Una iguana de más de un metro se mueve lentamente disfrutando el sol intenso que cae a mediodía. Un tuc-tuc –motos que llevan gente dentro de un carrito- frena. El chofer y los pasajeros sonríen y observan el letargo con que el reptil cruza una de las principales calles de Ciénaga. Parece surreal, pero es una imagen clásica de este punto en medio del Caribe colombiano.
Ciénaga ha pasado inadvertida entre sus deslumbrantes vecinas: Cartagena y su ciudad amurallada, Barranquilla, industrial y llena de vallenatos, y Santa Marta, que ha renacido en los últimos años y es la puerta al afamado parque nacional Tayrona. Demasiada competencia para una ciudad con alma de pueblo que ha debido remontar dolores y sangre para poder ver la luz.
Eduardo Sarcos pedalea a pesar del calor. Por unos 400 pesos chilenos lleva a dos personas montadas en su triciclo a donde sea. Con 21 años, hace 12 meses que dirige su bicitaxi, que se une a decenas y decenas de otros vehículos enchulados que cruzan las calles sin parar. Los autos son innecesarios, porque este es reino de bicicletas y motos. "A Ciénaga le decimos la capital del realismo mágico", cuenta Eduardo Sarcos.
Las raíces de Macondo
No es una frase al voleo. La historia de Ciénaga, dicen y redicen, inspiró a Gabriel García Márquez para escribir su más afamado libro: Cien años de soledad. El barrio histórico tiene sendas casas, construidas hace más de un siglo. En una de ellas, dicen, vivió Remedios la Bella, uno de los personajes más recordados de esta obra cumbre. Su nombre real era Rosario Barranco, reina de belleza en 1933 y habitante de la casona hoy convertida en el primer (y único) hotel boutique de Ciénaga. Con seis cuartos y unos impecables miradores de la ciudad en su techo, este pionero hotel tiene un enorme mural en honor a Remedios y sus mariposas amarillas.
El tema de la inspiración de García Márquez y Cien años de soledad en Ciénaga es cosa seria. Ha generado laureados estudios históricos que emparentan al general Ramón Demetrio Morán con el personaje de Aureliano Buendía y a Armando Barrameda con Aureliano Babilonia. Y las batallas del libro se basaron en un hecho real y que conmocionó a Colombia en los albores del siglo XX: la guerra civil de los mil días.
En Ciénaga lo del realismo mágico sobrepasa lo literario. Se vive. En una esquina del centro está la "Casa del Diablo", de dos pisos y 14 columnas romanas que recuerdan el pacto que hizo Manuel Varela con Satanás, cambiando riqueza por alma. Claro, el hombre fue más vivo y sacrificó anualmente otras almas por el dinero que engordaba su fortuna.
Las historias del pueblo-ciudad tejen la vida de judíos llegados desde Curazao, familias italianas y logias masónicas, con los indígenas venidos desde las alturas de la Sierra Nevada y los "gringos" que llegaron a hacer negocio con la agricultura de las bananas.
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La extensa playa es uno de los principales atractivos que hoy ofrece Ciénaga. Foto: Jorge López
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Reconstruyendo sobre cicatrices
Frente a la tumba de Guillermo Buitrago, en el cementerio de San Miguel, un guitarrista entona un vallenato en su honor. Muerto en 1949 –unos dicen envenenado, otros por cirrosis-, los restos de uno de los padres del famoso ritmo caribeño se han transformado en una de las atracciones de un camposanto que detenta una serie de lujosas últimas moradas, orladas con esculturas y arte europeo.
El cementerio de los ricos, le dicen popularmente. Un lugar que se ha ido "poblando" con las heridas que marcaron el destino de la Ciénaga durante el siglo pasado y que, parece, ya comienzan por fin a cicatrizar. Pero que no son olvidadas. La "Masacre de las Bananeras", por ejemplo, sucedida en 1928, aún se recuerda amargamente.
Una huelga general de los trabajadores plataneros contra las injustas políticas laborales de la United Fruit Company, compañía estadounidense, generó una crisis de tales proporciones que provocó amenazas de invasiones de marines si el gobierno colombiano no reponía el orden. La presión fue tan efectiva que su resultado hace polvo al realismo mágico y da paso a una brutal realidad: en dos días el Ejército colombiano mató a 1.800 trabajadores.
En el Parque Centenario, la principal plaza de Ciénaga, cualquier parroquiano puede relatar esta historia que marcó a generaciones. También pueden contar historias menos viejas, pero igualmente dolorosas, como el advenimiento de los carteles del narcotráfico durante los 70 y 80, que dieron paso a la llegada de la guerrilla FARC y, tras ellos, a los paramilitares. Historias oscuras que parecen lejanas al llegar al Malecón, con el atardecer tiñendo el paisaje de color rosa.
