Si pudiésemos resumir la vida que conocemos, estaríamos forzadas a admitir que diversidad y cambio son los atributos más conspicuos de este valioso y extraño fenómeno de la vida que -hasta ahora- sólo conocemos en nuestro planeta Tierra. La primera se manifiesta en las más de 10 millones de especies que habitamos este mundo (muchísimas más si consideramos microorganismos), colonizando desde las profundidades del mar hasta las cumbres montañosas, en zonas polares o los desiertos más áridos.

Representa cada una de estas especies, incluyendo la humana, el resultado de numerosos procesos evolutivos, que no son otra cosa que ensayo y error, de error y vuelta a ensayar, los cuales han ido permitiendo a cada grupo desarrollar soluciones a los desafíos encontrados en su camino. Es esta transformación permanente la que ha permitido desplegar una maravillosa e infinita variedad de vida. ¡Más aún! Es esta misma vida la que ha sido capaz de modificar al planeta generando en este proceso virtuoso condiciones favorables para su desarrollo y propio bienestar, como oxígeno, agua, suelo, alimentos, entre muchos más.

Esta trama de vida que da vida está hoy gravemente amenazada por el ser humano. Es quizá uno de los problemas globales más relevantes y menos reconocido y, por lo tanto, es muy difícil de enfrentar. Su origen es múltiple y radica en los milenarios esfuerzos religiosos, sociales, económicos, culturales, por intentar homogeneizar esta diversidad y hacerla desaparecer en forma de monocultivos, monoplantaciones, megadesarrollos urbanos, megaproducción para mercados globales, entre otros. La respuesta de David ante este Goliat es la conservación de la biodiversidad, disciplina teórico-práctica cuyo único objetivo es revertir la degradación de natura. Y cuyo éxito reside en su instalación en todo espacio social, fomentando cambio de prácticas de relacionamiento con natura, que reconozcan y promuevan su diversidad a todo nivel, desde el más local al planetario.

Las mujeres, a pesar de conformar el sector mayoritario de la población humana, por siglos y por los mismos motivos que han generado la crisis planetaria de biodiversidad, han sido degradadas y borradas del género humano, circunscribiéndolas a diminutos y silenciosos espacios familiares. Con la consecuente erosión de la diversidad humana, la que tal como el resto de la biodiversidad, es básica para proveer salud y bienestar al grupo humano completo. La respuesta a esta mutilación humana es el feminismo, que se levanta como un movimiento teórico-práctico, que trabaja para revertir esta degradación, y que para ser exitoso debe tocar cada nivel de la sociedad, desde la familia nuclear, pasando por organizaciones comunitarias, académicas, el Estado, compañías, el Congreso, y todo el resto.

Son rutas compartidas. Cuyo reconocimiento y apoyo mutuo sólo acelera la instalación de los necesarios y vitales cambios.

* Ecóloga y directora para Chile de Wildlife Conservation Society (WCS)