Hace diez años que escribo en Tendencias. Desde el primer número de este notable ejercicio de periodismo, el cual nunca ha cambiado el nombre, pero sí de diseño, de editores y de columnistas. Cuando llevas una década en algo, pasan dos cosas: agradeces la confianza que te han entregado y te sientes un poco viejo. Me pasa cuando veo que en los directorios de instituciones públicas o privadas hay gente mucho más joven que yo. Cuando te llama un alumno de Periodismo porque quiere entrevistarte para un trabajo, se pone nervioso y te trata de usted. Cuando no hay foto en la que no se te noten las canas. Cuando tienes que pedir que te expliquen lo que es Fortnite. Cuando cuentas que egresaste en 1993, antes de que naciera cualquier menor de 25 años. Eso, por una parte. Pero si, además, sumas la diferencia del mundo en el que vives hoy respecto de lo que pasaba en 2008, no parecen diez años, parecen veinte.

Hace una década no existía Instagram. Ni Waze. Ni WhatsApp. Ni Netflix (no como lo conocemos hoy). Ni Uber. Ni Spotify. Ni We Transfer. Ni los drones para uso masivo. Twitter recién partía. No había Línea 6 del Metro ni una Línea 3 a punto de inaugurarse. No había Bike Santiago ni Mobike ni Scoot. No había Parque Renato Poblete, no existía el GAM, no había Templo Bahai, Poduje no peleaba con otros urbanistas por redes sociales porque el tema de la ciudad no era aún tema, no había plazas de bolsillo ni paseo Bandera, la cicletada del primer martes no era lo que es hoy, no existía el Museo a Cielo Abierto en San Miguel, no habíamos tenido el terremoto que marcó a todos los nacidos después del que vivimos en 1985, Santiago no había aparecido aún en el ranking del New York Times como la 1ª ciudad a visitar entre las 41 elegidas (fue en 2011) ni se había publicado ninguno de esos otros súper prestigiosos rankings en BBC, CNN, Nat Geo, Condé Nast, Travel & Leisure y muchos más, que han ubicado a la capital de Chile en el ojo de la prensa mundial. Hace diez años, la gente hablaba de Santiasco. Era políticamente correcto decir que Santiago era fome, feo, penca. Hace diez años no existía Santiago Adicto, comunidad que hoy supera el medio millón de seguidores y que, justamente, nació gracias a este suplemento. Fue aquí, en estas mismas páginas, donde escribí un sábado 29 de octubre de 2011 una columna con el título de "Santiagoadicto". Ese día, cuando vi impreso el diario, decidí partir con la cuenta de Twitter. Luego vino el Instagram, más tarde el Facebook y, hoy, Santiago Adicto es una plataforma multimedia. Una que ocupa el cien por ciento de mi vida laboral.

Hace diez años, cuando partí escribiendo en Tendencias, hablaba de la vida en general, de ser papá por primera vez a los 40 años, de los miedos de ser padre, de sexo, de género y de un largo etcétera. Muy en primera persona. Me he permitido volver a ese estilo para celebrar este aniversario de Tendencias, pero la verdad es que me siento feliz de que, a mis casi 50 años, sea la ciudad el centro de mis preocupaciones y no mi ombligo. Y claro, me emociona que hoy sea mucho menos usual encontrar a gente hablando de Santiasco. No se trata de que la ciudad dejó de tener los defectos que tenía, para nada. Hay demasiados desafíos pendientes en temas como segregación, transporte público, contaminación y más. Lo que está cambiando es la forma de relacionarse con Santiago: al igual que en una sana relación de pareja, queremos a nuestra ciudad con sus defectos, nos vinculamos con ésta desde el cariño y, a partir de esa mirada afectiva, trabajamos para mejorarla. Al igual que Santiago, Tendencias no es un suplemento perfecto. Pero, como ha pasado con los proyectos propositivos, positivos, inteligentes y respetuosos, tan escasos en esta época de haters y violencia digital, se ha ganado el cariño y el respeto de mucha gente. Para mí es un honor ser parte de Tendencias. Gracias Marialí, gracias Carmen Gloria, gracias Angélica, gracias Pato, gracias Marcelo!

*Periodista y fundador de @santiagoadicto.

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