Recuerdo el comentario de una amiga cuya madre durante su adolescencia comentaba "no importa que sea más tontita, si total es bonita". Los estereotipos de inspiración machista no son patrimonio exclusivo de los hombres. Por eso el camino hacia una sociedad sin comentarios aberrantes como ese no se pavimenta sólo con leyes, sino a nivel de la cultura, la educación, y en un ambiente de libertad.
En medio del debate y la verdadera explosión social y política del tema de la igualdad, el acoso y todos los matices asociados al problema, confieso que al escuchar algunas propuestas se me produce una señal de alarma: que propuestas "sobregiradas" den pie a una visión nueva, pero igual de nefasta e injusta para las mujeres: que lo que logren el día de mañana no se reconozca como fruto del mérito, sino de las cuotas.
Lo que insulta a las mujeres es que no nos dejen competir con igualdad. Como todos los seres humanos, queremos y podemos validarnos por nuestros propios méritos. Hay que advertir el peligro que el abuso del sistema de "cuotas" termine consolidando un "machismo 2.0", una actitud condescendiente que castiga y descalifica a priori a la mujer que se integra a un ambiente laboral "porque había que cumplir la cuota".
La igualdad de trato es mucho más profunda que la igualdad en los números. Por años mujeres notables se han abierto espacios en mundos laborales dominados por hombres. Sería un error gigante permitir que se diga que las mujeres queremos dejar de competir. Nada más alejado del espíritu con que hay que enfrentar este tema que aceptar la imagen que las mujeres queremos validarnos por secretaría.
Es este caso, con un simple giro del lenguaje el machismo subyacente se manifestaría de otra manera. Antes decían "no puede". Ahora dirían "no se lo merece, lo obtuvo por cuota".
Con frecuencia se habla de cuotas de género legales para directorios de empresas privadas y cargos gerenciales. Pero esa es una discusión de elite. Lo que realmente nos debe preocupar desde las políticas públicas es cómo más mujeres pueden integrarse al mercado laboral en todos sus niveles, y remover las barreras legales que persisten.
Y no se pueden olvidar algunas verdades gruesas, de esas que le hacen bien a toda la sociedad, aunque sean especialmente importantes para las mujeres. La autonomía económica de la mujer va de la mano de la incorporación al mercado laboral, y esta va de la mano con los niveles de libertad económica del país.
Desde 2009 el Banco Mundial publica un estudio relativo a las barreras regulatorias y leyes que afectan la capacidad de las mujeres de participar en forma libre en las distintas actividades económicas. En base a ese estudio, el Fraser Institute ha construido el Índice de Disparidad entre géneros y lo contrastó con el Índice de Libertad Económica. La conclusión es contundente: a mayor libertad económica, menor disparidad de género, mayor participación de la mujer en el mercado laboral.
No dudo que incluso quienes a veces dudan de la importancia social y humana de la libertad económica entienden intuitivamente lo importante que es la autonomía económica de la mujer. Por eso, de la mano de la discusión de leyes específicas en la materia, de la mano de los cambios culturales, debemos persistir en los esfuerzos para ampliar los espacios de libertad y de igualdad de trato para todos.
*Subdirectora Políticas Públicas Libertad y Desarrollo