Sin saber mucho del país, en diciembre aterricé en Macedonia con uno de mis hermanos. Yo sólo sabía que Alejandro Magno había sido macedonio y que Skopje, la capital, estaba repleta de estatuas. Bajamos del avión e inmediatamente nos dimos cuenta de que éramos una rareza. El oficial de inmigración nos miraba extrañadísimo; era obvio que nunca había visto a un chileno. ¡Hasta nos preguntó a nosotros si necesitábamos visa para entrar!

Macedonia tiene una compleja historia y un presente no menos confuso. Fue parte del Imperio Persa, del Reino de Macedonia y de los imperios Romano, Bizantino y Otomano. Luego perteneció a los territorios yugoslavos, de los que se independizó en 1991. Desde entonces ha estado en conflicto con Grecia por el uso del término Macedonia, ya que éste no distingue respecto a la región griega del mismo nombre. Por sus atractivos naturales y culturales, hoy el turismo es parte importante de su economía: sólo en 2017 recibieron más de 600 mil turistas extranjeros, la mayoría de los países vecinos.

En Skopje, al norte del país, confluyen distintas culturas y tradiciones. Con 500 mil habitantes, un 60% de población ortodoxa y un tercio musulmana, es lugar de iglesias y mezquitas, de letreros en cirílico y cientos de estatuas, que decoran prácticamente todos los espacios públicos de la capital.

La ciudad está dividida por el río Vardar. El lado oriental es el más antiguo, donde se encuentra la fortaleza del siglo VI y el antiguo bazar del siglo XII; una fusión de arquitectura bizantina y otomana, de alfombras, utensilios de cobre y minaretes por cuyos parlantes suenan las llamadas a rezar. La impresionante mezquita de Mustafa Pasha, terminada en 1492, domina el área.

Al salir del mercado y caminar hacia el río, lo primero que se ve es una estatua de 30 metros construida en honor al Rey Filipo II, padre de Alejandro Magno. Por la misma zona, están además los principales museos: el Arqueológico, el del Holocausto y el Museo Macedonio de la Lucha.

El Puente de Piedra, construido en el siglo XV, une la zona antigua con el centro de la ciudad. Desde él se divisa una columna que afirma a un enorme caballo en dos patas, montado por un jinete empuñando una espada. Es el gran Alejandro sobre Bucéfalo, que domina la Plaza Macedonia. Allí fue proclamada la independencia. Desde la plaza nace la peatonal calle Macedonia, donde se encuentra la casa memorial de la Madre Teresa de Calcuta, que nació en Skopje en 1910, cuando éste era territorio otomano.

Unos 20 kilómetros al oeste del centro se encuentra el cañón Matka, que es un paseo por el día. Con el bus número 60 se llega en 45 minutos. El recorrido termina literalmente en la punta de un cerro, desde donde uno se va adentrando hacia el cañón y el lago Matka. Se puede hacer trekking, arrendar botes o kayaks, recorrer cuevas o visitar Santa Andrea, una iglesia y monasterio del siglo XIV.

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Un conjunto de casas otomanas en Berat.[/caption]

De Ohrid a Berat

Después de unos días en la capital, seguimos hacia el sur. A menos de cuatro horas en bus está Ohrid, una pequeña ciudad de poco más de 40 mil habitantes, ubicada a orillas del lago del mismo nombre, que se comparte con la vecina Albania. Es la capital turística del país. Tanto el lago como la ciudad son Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Según una leyenda, en el siglo XVII Ohrid llegó a tener 365 iglesias, y aunque hoy son notoriamente menos, no dejan de sorprender. Aquí todo se puede hacer a pie: deambular por el casco antiguo y el antiguo bazar turco, recorrer la Fortaleza de Samuel y bordear el lago hasta la Iglesia de San Juan Kaneo, una construcción ortodoxa de estilo bizantino que desde la Edad Media contempla las aguas del lago desde un acantilado. Para mí, éste es el mejor paisaje de Macedonia.

En Ohrid pasamos una Navidad en la más absoluta calma, porque -otra cosa que no sabíamos de Macedonia- aquí usan el calendario Juliano, que va trece días por detrás del Gregoriano, así que mientras para todos era un día normal, nosotros improvisamos una cena con bureks y dulces típicos.

Desde Ohrid cruzamos en bus a Albania, otro territorio desconocido. Nuestro objetivo era llegar a Berat, en el centro-sur del país. Nos demoramos casi nueve horas en un recorrido de 150 kilómetros, que incluyó cuatro medios de transporte y llegar al hotel escoltados por policías que amablemente llamaron a la dueña del hotel para que nos fuera a recoger.

Berat es una de las ciudades pobladas más antiguas del mundo; desde el siglo VI a.C. fue sometida a dominio griego, romano, bizantino, serbio y otomano. Por su particular herencia histórica, hoy es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La parte más antigua de Berat es Kalaja, una fortaleza y castillo construidos en la cima de un cerro al cual se accede caminando desde el centro. Aunque la mayoría de lo que se ve fue edificado en el siglo XIII, aún se conservan partes de la fortaleza original del siglo IV a.C. Lo más curioso es que desde esa época el lugar nunca ha dejado de estar habitado y hoy además de un sitio arqueológico es un barrio donde aún vive gente.

En la ladera del mismo cerro se encuentra Mangalem, el antiguo distrito musulmán y lugar de las casas típicas otomanas que han dado fama a Berat. Edificadas durante los siglos XVIII y XIX, constan de dos pisos: uno de piedra y uno pintado de blanco, con largas ventanas de marco café. Lo mejor es perderse por este laberinto de calles de piedras, mezquitas y cientos de pavos vivos esperando ser comprados para convertirse en la cena de Año Nuevo.

Lecciones

Habíamos escuchado terribles comentarios de la capital de Albania y recomendaciones de no visitarla, pero decidimos hacer lo contrario. A 70 kilómetros al norte de Berat, el viaje en bus toma unas cuatro horas. Tirana se siente como otro país: con algo más de 800 mil habitantes, es colorida y ruidosa, donde resabios de un pasado otomano y comunista hoy conviven con centros comerciales y clubs visitados por los mejores DJ de los Balcanes.

Aquí decidimos pasar Año Nuevo, no sin antes aprovechar el último día del año viejo en Krujë, otro antiguo pueblo encumbrado a 600 metros en la cima de una montaña. Se llega en poco más de una hora en bus desde la capital. Está rodeado por una fortaleza medieval con una espectacular vista a valles y montañas; y su antiguo bazar es un paraíso de las antigüedades.

De vuelta en Tirana, junto a los otros viajeros de nuestro hostel, preparamos una cena con frutos secos y baklavas, para luego caminar a la Plaza Skandenberg, donde habrían fuegos artificiales, abrazos y sorbos de Raki, el trago típico de los Balcanes.

Hay dos cosas fundamentales que aprendí en este viaje: a viajar lento, porque en los Balcanes todo se hace con calma y la gente parece no alterarse por nada; y que al final los viajes los hacen las personas. Porque más allá de las barreras impuestas por idiomas, religiones y culturas, en estos dos países encontramos gente amable, sencilla y feliz de ayudar. Estos países no tienen la mejor infraestructura ni los mejores medios de transporte, pero siempre encontramos a quien nos guiara cuando no teníamos idea qué hacer.

Poquísima gente en Macedonia y Albania entiende inglés, pero por alguna razón las telenovelas latinas fueron muy famosas en los años 90: así, bastantes personas, sobre todo mujeres, aprendieron español a través de los subtítulos de la televisión. Esas mujeres fueron nuestro salvavidas en esta otra Europa.