo.
Vivian: Oye, la Susan está en la casa de una amiga, ¿cierto?
Anguita: La Susan está en la casa de una amiga, va a alojar ahí esta noche.
Vivian: Oye, ¿y yo no puedo ir pa' allá, cierto?
Anguita: Mira, yo creo que puedes venir, pero en este momento, todavía no, si no te voy a ver yo, no sé cómo lo hacemos.
Vivian: Pero ¿yo no puedo entrar pa' allá? A mí no me dejaron.
Anguita: No, por eso, primero quieren periciar todo, digamos. En este momento, además que está cerrado el acceso al segundo piso, no hay ninguna posibilidad de acceder.
Vivian: ¿Y qué pasó?
Anguita: Es que no... Tienen que ver qué pasó, poh, hijita.
Anguita no durmió esa noche con sus hijas, prefirió evitarlas. Se fue a las dos de la mañana a la casa de su mejor amigo.
Los policías en las horas y días siguientes hicieron una lista de las cosas que encontraron. Para que no me acuses de prejuicioso, dejo a tu criterio calificar:
_Una linterna similar a la que usan los mineros que trabajan bajo tierra, es decir, sujeta a un elástico que permite usarla en la cabeza y maniobrar al mismo tiempo en lugares oscuros y de superficie irregular.
_Una versión de la Biblia anaranjada con un marcador de página con la imagen de monseñor Escrivá de Balaguer entre las páginas 200 y 201, donde se leía: "Si un hombre se casa con una mujer, pero luego deja de quererla por un defecto notable que descubre en ella, hará un certificado de divorcio, se lo dará a la mujer y la despedirá de su casa. Si ella después pasa a ser mujer de otro y este también ya no la quiere, hará certificado de divorcio. Si llega a morir este otro hombre que se casó con ella, el primer marido que la repudió no podrá volver a tomarla como esposa, ya que pasó a ser para él como impura. Sería una abominación a los ojos de Yahveh que la volviera a tener".
_Una especie de altar, con símbolos religiosos, en una de las paredes del dormitorio matrimonial. Las figuras no aparecían en las fotos de la pieza del día de la desaparición. Justo al otro lado de la pared estaba el cuerpo de Viviana Haeger.
Una cosa más: ese 10 de agosto se cumplía el plazo que había puesto el propio Anguita para pagar la recompensa por cualquier pista sobre el paradero de su mujer.
Puedes escuchar a Rodrigo Fluxá narrar su investigación en este link y en plataformas como Spotify, iTunes y Google Podcast.
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