La tonalidad turquesa de sus aguas conquista a cualquiera. También esconde una impresionante cantidad de vida marina y vegetación. Al observarlo, sencillamente se le puede asociar a un paraíso tropical y exótico como cualquier otro.
La realidad es que está lejos de serlo.
Hablamos del Atolón Bikini, una isla coralina oceánica que pertenece a las islas Marshall, las que a su vez están ubicadas en el Océano Pacífico Central. Históricamente este atolón fue el hogar de nativos hasta que, por su ubicación aislada en el mundo, no tener tantos habitantes y otras condiciones favorables, se decidió que sería el punto idóneo para experimentar con bombas atómicas en la década de 1940.
Hoy en día, es considerado uno de los lugares más radioactivos del mundo y no está permitido que las personas puedan vivir allí.
Atolón Bikini y las pruebas con bombas nucleares
Las islas Marshall, donde pertenece el Atolón Bikini, pasaron a estar bajo el control estadounidense en 1944. En la actualidad, es un estado soberano que está en asociación libre con Estados Unidos.
Este territorio no siempre estuvo deshabitado como lo está ahora, porque en el pasado fue el hogar de habitantes indígenas. Eso hasta 1946, año en que el gobierno estadounidense desalojó a todos los residentes para dar inicio a las pruebas atómicas en la zona, con el fin de tantear el poder que estas tenían frente a otras. La medida era por “el bien de la humanidad y el fin de todas las guerras mundiales”, dijo el gobernador militar de Bikini, Ben H. Wyatt.
A los residentes de Bikini les aseguraron que la medida sería temporal, por lo que los reubicaron en un atolón cercano, llamado Rongerik. Las autoridades de la época indicaron que años más tarde podrían volver a Bikini, supuestamente cuando los niveles de radiación estarían más bajos y estuvieran las condiciones para vivir, pero eso nunca ocurrió.
Específicamente, fue en julio de 1946 que se iniciaron las pruebas atómicas en Bikini. La primera serie se llamó Operación Crossroads y estuvo compuesta por dos detonaciones de artefactos nucleares. Solo un año antes, Estados Unidos había bombardeado Hiroshima y Nagasaki.
Hasta 1958 se realizaron en total 67 explosiones nucleares en el Atolón Bikini y sus cercanías. Por aire, mar y debajo del agua. Una de las detonaciones, la de Castle Bravo, alcanzó tanta potencia que fue 7 mil veces mayor que la que se había empleado en la ciudad de Hiroshima.
Atolón Bikini: un sitio lleno de fauna marina
Los efectos que quedaron tras los testeos de las armas nucleares por parte de Estados Unidos fueron devastadores. Se considera que el Atolón Bikini posee niveles de radiación tan altos que impiden que la vida humana pueda desarrollarse sin riesgos nocivos para la salud.
Los nativos de la isla hasta ahora no han podido volver en todas estas décadas, y si bien unos pocos intentaron regresar en la década de 1970, nuevamente tuvieron que dejar Bikini por la radiación que persistía en todas partes. Al mismo tiempo, hasta la actualidad el turismo sigue siendo una práctica que podría ser tremendamente peligrosa para quienes están interesados en visitar este atolón fantasma.
Pero también la intervención tuvo efectos para el medioambiente y el ecosistema de la zona. Detrás de la apariencia paradisíaca de la isla, se oculta un daño irreversible en la fauna marina que hay bajo las aguas. No porque sea poca, sino que también se ha visto impactada accidentalmente por la radioactividad.
En los últimos años, científicos verificaron que una especie de santuario marino en la zona, donde las especies han sabido sobrevivir. Se cree que esta habría aparecido por lo menos una década después de que terminaron las pruebas nucleares en Bikini.
Según plantea un artículo de BBC, quien ha sido testigo de Atolón Bikini es Stephen Palumbi, académico de Ciencias Marinas de la Universidad de Stanford (Estados Unidos).
En 2016, el profesor participó de una expedición hacia la mágica isla junto a la investigadora Elora López-Nandam. Se trasladaron hasta el cráter Bravo, donde los niveles de radiación no eran tan altos en comparación a otros puntos del atolón.
Sin embargo, en el fondo habían sedimentos que tenían unas cantidades elevadas de plutonio, americio y bismuto radioactivo. Eran más altas que cualquier otra ubicación del archipiélago Marshall. Aquello se explicaba por una razón muy sencilla: ese fue el sitio donde el gobierno estadounidense detonó la explosión termonuclear más grande, en 1954.
Palumbi también observó la cantidad de fauna marina y vegetación que aún persistía en el sitio. En los márgenes del cráter, por ejemplo, había un impresionante escondite: cardúmenes de peces arcoiris vivían como si nada.
Los investigadores también identificaron que había una gran cantidad de tiburones grises. “No podías mirar a ninguna parte sin ver uno o dos”, dijo Palumbi a la BBC.
Si bien todo aparentaba ser normal, los efectos de la radiación eran evidentes en la fauna, ya que esta presentaba mutaciones. Los peces eran mucho más grandes que lo normal, mientras que los tiburones grises no tenían segundas aletas dorsales.
En otras zonas del atolón, Palumbi y López-Nandam también hallaron otras increíbles especies en grandes cantidades, como peces loros y peces napoleón, además de corales de 8 metros de altura.
“Encontramos, para nuestra sorpresa, no solo corales dispersos, sino comunidades de corales muy abundantes y saludables, corales más grandes que automóviles esparcidos por los bordes del cráter de una bomba de hidrógeno”, comentó Palumbi a Stanford Magazine en 2016.
“Francamente, el impacto visual y emocional es simplemente asombroso”, agregó el académico.
En 2010, el Atolón Bikini fue nombrado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, puesto que es considerado un símbolo de la era de las pruebas atómicas.