Dos años duró el período de discernimiento de Pablo Prieto (29) antes de retirarse del Seminario Pontificio Mayor de Santiago. Dice que en su decisión pesaron, entre otras razones, que no se motivó demasiado con el trabajo pastoral y las ganas de tener una familia. Hoy, cuatro años después, sigue el devenir de la Iglesia preocupado por la falta de renovación y de liderazgos que convoquen a los jóvenes: "El Padre Hurtado motivó muchas vocaciones y no fue sólo porque hablaba bonito. Era un gallo que se sacó la cresta por Cristo y por la Iglesia".
-Si la Iglesia tuviera hoy ese líder, ¿habrías continuado en el seminario?
-Si hubiese habido un ejemplo más potente, puede que sí.
La Iglesia Católica en Chile enfrenta una baja en el número de fieles: en el Censo de 1992, 76,7% de los chilenos se declaraba católico; para el de 2012 sólo lo hacía el 67,37%. También hay poca confianza: según el Latinobarómetro, sólo el 36% de los chilenos confía en esta institución. La cifra más baja en toda Latinoamérica.
Además, están los casos de abusos sexuales. Sin ir muy lejos, a partir de la próxima semana los obispos chilenos viajarán al Vaticano para una reunión sobre el tema convocada por el Papa Francisco, quien recientemente pidió perdón a Juan Carlos Cruz, James Hamilton y José Andrés Murillo, víctimas de abusos de Fernando Karadima.
Según el Anuario Estadístico de la Iglesia 2017, el último publicado, el descenso en las vocaciones sacerdotales es evidente. Si en 2001 había 847 seminaristas -"estudiantes" para curas- en el país, la cifra descendió a 607 en 2015. Una baja del 28%. Esto también se ha reflejado en el número de centros de formación de sacerdotes: en 2001 había 64 y para 2015 quedaban 41. Un 35% menos.
Los seminaristas diocesanos -que no pertenecen a una congregación, sino que dependen del obispo de la diócesis- han bajado de los 287 que había en 2008 a los 120 que existen hoy. Un recorrido por algunas congregaciones refuerza esta misma idea. Los jesuitas explican que entre 1990 y el 2000 el promedio de ingreso fue de ocho novicios por año, mientras que en los últimos ocho años es de sólo dos. En los salesianos, entre 2012 y 2018 ingresaron al noviciado un promedio de dos jóvenes cada año. En el año 2000 entraban más: nueve.
De todos modos, en las congregaciones dicen que los que ingresan hoy muestran un mayor nivel de perseverancia: "Entran menos, pero en su mayoría vienen con un discernimiento más profundo", dice el salesiano Claudio Cartes, delegado de la Pastoral Juvenil de esa congregación.
No es éste el único período en que se han registrado estas bajas. Fernando Ramos, secretario general de la Conferencia Episcopal de Chile, recuerda que la convulsión política y social desplomó las vocaciones sacerdotales en el país entre 1965 y 1973. Ese último año se ordenó sólo un sacerdote en Chile: monseñor Cristián Caro, actual obispo de Puerto Montt. "El católico tradicional se polarizó entre los que trataron de vincularse al proceso social y político, y quienes lo miraban más críticamente", explica. A fines de los 70 hubo un repunte vocacional. "Varios países en América Latina estaban bajo dictaduras militares, lo que produjo un estrechamiento del horizonte cultural de los jóvenes", señala, ya que con suerte un 10% entraba a la universidad. Como había menos alternativas, volvieron a mirar el camino religioso.
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"Una de las cosas que siempre se discutían en el seminario era el celibato. Para todos es un gran tema tomar la decisión de no tener hijos para dedicarse a predicar", dice Pablo Prieto, ex seminarista. Fotografía: Juan Farías.[/caption]
Por eso, los años 80 traen la mayor cantidad de gente en los seminarios en Santiago, aunque en el 90 empiezan a bajar nuevamente junto con el cambio social, político y económico. "La apertura de posibilidades para los jóvenes hoy es exponencialmente superior a la que tenían cuando yo era joven. Antes había un horizonte más estrecho", dice Ramos, a sus 59 años. Agrega como otro factor del descenso de vocaciones la reducción de la familia.
