1.El amor se ha vuelto líquido, tanto como las instituciones y las convicciones del siglo anterior. Al mismo tiempo que se celebran las múltiples formas de amar, corre de manera paralela la ansiedad de sentirse responsable de "elegir bien", más que mal, en libertad, el fracaso amoroso no se le puede atribuir a nadie. El "yo elijo" tiene bastante de ficción, porque al amor se "cae" (enamorado). Y en ese resbalón del ego actúan deseos inconscientes y ataduras sociológicas, antes que la pura racionalidad.

2. Zygmunt Bauman advirtió a comienzos del milenio, que los lazos amorosos en la posmodernidad se irían tornando frágiles y fugaces. Como una especie de "uberización" del amor, la flexibilidad se vive con entusiasmo y al mismo tiempo con la sospecha de una precariedad amorosa con consentimiento. Y es que, como toda tecnología, tampoco las del amor moderno -poliamor, amor libre, anarquía sentimental- emancipan, si no van de la mano de una intuición política. La liberación de las formas amorosas puede trabajar hacia la exaltación del individualismo y la mercantilización de los cuerpos, o bien, puede operar como resistencia, cuando utiliza toda la potencia política que tiene la amistad. Lo plural del amor a favor del cuidado y la reciprocidad, permite resignificar la soledad, la crianza, la ansiedad de conseguir pareja. Un mensaje post coitum para saber cómo llegó ese amante de una noche o bien la plena indiferencia, son opciones que tienen consecuencias absolutamente distintas en cómo se entiende la libertad.

3. Según algunos estudios, en la última década se tiene menos sexo. Parece que el placer se va deserotizando frente a las atracciones tecnológicas. Lo erótico mismo se va modelando por las nuevas formas de comunicación, difuminándose la línea entre lo virtual y lo offline: la disminución del encuentro cuerpo a cuerpo dificulta leer los signos de manera contextual, perdiéndose la capacidad de empatía, intuición y favorece la lectura lineal y formateada por clichés en las relaciones. Torpeza erótica que eleva las defensas frente al otro, pero a la vez idealiza un encuentro "transparente". El paradigma del amor hoy es quizás el de la serie Sense 8: seres conectados telepáticamente, el amor perfecto, el amor más voraz de todos.

4. Haya o no menos sexo, el amor es obstinado, porque es el hambre humana. Más allá de la educación sentimental (el amor es de las cosas que no se pueden domesticar del todo), deconstrucciones y géneros fluidos, el amor se ancla en el deseo –ese órgano desobediente y maldito– que tiene unas geometrías caprichosas. Por ejemplo, el amor se puede dividir entre quienes eligen siempre el mismo patrón, porque buscan repetir el paraíso perdido que suponen tuvieron alguna vez. Por el contrario, otros buscan el paraíso que consideran les fue negado, nostálgicos de lo que no fue, eligen sólo para decepcionarse una y otra vez. Otra división posible del amor es entre los que se resisten a él, estirando los juegos de deseo, pero una vez que caen, no se van más. Mientras que otros sólo buscan cerrar el contrato amoroso rápido, buscan la certeza, pero una vez logrado, se van.

5. Voy con unas cuantas cosas que insisten, pero sin la rigidez de las formas tradicionales. La fascinación etimológicamente viene de falo (y también de fascismo); hoy fálico ya no es exclusivo a los rasgos masculinos, la potencia no es equivalente a virilidad, pero lo que no cambia es esa dirección del deseo: hacia arriba. El post coitum psicológico -ese tiempo refractario en que no se puede amar más- tampoco es exclusivo a los hombres: amar con intervalos o amar a morir, sin límites, se distribuye entre los géneros. Por su parte, el príncipe azul, desprestigiado hace décadas, devela el hueso tras su figura: la demanda de ser rescatados y amados por sobre todas las cosas no cesa; y es que el príncipe, en el fondo, siempre fue la madre imaginada.

6. Al amor se cae. Por eso hay fascinación y terror a la dependencia amorosa. Cada tiempo encuentra cómo defenderse del amor. "Mejor casarse que arder", escribió Clarice Lispector; hoy hay otros cuantos escudos para no quemarse: amarse a sí mismo antes que perder el tiempo con el semejante es uno.

*Sicoanalista y escritora. 

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