En medio de un laberinto subterráneo, verdadero Tetris de rocas cinceladas con dedicación milenaria, Giovanni Rodríguez –el guía de la excursión- apaga la luz y nos deja a todos en una penumbra profunda y absoluta. No se ve nada. "Así es como los sacerdotes entraban en búsqueda del conocimiento luego de la ingestión del cactus sagrado San Pedro", resuena su voz en la oscuridad.
Estamos en el sub-terra de la cordillera Blanca, región andina que detenta 16 cumbres por los sobre seis mil metros de altura y que se ubica a menos de ocho horas por tierra de Lima. El territorio peruano, prodigioso en lugares arqueológicos, tiene en Chavín de Huántar una de esas joyas injustamente desconocidas y poseedora de misterios que -hasta el día de hoy- tiene a arqueólogos de todo el mundo tratando de desentrañar sus secretos pre-incaicos.
Huaraz, la capital de la provincia de Ancash, es el punto de partida para cualquiera de las exploraciones en este sector de los Andes. Las agencias turísticas, ubicadas en las cercanías de la Plaza de Armas, poseen una amplia oferta: varios trekkings por el vecino parque nacional Huascarán, visitas a los antiguos poblados ubicados en el callejón del Huaylas o excursiones por la cordillera de Huayhuash. Entre ellos, Chavín de Huántar es el gran destino del turismo arqueológico en toda esta región.
A las 9:30 a.m. de cada día salen los buses a Chavín, que está a culebreros 110 km de distancia. Ni bien sale el vehículo, el guía Giovanni Rodríguez comienza a hablar con una voz perfecta de locutor cuya dicción parece saborear las palabras.
La ruta del conocimiento
El bus trepa por el costado del río Santa, mientras el relato del guía se vuelve íntimo y revela su lazo con el sitio al que se dirige el tour. Cada 21 de marzo, desde hace cinco años, Giovanni hace una peregrinación. La misma que repitieron durante cientos de años los habitantes de los valles andinos, un viaje que demoraba varios días y que tenía como fin llegar hasta las amuralladas paredes que comprenden la estructura de Chavín de Huántar.
El guía cuenta que, tal como hacían esas pretéritas generaciones cada equinoccio de otoño, él se ha sumado a las celebraciones que rememoran el uso de plantas medicinales como parte de un rito andino que conecta a lo humano con lo divino: "Ellos tenían un culto mágico-religioso en que usaban plantas de poder como forma de conectarse con los dioses y la sabiduría".
Si las fotografías de las murallas de Chavín ya parecían misteriosas, tras la confesión del guía lo parecen mucho más. Esta fascinación encontró eco también en el mundo académico, sobre todo en la disciplina de la arqueología. El sitio ceremonial fue descubierto por el naturalista italiano Antonio Raimondi en 1860, pero –según los relatos peruanos- fue en 1919 cuando recién comenzó el renacer del lugar. Fue en esa época que el arqueólogo nacional Julio César Tello puso en valor la importancia del sitio y comenzó a desentrañar la intrincada cosmovisión de los Chavín.
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Una vista de la arquitectura interna que caracteriza a Chavín de Huántar. Crédito: Jorge López Orozco[/caption]
Giovanni cuenta que el arqueólogo John W. Rick, de la Universidad de Michigan, es quien ha dirigido los recientes descubrimientos que han documentado la secuencia histórica de Chavín, descubierto nuevas galerías y plataformas, además de una extensa red de ductos de drenaje. Ha pasado un siglo y la vigencia de esta zona no se ha acabado.
El bus, en una bien pensada pausa antes de la llegada a Chavín, para en la laguna Querococha, a 3.972 metros de altura. Allí el frío andino se siente y las panorámicas muestra las cumbres vecinas que parecen estar casi al alcance de la mano. Un par de sencillos kioscos ofrecen té de coca (ideal para evitar la puna), choclos cocidos y queso caliente.
En contacto con los dioses
Una hora más de viaje, el cruce de un túnel sobre los 4.516 m.s.n.m. y decenas de curvas en descenso, anteceden a la visión de las fortificadas murallas de Chavín. En las afueras decenas de puestos artesanales venden recuerdos con miniaturas de todo lo que se encontrará sobre los márgenes del río Mosna. Tras el pago de la entrada, Giovanni se transforma en una autoridad que une lo científico y lo místico en un relato tan hábil que, de a poco, se terminan uniendo otros viajeros independientes al grupo original.
En los costados de la Plaza Central -de 50,2 por 50,2 metros- se logra dimensionar lo que fue la gloria de este centro ceremonial que fue abandonado, nadie sabe por qué, 200 años antes de Cristo. En este punto enmarcado entre montañas están en pie los restos de los principales templos de Chavín, erigidos en bloques de rocas perfectamente cincelados y que fueron levantados en cinco fases constructivas iniciadas en el año 1200 a.C. y finalizadas siete siglos después, según revelan las investigaciones de la arqueóloga Sivia Kembel.