Su costa, con una playa de 13 kilómetros, es única y representa uno de los atractivos más ocultos de Ciénaga. Cuando se va el sol, aparece en gloria y majestad. Ni Santa Marta o Cartagena tienen tanta arena, ni el mix de palmeras y las escarpadas montañas de la Sierra Nevada. Cae el sol y las aves vuelan libres, los niños sonríen dentro del tibio océano. El futuro parece prometedor.
Los pueblos anfibios
A 15minutos del centro se encuentra el Pueblo Viejo, sobre la carretera que va hacia Barranquilla. Es una pequeña villa de pescadores colindante con 45 mil hectáreas de un ecosistema único: la Ciénaga Grande de Santa Marta, la laguna de mayor tamaño de Colombia y que combina aguas dulces y salobres. Con siete tipos distintos de manglares y centenas de animales, cuenta también con pueblos enteros viviendo instalados sobre palafitos.
Muy parecidos a los de nuestro Chiloé, estos viven sobre la superficie de la laguna, formando un archipiélago de casas de madera. Desde el Puente La Barra, en la desembocadura hacia el mar Caribe, salen veloces lanchas que surcan durante 90 minutos la superficie de la laguna rumbo a Nueva Venecia, uno de los tres pueblos palafíticos que habitan la Ciénaga y que ha iniciado una incipiente aventura hacia el turismo de intereses especiales.
La agencia norteamericana USAID, que apoya ideas para el desarrollo internacional, junto con la organización colombiana ACDI/VOCA y la fundación Creata, trabajan con más de tres mil habitantes de Nueva Venecia con el fin de promover actividades turísticas que agreguen valor a su historia, cultura y riquezas naturales.
Este lugar, que no aparece en los mapas, también sufrió. Y mucho. En noviembre del año 2000, un escuadrón de paramilitares ejecutó a 39 vecinos acusándolos de colaborar con las FARC. El terror motivó que este lugar se despoblara y quedaran sólo cuatro familias resistiendo el embate del miedo.
Pasaron varios años para que las familias volvieran a confiar y retomaran su vida anfibia. Y ahora casi dos décadas después, están a punto de transformarse en el gran sitio de turismo de aventuras de la costa caribeña y ser los guías de la exploración de este desconocido ecosistema lacustre que mezcla selvas tropicales, ríos, mar y manglares.
Los poblamientos dentro de la Ciénaga no son nuevos, tienen casi dos siglos y sólo ahora, después de los procesos de paz encabezados por Juan Manuel Santos, se puede ver bien quiénes son y dónde viven. Es un sitio único e irrepetible. En este pueblo anfibio la vida sobre el agua es eterna. La humedad es parte de la piel y cada casa es un pequeño feudo. Una isla con electricidad y TV. Las canoas son los automóviles acuáticos y remar es algo que tienen que aprender antes de caminar.
Nueva Venecia tiene una iglesia, un centro cultural, salones de pool, policía y una posta. Además de una cancha de futbolito que les regaló el goleador Radamel Falcao. La economía se basa en la pesca de lisas, mojarras, loras, manolos o sábalos. Y ahora también aporta el turismo, ofreciendo experiencias en las casas de locales y realizando excursiones al Caño Aguas Negras o Los Guayacanes, sectores de largos callejones acuáticos en que se mezcla el trekking con la observación de iguanas, nutrias, patos, colibrís, garrapateros, garzas o caimanes.
La Ciénaga pareciera tener buena salud, pero la intervención humana ha provocado que la oxigenación de las aguas se haya hecho insuficiente, poniendo en riesgo toda su integridad. La creación en 1959 de la carretera que une a las principales urbes costeras taponeó buena parte del delta, separando al mar de la desembocadura y afectando el equilibrio del ecosistema. Errores similares han ocurrido en los últimos años con el desvío de los cauces de algunos de los ríos que confluyen en la gran laguna, por parte de agricultores deseosos de irrigar sus propias plantaciones. El turismo está mostrando una solución.
"Antes no estábamos organizados, pero nos hemos capacitado para mostrar las cosas bonitas de aquí. Si los turistas van al Tayrona, acá también tenemos mucho para dar", dice Juan Carlos Castillo, dirigente de Nueva Venecia, justo antes de que el sonido de los tambores irrumpa. Los bailes negros, en que hombres se visten con coloridas máscaras, mientras niños entonan canciones como si en ello se les fuera la vida, resuenan dentro de la casa que hace de Centro Cultural. Las danzas marcan la despedida de este sitio flotante tan garcíamarqueano. Afuera, en las calles de agua, niños vestidos de uniforme reman al colegio.