"Hoy es más difícil reclutar sacerdotes que en décadas anteriores porque hay un ambiente que no favorece el desarrollo vocacional", explica el padre Cristián Castro, rector del Seminario Pontificio Mayor de Santiago. Califica la baja de las vocaciones como "preocupante". Revertirlo, dice, es un desafío.
Bitácora de una caída
Francisco Álvarez (31) vive hace siete años en el seminario de Santiago, después de casi terminar Geología en su natal Antofagasta. Recuerda que cuando contó a su entorno que se venía al seminario, el tema de los abusos salía a la palestra. "Me decían: '¡Pero cómo se va a ir a los curas, si ellos hacen estas cosas! Ahí salía la pedofilia", comenta. "Uno a veces va decayendo en ánimo y piensa: 'chuta, que la hemos embarrado como Iglesia. Y feo'. Eso puede desanimar, pero cuando uno hace el examen personal se da cuenta de que tiene una mirada esperanzadora del futuro. Todo esto doloroso nos está haciendo cambiar como Iglesia, purificando las motivaciones de los que entran".
Andrés (nombre ficticio para un sacerdote joven, que pide reserva) se ordenó cinco días antes de que estallara el caso Karadima, en abril de 2010. Cuenta que eso lo afectó de una manera impensada. Trabajaba en un colegio y jugaba con los niños a la pelota; ellos se le tiraban encima y lo abrazaban, pero a raíz del caso él empezó a cuestionarse la manera en que trataba a los chicos: "Chuta, qué hago, cómo me relaciono con ellos ahora, qué cautela debo tener". Lo empezó a pasar mal hasta que optó por seguir con la manera en que lo había hecho siempre. "Vivir bajo sospecha te empieza a ahogar", dice.
En los seminarios no le hacen el quite al tema.
"Hoy, como Iglesia, tenemos mucho paño que cortar, mucha cosa que aprender, muchos perdones que pedir". La frase es del padre Francisco Ibáñez, encargado de la pastoral vocacional y formador de sacerdotes diocesanos. La dice frente a la pregunta de cómo influyen los escándalos de la Iglesia en la baja de vocaciones. Cuenta que pasó cuatro años en Roma, en la Pontificia Universidad Gregoriana, donde están a la vanguardia de las políticas de prevención del abuso, y que si bien el golpe fue duro, gracias a éste la Iglesia ha cambiado.
Esos cambios se iniciaron después de que se revelaran los casos de abusos en Boston e Irlanda la década pasada. El resultado son documentos y protocolos para prevención de abusos y contención de sus víctimas. A eso se suma la creación de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores (CPPM) y un cambio en el Derecho Canónico que determinó que los delitos graves de abusos ya no son investigados en los Tribunales Eclesiásticos locales, sino que pasan a la Congregación para la Doctrina de la Fe. Es decir, son vistos directamente en Roma. Todas estas reformas se plasmaron en el documento Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, que definió las nuevas maneras para la formación de curas a finales de 2016.
"Ahora hay un proceso de selección bien duro, igual que los criterios de elección. Hay un estudio acabado de la personalidad de los muchachos antes de ingresar y en el seminario hay un staff de sicólogos", cuenta Ibáñez, quien aparte de sacerdote es sicólogo. Luego explica que los nuevos curas hoy tienen todas las herramientas para detectar casos de abusos. "El tema es que nosotros estamos pagando culpas de 20 o 30 años atrás", dice.
Pero esta no es la única razón para explicar la baja de ingresos a los seminarios del país. El padre Cristián Castro aclara que esto "obedece también a un ambiente generalizado que se ha dado en las últimas décadas donde la presencia de lo religioso en la vida cotidiana no tiene tanta fuerza. Estamos viviendo una suerte de secularización fuerte".
