Jamás pensé que me podía dar un infarto en el cine. Pero ocurrió.El 1 de mayo fui con mi señora a ver "Avengers: Endgame" al VIP del Hoyts del Parque Arauco. Esto sólo lo hago cuando una película realmente me interesa, pues por lo general soy bien gato de chalet: me gusta ver cine en la casa, donde puedo fumar y comer cómodamente. "Avengers", sin embargo, lo merecía. Es una saga que sigo desde hace años.

Mi suegra se quedó con mis tres hijas. Y con mi señora llegamos a la función de las 11:55 am, con tiempo para acomodarnos y hasta para pedir un picoteo. La película era espectacular. Pero cuando faltaban 20 minutos para que terminara, en la mejor parte, empecé con un dolor muy extraño: como un pinchazo, como si me estuvieran enterrando un tridente en el pecho.

Al principio pensé que era un gas o una crisis de pánico. Traté de calmarme, respiré profundo y seguí viendo la película. Pero cuando faltaban apenas cinco minutos para el final, el dolor volvió con más fuerza. Le dije a mi señora que me sentía mal, que saliéramos, que ya no aguantaba más.

No era mi primer infarto. En 2010 tuve otro, pero ese me pilló en la casa y dio síntomas previos -como si te inflaran un globo en mitad del pecho-, así que agarramos un taxi al hospital. El nuevo infarto, en cambio, llegó de improviso y donde menos lo imaginé: en medio de "Avengers".

La cosa es que al salir de la sala la molestia se disparó, me tuve que sentar en una escalera. El dolor era insostenible. "Por favor, llame al personal; me está pasando algo grave", le dije a la primera persona que pasó. Mientras, mi esposa llamaba a la Help. Pero el paramédico del cine ni los guardias sabían bien qué hacer: me tomaban la presión.

"No le tomes la presión. Busca el desfibrilador", le dijo una chica que apareció de la nada y que comenzó a darle instrucciones. Mientras se me dormía el brazo izquierdo, escuché que era anestesista. Luego perdí sensibilidad en el derecho y me desplomé. Todo se fue a negro.

Lo que pasó mientras estuve inconsciente me lo han contado los demás, porque a esas alturas yo vivía mi propia película paralela. Me veía en un foso negro donde la única salida posible estaba lejos y tenía que trepar miles de cuerdas. Yo escalaba y en medio de mi desesperación pegaba un grito. Mi señora dice que fue entonces cuando me oyó gritar, que se juntaron ambos mundos de nuevo y yo volví en mí. El acompañante de la anestesista se había subido arriba mío y me había reanimado: con las dos manos me bombeó el corazón, hasta que me pusieron el desfibrilador y la corriente me hizo regresar.

Estaba tirado al medio del hall del cine, rodeado de gente que me miraba. "Volvió, volvió", escuchaba que decían a lo lejos. Yo estaba muy atontado y apenas podía ver: los ojos se me habían reventado con la presión, los tenía negros e hinchados, parecía mapache.

Me subieron a una camilla y luego una ambulancia me llevó a la clínica, donde me operaron inmediatamente. Al día siguiente, ya estabilizado, escuché a los médicos decir que la ayuda que me habían dado estas dos personas desconocidas en el cine había sido vital, que de otra manera me habría muerto. Así nació la idea de buscarlas por redes sociales para agradecerles. Tomé mi teléfono y escribí en mi Twitter: "Ayer tuve un infarto en el cine Hoyts del Parque Arauco, fue grave y tuve muerte súbita. De no ser por la ayuda de una doctora anestesista y su acompañante no la estaría contando, me salvaron la vida... si me puede ayudar a encontrarlos se los agradecería. RT".

Nunca pensé que mi teléfono iba a colapsar: 12 ó 15 horas después del posteo, mi mensaje era trending topic, tenía más 2 mil RT, mucha gente me estaba ayudando a buscar a mis salvadores. Un día y medio despúes, encontré este mensaje: "Fui yo. Qué bueno que estás bien". Se trataba de Daniela Fuentealba, anestesista de la U. de Chile. Y de Sedric, enfermero de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Clínico de la U. de Chile, quien también apareció en la red.

Cuando supe quiénes eran los que me habían ayudado, me puse muy feliz. Hace un tiempo había tratado de buscar a una dj a la que había fotografiado en la Expo Automóvil, pero nunca lo conseguí. Ahora, siete años después, las redes sociales realmente son un medio masivo. Y Twitter, en especial, una plataforma súper rápida y con mucha influencia.

Los agregué a ambos como amigos y les mandé un mensaje directo: "Gracias por salvarme la vida. De verdad se pasaron". Para mi sorpresa, los dos fueron muy escuetos. Daniela me escribió por interno: "Qué felicidad, a descansar y recobrar fuerzas para aprovechar esta nueva oportunidad. Un abrazo". Sedric también lo hizo: "Nos alegra haberte ayudado". Pero cuando volví a contestarles, me mandaron emojis. Aún no he podido conocerlos en persona. Lo que para mí fue extraordinario, para ellos debe haber sido muy natural.

Como sea, mi mensaje ya va en los 5 mil RT. Y todavía la gente me tira buena onda cuando les cuento que fui a la clínica a llevarle bombones al equipo que me atendió allá. "¡El Avengers!", "el renacido", "John Snow", así me pusieron ahí y yo no me canso de agradecerles.

No quiero tener otro infarto. A mis 43 años no puedo creerme superhéroe. Tengo que bajar 15 kilos y dejar de fumar 40 cigarrillos diarios. No se tiene esta suerte tres veces.

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