"Estás gorda y das asco". Javiera Fica Delso (26) dice que no necesita esforzarse para recordar la frase que la quebró hace nueve años. Le es fácil, cuenta, mirar hacia atrás y verse nuevamente en Quinta Normal: una adolescente de tez clara, 1,68 metros y 62 kilos enfrentando el juicio de su entonces mejor amiga.

-Cuando empieza el invierno, me bajoneo un poco, porque esto ocurrió a mediados de junio. Estábamos sentadas en un sillón en su casa. Era un fin de semana. Le dije a mi amiga "oye, estás más flaca". Me respondió: "Sí, dejé de comer y tomo mucha agua". Le comenté que me parecía bien, pero que yo no necesitaba algo tan drástico, que estaba conforme con mi peso. Me dijo: "¿Qué?¿Estás loca? Mírate. Javi, estás gorda, das asco". Ahí se me vino el mundo abajo.

Francisco Fica Suárez (45) supo de aquel diálogo varios meses más tarde, cuando Javiera empezó a estar silenciosa y triste, y a comprar ropa ancha mientras su cuerpo se transformaba en un pellejo sin musculatura.

-Eso fue en 2010, un año de mierda. El anterior también fue así. Y el siguiente. Fue una época muy negra- asegura Francisco.

Francisco, ingeniero, y su hija, que interrumpió sus estudios de Enfermería para trabajar con él, están sentados en una oficina de la empresa familiar en Providencia. Se dedican, entre otras cosas, a la seguridad bancaria. Es mayo de 2019. A lo lejos, se escucha el ruido de los autos en avenida Andrés Bello. Es una tarde tranquila y el tedio de la rutina -después de un recorrido en que Javiera padeció anorexia, depresión e intentó dos veces quitarse la vida- es un deseo cumplido.

Francisco explicó de esa manera el sosiego cotidiano en una charla sobre suicidio adolescente y bullying que dieron los padres de Katy Winter -la niña de 16 años que se mató hace un año luego de ser agredida en redes sociales- a la que asistió junto a Javiera.

Su hija, afirmó, pudo ser otra Katy. Hay muchas Katy, demasiadas.

Sólo en el último año, 20 escolares en la Región Metropolitana se han quitado la vida. Un chico de Maipú se lanzó en el Costanera Center, una niña se tiró en la línea del metro, otra saltó desde un tercer piso en el colegio Manuel de Salas.

Javiera estuvo en esa misma situación hace casi una década: estaba en cuarto medio cuando trató de suicidarse por primera vez y había desertado del sistema escolar cuando volvió a intentarlo.

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Si la decisión de morir fuera un puzle, Javiera cuenta que esa imagen en Quinta Normal siendo denostada por su amiga sería tal vez la pieza más grande, pero no la única. No hay solo un hecho que por sí mismo, plantea, motive a alguien a apretar un gatillo o dar un paso al vacío.

Antes del "das asco", hubo un camino largo.

Estuvo, dice, el dolor que vivió por su padre. La madrugada del 4 de abril del 2009 Francisco conducía por la calle San Ignacio, en la comuna de San Miguel, una camioneta todoterreno. Al llegar a la esquina de Enrique Matte, no respetó un disco Pare: chocó al actor Gonzalo Olave Alcaide (25), quien iba en moto. El joven murió horas más tarde en el Hospital Barros Luco.

El accidente, por el que Francisco fue condenado a un año de firma mensual, fue el detonante de una crisis profunda. Fue amenazado por Facebook y en la calle le gritaron "asesino". Lo peor no fue eso, sino la culpa. Javiera lo vio desmoronarse y ella también resintió el golpe. Dejó de hablar de sí misma y a guardarse penas y miedos.

Vivían juntos desde hacía un par de años. Ella había decidido abandonar la casa de su mamá -casada y con otros tres hijos- y pasar su adolescencia junto a Francisco. En eso estaban cuando el rostro de él se repitió en televisión por las consecuencias del choque y ella recibió meses después la feroz apreciación sobre su cuerpo.

-Es difícil de entender...Venía mal y creí de verdad que daba asco, que estaba gorda y causaba repulsión. No era cierto, pero me miraba al espejo y me hacía sentido, buscaba detalles que calzaban con esa descripción que habían hecho de mí. Dejé de un día para otro de comer. Tomaba agua y mascaba chicle. Iba al colegio, volvía a la casa y me acostaba a dormir. Cuando iba los fines de semana donde mi mamá, y veía a esta persona que era vecina del barrio y yo creía que era mi amiga, volvía a decírmelo. Hubiera dado igual si no me lo repetía, porque ya estaba convencida.