Los consultados explican que hasta hace unos años el clero era muy valorado, pero ese escenario cambió. El trabajo de los laicos al interior de la Iglesia ha ganado más terreno. Para Francisco Jiménez, coordinador del equipo de vocaciones jesuitas, esto se ve mucho en los jóvenes que sienten que pueden ser comprometidos y entregados al servicio de Dios y de la Iglesia como laicos. "Igual nos falta aún mayor participación de los laicos, ir confiando en sus visiones y permitir que estos hombres y mujeres encuentren canales de influencia al interior de la Iglesia", comenta. Agrega que la baja en vocaciones puede ayudar a generar esos espacios y valorar la diversidad de carismas al interior de la Iglesia: "No ser tan 'clero-céntricos'".
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"Uno a veces va decayendo en el ánimo, y piensa: 'Chuta, que la hemos embarrado como Iglesia. Y feo'", dice el seminarista Francisco Álvarez, acá junto a Diego López. Fotografía: Juan Farías.[/caption]
En esa línea, desde el Opus Dei cuentan que no han visto mermada sus vocaciones sacerdotales, precisamente porque se describen como una institución eminentemente laical y los sacerdotes constituyen un segmento muy menor: cerca del 2% de su estructura religiosa. En promedio se ordena un sacerdote chileno en la prelatura por año y esa realidad es similar a la que existe hace dos décadas.
Para Fernando Ramos, esta secularización es un proceso sociológico muy vinculado al desarrollo económico, al acceso a la educación y a una cultura más individualista. "Yo encuentro estupendo que tengamos otras posibilidades, pero eso ha ido emparejado a un modelo de vida más individualista, más consumista y menos trascendente. La gente está más preocupada de ganar plata y de pasarlo bien".
Coincide en esa visión el doctor en Ciencias de las Religiones Luis Bahamondes, académico de la U. de Chile, quien apunta también a la sociedad más individualista de hoy. "Esas lógicas individuales de que la gente vale por lo que gana. Hoy (los jóvenes) sienten que no necesitan ser sacerdote para ser un buen católico. Lo llevan a ese ámbito, a desarrollar su vida personal -casarse, tener hijos y bienes- desde ahí y no desde el sacerdocio".
La secularización en la Iglesia no es un proceso nuevo. Abraham Paulsen, experto en temas religiosos y académico en la UC, dice que viene dándose desde 1929. "Lo testimonian artículos escritos por Alberto Hurtado Cruchaga y Renato Poblete, entre otros", explica; y agrega que se acentuó con procesos de la historia reciente de nuestro país: "La incorporación de las modernizaciones y reformas implementadas por la dictadura cívico-militar aceleraron el descuelgue de las familias de estilos tradicionales de vida".
El tema de formar una familia también pesa. Pablo Prieto cuenta que una de las cosas que siempre se discutía en el seminario era el celibato: "Para todos ahí dentro es un gran tema tomar la decisión de no tener hijos para dedicarse a predicar".
Un peso distinto
Diego López (27) dice que durante su niñez en la Ligua siempre supo que iba a ser cura. Que sus padres cuentan que era lo que quería ser cuando grande y que su profesora de primero básico todavía guarda su primer dibujo: él dando misa. Postuló al seminario apenas terminó cuarto medio y aunque fue rechazado volvió al año siguiente y lo logró. Lleva siete años en el seminario de Santiago, y está feliz. Sólo una cosa le hace ruido: la incapacidad de la gente para entender que él sólo quiere ser un sencillo cura de pueblo.
"Todos quieren que su hijo sea más que él o gane más plata. Yo digo: 'Quiero ser cura y vivir con lo necesario'. Y la gente me pregunta por qué", sostiene el seminarista.
