Vivimos un momento contradictorio. En estos días usted puede visitar la Bienal de Escultura en el Centro Nacional de Arte Contemporáneo de Cerrillos, el Simposio Internacional de Escultura en el Parque de las Esculturas de Providencia y el festival de muralismo y grafiti "Puerta del Sur" en la pared sur del río Mapocho, entre el puente Pío Nono y la calle Huelén. Todo gratis, todo de gran nivel.
Al mismo tiempo, y hace apenas unos días, el escultor Federico Assler, leyenda viva del arte público, quien está presente con su obra tanto en la bienal como en el simposio, retiró su escultura llamada "La patata", que estaba en la calle frente a la entrada del Museo de Bellas Artes, pues fue vandalizada. Assler, un verdadero constructor de arte, un hombre que diseña sus propias herramientas y que utiliza el hormigón como pocos, lleva décadas trabajando para que su obra sea lo más pública posible, aceptando gran cantidad de proyectos que implican que su escultura esté al alcance de la gente, a pesar de sus 89 años de edad. Por eso su gran decepción al comprobar que esa escultura que regaló a Santiago duró apenas un año libre de rayados. Por eso se la llevó. Para restaurarla y reubicarla en un lugar donde sea querida y respetada.
Es sólo un ejemplo de muchas esculturas, frontis de edificios patrimoniales, paredes de casas y cortinas de establecimientos comerciales que han sido afectadas por el rayado con spray o incluso con pintura, como sucedió hace pocos meses con casi todos los rostros del mural ubicado en Lastarria con Rosal.
No nos gusta. Pero probablemente tampoco entendemos lo que hay detrás.
A principios de julio, un grupo de diputados oficialistas presentó un proyecto de ley que regula, sanciona y determina condiciones para la realización del arte callejero. Es una propuesta enfocada en el garrote, que da amplio poder a los municipios para decidir si un mural puede realizarse o no (incluso en una propiedad privada) y que intenta distinguir qué es arte y qué no lo es.
Como bien dice el muralista Alejandro "Mono" González, "es imposible hacer una distinción objetiva y tajante entre un arte callejero "bueno" y "de calidad" y uno que no cumpla esas condiciones, por lo que queda al arbitrio del observador (la audiencia) la apreciación de las bondades de una expresión artística. En el campo académico sí existen criterios y métodos, pero el arte urbano escapa a la mayoría de éstos. Por lo tanto, hacer una distinción entre arte callejero de buena y mala calidad, solo contribuiría a elitizar una práctica esencialmente democrática y popular".
Mucho más importante que aplicar castigos -que ya existen- o que entregarles poder de decisión para juzgar el arte a instituciones estatales, es tratar de comprender, de interpretar qué nos está queriendo decir una nueva generación de jóvenes, que pueden llegar al extremo de rociar con bencina a un profesor, quemar la puerta de una iglesia, manifestarse sin ropa por el fin de la violencia sexual contra las mujeres o rayar la fachada del colegio de arquitectos sin compasión. Claro que buscar respuesta a estos fenómenos requiere tiempos más largos que un período parlamentario, por lo tanto siempre está la tentación de legislar para la tribuna. Necesitamos investigar y también enseñar en los colegios acerca de la belleza y la importancia del arte urbano. Es importante incentivar el desarrollo de talleres de grafiti en la educación básica y media para que los niños puedan expresarse y aprender. Una idea: llevar a los dos vecinos que crearon el Museo a Cielo Abierto en San Miguel de gira por los colegios de Chile, para que expliquen cómo el arte puede mejorar la calidad de vida de una población.
Y sí, creo que debe haber sanción para quien dañe un monumento nacional. Pero la ley ya existe y el tema es fiscalizar. Dice así: "El que causare daño en un monumento nacional, o afectare de cualquier modo su integridad, será sancionado con pena de presidio menor en sus grados medio a máximo y multa de 50 a 200 unidades tributarias mensuales (lugares, ruinas, construcciones u objetos de carácter histórico o artístico, etc.)".
La invitación entonces a nuestras autoridades es a conocer más la calle, a pensar en propuestas que lleven la zanahoria por delante y a entender que el arte urbano es una extraordinaria manifestación de la cultura.
Y a quien rayó la patata de Assler, a dar la cara, pedir disculpas y regalar horas-hombre para ayudar en su restauración.
Periodista y fundador de @santiagoadicto.