La bióloga Bárbara Saavedra dice que en estos días de coronavirus y cuarentenas no ha asomado la punta de la nariz en la calle. Hace un año y medio dejó atrás un cáncer de mama y, aunque las quimioterapias que afligían su sistema inmune son parte del pasado, por ahora no ve la necesidad de arriesgarse. “Bueno, tarde o temprano vamos a tener que salir a enfrentar el mundo”, dice desde su casa. Pero el encierro no ha aplacado su hiperactividad. Ha participado en distintos conversatorios y prepara su propio webinar para el 7 de mayo, donde quiere hablar de la salud de un planeta enfermo.

Saavedra es doctora en Ecología y Biología Evolutiva, y experta en conservación. Hace 15 años encabeza el programa chileno de la Wildlife Conservation Society, y desde ahí lidera el proyecto del parque Karukinka, en Tierra del Fuego. También es directora de la Sociedad de Ecología de Chile, consejera del Consejo Nacional para la Innovación y Desarrollo, y fue parte del Consejo Consultivo del Ministerio de Medio Ambiente. En esas instancias, dice ella, ha puesto sobre la mesa que los costos de la crisis económica que acarrea la pandemia no debe pagarlos el medioambiente.

Su primera reflexión en esta entrevista es que esta pandemia que nos tiene de rodillas ante un nuevo virus nos puso en el lugar que nos corresponde.

“Como humanidad tenemos la idea de que estamos por sobre la naturaleza, y no es así. Para mucha gente, esto se hizo evidente recién ahora. Lo que está pasando es también un recordatorio de que tenemos que transformar la sociedad, desde una que mira a la naturaleza desde arriba a una que está inserta dentro de ella, tal como un bebé dentro de un útero. Todas nuestras conexiones con la naturaleza, que son super sutiles y muchas de ellas incluso desconocidas todavía, debemos cuidarlas y mantenerlas para asegurar el bienestar de ese ser que está siempre en gestación, que somos los seres humanos. Esa es la principal lección que me gustaría que el mundo sacara de esto”.

Bárbara Saavedra, en el Parque Karukinka, ubicado en la Isla Grande de Tierra del Fuego. Foto: Juan Ernesto Jaeger.

-¿Cuáles son las lecciones que tú has sacado?

-Para las personas que trabajamos en conservación de biodiversidad, nada de lo que está pasando ha sido sorprendente. Esto que estamos viendo estaba anunciado desde hace mucho, mucho tiempo. En 2004, WCS convocó a un encuentro en Manhattan, donde especialistas en distintas disciplinas y de todo el mundo llamaban la atención de que la salud de las personas está directamente relacionada con la salud de los animales y la ambiental. De ahí salió un documento muy conocido que se llama los “Doce principios de Manhattan”. Tampoco es sorprendente que los efectos de la pandemia, tal como otros problemas globales, no se distribuyan de manera equitativa en la población y que la gente más vulnerable sea la que más sufre. Por lo tanto, esta pandemia puso en evidencia algo que no sólo dicen las organizaciones conservacionistas, sino también la ONU o el Banco Mundial. Entonces, el llamado es a transitar desde esta supuesta supremacía hacia un contexto más integrado y más equitativo con el resto de los organismos del planeta y también con los congéneres. Espero que esto quede en evidencia a los tomadores de decisiones, y que puedan direccionar sus intervenciones a corregir y a restaurar esas relaciones para que sean más equitativas.

-¿Qué rol juega la conservación de la biodiversidad en un escenario de crisis como el actual?

-La conservación de la naturaleza es uno de los mejores antivirales. Estamos hablando de enfermedades que tienen un agente biológico patógeno que causa una enfermedad, donde hay un hospedero que se puede enfermar, y este patógeno y este hospedero están en ambientes o en condiciones propicias para encontrarse. En los últimos 10 años, el 70% de las enfermedades que afecta a los seres humanos ha provenido de la vida silvestre, debido a que hemos estresado la naturaleza. Este virus tiene que ver con el tráfico de animales en mercados donde confinas y estresas especies, su sistema inmune se deprime, quedan más propensas a enfermedades, y los humanos están ahí metidos y se contagian. Y no sólo está este caso, hay otras enfermedades, como el dengue, el zika o la malaria, en las cuales los seres humanos se han metido y destruido los ecosistemas, como los humedales, quedando expuestos a enfermarse. Piensa que hay una serie de patologías que se están expandiendo hoy producto del cambio climático, lo que está ocurriendo en los bosques boreales del Hemisferio Norte, donde la deforestación afecta a los depredadores que son controladores naturales y esto ha generado mayor prevalencia de garrapatas que provocan la enfermedad de Lyme.

No tiene sentido pensar en, entre comillas, reactivar la economía a costa de mayor degradación ambiental si justamente la degradación ambiental nos ha puesto donde estamos ahora.

-¿Hay ejemplos de esto en el plano local?