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"Mis papás estaban preocupados de que no fuera algo pasajero y a mí eso igual me preocupaba, pero lo que sentía en ese momento era tan fuerte que no podía no dar ese paso", opina Rafael García (SSCC), seminarista. Fotografía: Juan Farías.[/caption]
Para los entrevistados en este artículo, el actual escenario de la Iglesia ha afectado el prestigio de antaño. "El sacerdocio antes era un lugar de prestigio y poder. Había un reconocimiento social muy grande. Hoy es mucho menos, sobre todo en países de fuerte secularización como éste", dice Matías Valenzuela, sacerdote de la congregación Sagrados Corazones y encargado de la pastoral vocacional en Chile y Argentina. Francisco Ibáñez concuerda: "Con la situación dolorosa que tenemos (por los abusos), los jóvenes que están en las parroquias muchas veces son heroicos porque son cuestionados por su fe. Antes un joven de la parroquia en el barrio era respetado, hoy no".
Eduardo Valenzuela, decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UC, cree que a esto se suma la baja en la influencia social de los curas. "Antiguamente, muchos sacerdotes ejercían una influencia directa sobre la vida interior de las familias. Eran consejeros, sobre todo en asuntos de matrimonio y vida marital, y especialmente respecto de mujeres y jóvenes", explica. Para el sociólogo, una parte importante de esta consejería fue desplazada por la atención sicológica que ofrece un fundamento profesional más elaborado y una moralidad más abierta y neutral frente a las decisiones diarias. "Este desplazamiento ocurrió mucho antes de que apareciera cualquier germen de desconfianza hacia los sacerdotes".
La Encuesta Bicentenario, de la UC y Adimark GfK, da cuenta de este proceso. Muestra una abrupta caída de quienes declaran que les gustaría que su hijo opte por un camino religioso en la vida: la opción desciende de 32% (2006) a 14% (2017). "Ha sido una década horrible para la imagen social del sacerdocio y de la vida consagrada", explica Eduardo Valenzuela.
Sin embargo, Abraham Paulsen sostiene que esto no ha hecho mella en un nicho tradicional de la Iglesia en Chile: la elite. "El catolicismo sigue vinculado a la elite chilena; de hecho, otros credos, como los evangélicos, registran bajo impacto en los segmentos ABC1 y AB, como indican estadísticas y estudios".
El estudio de la U. Alberto Hurtado "Transmisión de la fe en jóvenes católicos", dirigido por Luis Bahamondes, hizo la prueba de la blancura a este prejuicio: midió cómo perdura el catolicismo en los grupos socioeconómicos alto, medio y bajo. Observaron que, a diferencia de las otras clases sociales, en la elite la fe es transmitida primeramente por los padres y luego reafirmada en un colegio y universidad católicos. En los otros segmentos, la fe la transmite la familia extendida -abuelas, tíos- porque los papás están menos en la casa y más en el trabajo.
"En el segmento alto todavía existen chances para sentirse llamado a la vida religiosa porque también hay un soporte económico que le permite a las familias y a ellos poder hacerlo", explica Bahamondes. "En el segmento más bajo deben estudiar algo para ganarse la vida y por lo tanto su campo de acción en términos de elección está limitado a eso".
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"Al final, si es que te das cuenta de que (el sacerdocio) no es lo tuyo, se termina transformando en una carga super pesada y desgastante", cuenta Nicolás Zanolli, ex seminarista. Fotografía: Juan Farías.[/caption]
Lo positivo de este nuevo escenario de las vocaciones sacerdotales, dicen desde la Iglesia, es que los jóvenes que hoy entran a los seminarios están más convencidos. El padre Cristián Castro cuenta que históricamente un tercio de quienes entran se termina convirtiendo en cura. La cifra no ha cambiado, pero podría hacerlo. "Hoy los jóvenes que llegan al seminario son menos, pero el porcentaje de perseverancia es mayor. El tercio histórico podría variar en los próximos años", sostiene Ibáñez.
Andrés -el sacerdote joven que se ordenó pocos días antes de que estallara el caso Karadima- dice saber que la Iglesia a la que entró tiene un prestigio cuestionado y una jerarquía dañada. "No tengo ninguna nostalgia de grandilocuencia ni de ostentaciones de poder ni de lujos, ni de catedrales repletas; yo soy hijo de una iglesia social, de lo sencillo, del rol de la mujer, del rol del laico, de la juventud, de la identidad de género y de los migrantes", asegura.