Javiera fue drástica: decidió comer sólo si la obligaban. Entre junio y diciembre perdió 12 kilos. Ni las vacaciones escolares, ni el fin del proceso judicial de su padre ni las indicaciones médicas detuvieron la caída en su peso. En marzo de 2011 llegó a pesar 42 kilos, presentó deficiencias nutricionales y descalcificación. Se fracturó el sacro y estuvo semanas sin caminar. Todo eso, pensaba, era preferible a engordar.

Le recomendaron volver a la casa de su madre, compartir con sus hermanos, intentar reencantarse con la vida. Tenía ganas de hacerlo, pero no resultaba. El diagnóstico de una depresión profunda calzaba perfecto con lo que sentía: quería morir, cerrar los ojos, "dejar de joder".

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"Venía mal y creí de verdad que daba asco, que estaba gorda y causaba repulsión", recuerda Javiera Fica. (Crédito: Roberto Candia)[/caption]

Ese otoño, tras una discusión con su mamá, decidió que había llegado el momento de partir. Tenía a su alcance fármacos: estabilizadores de ánimo, cápsulas para dormir, otras para despertar. Recuerda que fueron cerca de 150 pastillas las que ingirió sin pausa después de escribir una nota: "Los quiero mucho, perdónenme".

-Tengo dos imágenes muy nítidas. La de mi cuerpo intoxicándose en una especie de fatiga dolorosa, y abrir los ojos en la Clínica Santa María con mis papás al lado y yo vomitando negro, porque me habían hecho un lavado estomacal. Aunque me sentía culpable y les pedía perdón, yo no quería estar ahí, no quería vivir.

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Lo que viene después de un intento de suicidio, relata Javiera, es tratar de entender el por qué. No siempre hay una respuesta, pero la búsqueda es más importante que la conclusión.

Ella primero trató de obtenerla internada en una clínica siquiátrica por dos meses; luego yendo a otra de forma esporádica; después con tratamiento sicológico y médico. Y pese a que todo ello le permitió entender que arrastraba dolores de infancia e inseguridades no resueltas, aún así la idea de morir siguió acosándola.

-La depresión no da tregua. Cuando me dieron el alta la primera vez, seguía igual. Es complejo, porque uno cree que está bien y no es verdad. Y sobre todo cuando una es chica aún todo es tremendo. Un insulto en redes sociales, que no te hablen en el colegio, que te digan gorda, es todo, es el mundo diciéndote que no alcanzas a ser lo que se espera. Creo que las personas no dimensionan el daño que hacen. A mí desde chica me habían hablado del peso, con cariño, pero el típico "está más gordita la niña" a uno no se le olvida.

En octubre del 2011, Javiera volvió a tener una sobredosis con pastillas. Fue, según Francisco, la advertencia final y los hizo volcarse a sacarla adelante. De esa época muestra un par de fotografías: Javiera con frenillos, demacrada y siendo sostenida para estar de pie. Ambos con una mueca que no alcanza a ser una sonrisa.

-La Javi venía agotada. Somos muy partners, nos hemos apoyado siempre y a los dos nos echó abajo lo del accidente. Cuando íbamos al juicio, a mí me gritaban asesino; y a la Javi, delincuente. Y le pasó esto de la agresión de su amiga. Ella no pudo más. Yo la vi muerta. Pensé "si se va, yo me voy con ella". Estaba enojado. Salimos siendo muy constantes, muy estrictos. Cuando veo casos de niños que se matan, me suena mucho a la historia que vivimos. Estoy convencido de que quienes lo hacen tienen una depresión no tratada. A los papás nos cuesta ver eso. Uno dice "está callado porque es adolescente". A veces no es sólo eso. La tristeza constante no se explica por la adolescencia.

Javiera cuenta que se recuperó de forma lenta, siguiendo paso a paso un tratamiento clínico y rearmándose. Dejó de ser la muchacha callada para decir, reclamar, quejarse, gritar.

-Soy otra. Si a mí hoy me dices "estás gorda, das asco", yo te respondería que no tienes por qué opinar sobre mi cuerpo, que es superficial y dañino, pero sobre todo, que no tienes derecho a hacerlo.

Cuenta el padre:

-Yo construí hace un tiempo un pilar para evitar los robos de cajeros automáticos. Lo probamos en uno en la estación de metro en Los Presidentes. Lo instalamos y al día siguiente reventaron el lugar, pero no pudieron llevarse el cajero. Me encargaron muchos, gané muchísimo dinero, la empresa creció. El secreto es la forma que tiene: pueden cortar el cajero, pero la base no se mueve, entonces no pueden llevarse la plata. Javiera hoy tiene esa misma base, la creó solita; conmigo al lado, pero sola. Pueden tratar de romperla, pero ahora es una mujer fuerte.