-Hay enfermedades asociadas a la degradación del ambiente que no se transmiten, pero que los chilenos conocemos bien. Hablo de los casos tristemente emblemáticos de las zonas de sacrificio, ambientes donde la contaminación pasa directamente a la población humana con consecuencias directas, como enfermedades respiratorias o mayor prevalencia de cáncer. ¡Tenemos niños contaminados con metales pesados en distintas ciudades del país! Miremos las ciudades del sur que tienen altos niveles de contaminación atmosférica, eso también es degradación de ambiente y redunda en la mala salud de las personas, en enfermedades respiratorias y cardiovasculares. Cuando miramos cómo los humanos hemos degradado el medioambiente nos tenemos que dar cuenta que no sólo la naturaleza es la afectada, sino también la salud de las personas. La única diferencia que ha hecho esta pandemia es, entre comillas, democratizar problemas que antes no nos tocaban a todos, sino que a los grupos más vulnerables.

-¿Es pertinente hablar de “cuidar el planeta o el medioambiente” en plena pandemia? Alguien podría plantear que las urgencias son otras.

-Siempre hemos tenido excusas o falsas dicotomías para no dedicar parte de nuestras capacidades, recursos y tiempo a proteger, restaurar y promover la biodiversidad. Todo eso, y ya está demostrado, es falso. Antes estaba instalado el supuesto de que si tenemos economías fuertes vamos a tener más desarrollo, entre comillas. ¡Falacias! Ninguna de esas cuestiones se sostiene por sí sola y basta una pequeña salida de madre de la naturaleza y todo colapsa. En algunos conversatorios en estos días dije que en la sociedad tenemos que abrir una oportunidad para redefinir el desarrollo, y en el centro de ese desarrollo tienen que estar las relaciones entre los humanos y la naturaleza. No son divisibles. Por lo tanto, hay que alimentar esa relación con inversiones: basta una pequeña parte, pero significativa, permanente y bien dirigida, para ir abordando los problemas de conservación. En Chile eso no existe.

Cuando hablo de conservación siempre digo que es una necesidad vital hoy día en el mundo, en particular en Chile, porque tenemos gran parte de nuestros ecosistemas degradados, pero también porque es un factor para construir democracia.

-A raíz de la pandemia y de la recesión económica se sugirió que se podrían flexibilizar los permisos ambientales para reactivar la economía. ¿Qué reflexión te provoca ese planteamiento?

-Eso es totalmente falaz. No tiene sentido pensar en, entre comillas, reactivar la economía a costa de mayor degradación ambiental si justamente la degradación ambiental nos ha puesto donde estamos ahora. Todo lo contrario. Hemos tenido conversaciones con la ministra de Medio Ambiente, Carolina Schmidt, con ex ministros de Medio Ambiente y con personas del ámbito productivo, y todos tienen una convicción fuerte, y basada en el conocimiento científico, de que la recuperación, mantención y promoción de la economía tiene que ser en base a la recuperación, mantención y promoción de la naturaleza. Vamos a tener que ponernos creativos para encontrar esas respuestas, porque no saltan a la vista, y en cambio sí están a la mano estas visiones hegemónicas que no se hacen cargo de conocimientos y prácticas que están presentes en distintos territorios o en distintos tipos de empresas donde se llevan a la práctica la combinación de ambas cosas. Si tenemos a la misma gente, que piensa de la misma manera, es poco lo que vamos a avanzar. El chancacazo de la pandemia ha sido bien grande y algunas cabezas habrá remecido, ¿no?

-La mayoría de las veces esta discusión queda reducida en los mismos de siempre. ¿Qué debería cambiar?

-En muchos rincones del país hay necesidades muy grandes desde el punto de vista ambiental y en cada uno de esos lugares existe gente común y corriente que sufre los embistes directos o indirectos; hay autoridades, que muchas veces son el jamón del sándwich; existe un mundo privado que está tratando de sacar adelante distintas iniciativas; está el mundo científico, que, aunque todavía es pequeño, conoce gran parte de estos temas; y está la comunidad global que ha acumulado mucho conocimiento de sus territorios. Me gustaría ver que todos juntos metiéramos las manos en la masa para resolver los problemas. Que salgamos de las declaraciones desde las trincheras para ir al encuentro de otros y preguntarles ¿cómo abordamos esto? Te doy un ejemplo: en una gran cuidad como Santiago, el tema del agua y de la restauración de la cordillera es un temazo que debiera convocarnos a todos. ¿O por qué no plantearnos entre todos el desafío de que vuelva al agua a Aculeo o al río Petorca? Por eso es que cuando hablo de conservación siempre digo que es una necesidad vital hoy día en el mundo, en particular en Chile, porque tenemos gran parte de nuestros ecosistemas degradados, pero también porque es un factor para construir democracia y donde nos podemos encontrar y conocernos. Ninguna de estas cosas va a ocurrir por arte de magia ni por decreto.

-Hace unos días participaste en un conversatorio sobre una nueva Constitución más verde. Ahí se planteó la incorporación de “deberes” de las personas en la protección del medioambiente. ¿Qué te parece la idea?

-Yo creo que somos seres sociales y tenemos deberes hacia los otros. Hoy la pandemia ha dejado claro que tenemos dos niveles para movernos: uno es el personal, cuidarnos cada uno, pero eso no puede ser a espaldas de los demás. Si tienes coronavirus, ¿vas a ir al supermercado o te vas a ir a la playa? No. Reconocer en la Constitución esos dos niveles, el personal y el comunitario, me parece super interesante de explorar.