Su discurso no es raro entre seminaristas y curas jóvenes. Todos parecen saber que si hay algo bueno en momentos como éste, es que es difícil caer más y que hay mucho espacio para mejorar. En ese sentido, el denominador común es de esperanza: de una Iglesia nueva, purificada, pero también imperfecta. Lo dice Diego López, en una de las viejas salas del seminario de Santiago: "Hay que sacar un poco el paradigma del curita que no la embarra. El que es el referente moral, que no se equivoca. Todavía hay viejitas que no pueden ver un cura fumando o que se sirva un vino. Por ahí va la cosa, por humanizar un poco más el sacerdocio".
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Iglesia San Ignacio de Loyola, en Alonso de Ovalle. Fotografía: Rudy Muñoz.[/caption]
PASO A PASO
¿Cómo se postula a los seminarios diocesanos?
Se necesita que un sacerdote, diácono o alguien ligado a la Iglesia "presente" al postulante en el seminario y dé fe de que hizo un proceso de discernimiento para descubrir su vocación sacerdotal.
¿Cuándo empieza el proceso?
El proceso de postulación generalmente es de fines de agosto a noviembre.
¿Cómo sigue?
Los postulantes son sometidos a entrevistas de un comité integrado por los formadores del seminario. Además, tienen evaluaciones sicológicas.
¿Qué edad tienen los postulantes?
En los últimos 25 años, el promedio de edad está entre los 23 y 24 años.
¿Cuánto cuesta estudiar en el seminario?
Es gratuito desde hace varias décadas.
¿Cuánto duran los estudios?
En los seis seminarios diocesanos que hay en Chile, duran aproximadamente ocho años y medio. En el caso de congregaciones, como los jesuitas o salesianos, este lapso se extiende hasta los 12 años y pueden incluir estudios en el extranjero.
¿Qué materias estudian?
Hay dos grandes bloques: el filosófico y el teológico. En la mitad de la formación los seminaristas tienen un año pastoral: trabajan en una parroquia, en una especie de práctica profesional. En las congregaciones, como los salesianos, luego del año de noviciado el período de formación comprende estudios de filosofía, pedagogía y teología.
¿Cuánto ganan cuando ya son curas?
Reciben un aporte económico de su arzobispado, conocido como congrua, el que actualmente es de unos 240 mil pesos (menos que el sueldo mínimo). Adicionalmente reciben aportes por otras labores que cumplen, como las capellanías en colegios o trabajos en cárceles. Los diocesanos pueden tener bienes: un auto a su nombre o recibir una casa como herencia. En las congregaciones (en general) los sacerdotes no tienen bienes y no manejan dinero, todo es comunitario
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Iglesia San Saturnino en el Barrio Yungay. Fotografía: Laura Campos[/caption]
GLOSARIO
Sacerdote diocesano: Pertenece al clero diocesano, está incardinado (vinculado de forma permanente) a una diócesis o circunscripción eclesiástica y su misión es el servicio pastoral en esa diócesis. Ejemplos: los sacerdotes que trabajan en las parroquias, que no hacen votos de pobreza y pueden tener patrimonio personal. Durante su vida, pueden ser trasladados de diócesis.
Los sacerdotes del Opus Dei son diocesanos, pero estructurados jerárquicamente bajo una prelatura, que son un tipo de circunscripción de la Iglesia que tiene la particularidad de que no está definida geográficamente.
Sacerdote religioso: Es el que pertenece a una congregación (jesuita, franciscano, salesiano, de los Sagrados Corazones, etc.) y su misión es cumplir el carisma de esa congregación. Están más vinculados al mundo universitario o intelectual. Ejemplo: los sacerdotes jesuitas o salesianos. No tienen patrimonio personal, es de su congregación.
Los institutos seculares o sociedades de vida apostólica: Son una tercera vía, según explica monseñor Fernando Ramos. Tiene sacerdotes que no pertenecen a congregaciones ni a la diócesis. Ejemplo: Schoenstatt.