La plaza fue el sitio al que llegaban los peregrinos, provenientes de diversos sitios de Perú, portando ofrendas para los dioses de esos tiempos, que tenían dominio sobre la naturaleza y la potestad de atraer el agua y producir alimentos. Los sacerdotes-chamanes de esa época podían interpretar el movimiento de las estrellas, identificar los mejores tiempos para las siembras, interpretar oráculos y celebrar ceremonias en solsticios y equinoccios. Fue un centro religioso, pero también un recinto social que provocaba que muchas comunidades se volvieran a reencontrar e intercambiar alimentos.
Una serie de escalinatas, largas paredes e intrincados sistemas de alcantarillado anteceden a los templos principales. La mayor de dichas estructuras da claros indicios de una sabiduría que en pleno siglo XXI aún no se puede comprender. Su principal atracción es el Pórtico de las Falcónidas, una serie de columnas cilíndricas de piedra de una sola pieza con 16 seres alados con formas zoomorfas que fueron talladas en su superficie.
Las deidades del laberinto
Pocos metros adelante, en la Plaza Circular, una fila de pacientes visitantes espera su turno para descender por unas escalinatas de piedra rumbo al interior de la galería El Lanzón, el sitio donde está la escultura del principal dios de Chavín.
La espera entre los muros pétreos puede ser claustrofóbica. La oscuridad natural subterránea es iluminada tenuemente por ampolletas lilas. Una mampara de vidrio separa al visitante de la "Gran Imagen", el dios sin nombre de piedra que mide 4,5 metros y cuyos contornos están llenos de figuras antropomorfas con una cruz de chacana que la corona. Un guardia que está bajo tierra ocho horas diarias, impide que se saquen fotos, por lo que la memoria debe actuar como un depositario fugaz de esta visión divina pre-incaica.
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La última de las cabezas clavas de Chavín de Huántar. Crédito: Jorge López Orozco[/caption]
Hay tres galerías completas para visitar. Acá, revela Giovanni, es donde los chamanes se metían a oscuras por días para conectarse –mediante la ingesta de San Pedro- con otros mundos que unían lo terrenal y los mensajes de las deidades. Las investigaciones han revelado evidencias del uso de hojas de coca y tabaco, wilca, ayahuasca y San Pedro como elementos para la adquisición de esos conocimientos de otras dimensiones. Aunque suenen a "drogas", la mayor parte de estas plantas han sido catalogadas como patrimonio cultural de Perú.
Pero bajo tierra no es necesario ingerir nada para sentir un magnetismo particular. Basta buscar un espacio tranquilo, dejar que los turistas se vayan y observar en silencio la ingeniería y arquitectura utilizada en la construcción de estas bóvedas. Esta mezcla es suficiente para hacer volar la mente hacia un mar de preguntas que nadie podrá responder a ciencia cierta.
En el exterior hay una sorpresa más: las cabezas clavas. Nacidas de las visiones regaladas por las hojas de San Pedro, una serie de esculturas líticas humanas con rasgos felinos se extendía en la parte posterior del templo principal. Ellas mostraban el proceso de transformación del chamán en un jaguar y, de todas ellas, sólo queda una en su posición original. Las demás fueron robadas por los guaqueros o terminaron hundidas en el lodo tras el alud que sepultó parte de Chavín en 1945.
El museo y el pueblo
Por fortuna, la arqueología desenterró muchas de estas cabezas clavas que ahora se exhiben en el modernísimo Museo Nacional de Chavín, ubicado a dos kilómetros de distancia del sitio arqueológico. Financiado por el gobierno de Japón, en su interior hay más de una decena de diversas cabezas clavas, además de paneles indicando la historia arqueológica de esta cultura, diversas teorías sobre el poblamiento, imágenes a tamaño humano representando escenas de la vida social de Chavín y representaciones a escala real de la "Gran Figura" de El Lanzón (acá posible de fotografiar) y de la "Estela de Raimondi", un monolito de granito de dos metros de alto y que tiene tallada una figura divina que pareciera un extraterrestre con mil patas. La pieza original está en el Museo Nacional de Arqueología de Lima.
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Un pequeño tuc-tuc descansa en las coloniales calles del pueblo. Crédito: Jorge López Orozco[/caption]
Punto aparte es el poblado de Chavín de Huántar. Lleno de casas de dos pisos de adobe y tejas, en cuyas calles se pasean habitantes andinos ataviados con coloridos ropajes tradicionales y que mantienen al quechua como lengua principal. Aunque el tour clásico no da casi tiempo a pasearse por su plaza, comer algún helado con mango por poquísima plata o conocer su mercado callejero, se puede visitar de manera independiente con algunos de los buses diarios que unen a Chavín con Huaraz. No deja de ser un gran plan quedarse una noche en alguno de los hostales para mochileros que existen y levantarse en la madrugada para ver al sol nacer desde las ruinas de una cultura que estuvo siempre conectada con los dioses. O volver el 21 de marzo y experimentar la unión divina directamente.