Carolina Gainza es tajante. Las miradas sociales y culturales han estado ausentes en la discusión y en la toma de decisiones sobre cómo enfrentar la pandemia, y eso inquieta a los investigadores de estas áreas. “Esta crisis dejó en evidencia la relevancia que tiene lo social, lo cultural y lo político, junto con lo biomédico y lo económico, y la necesidad de que todas estas dimensiones dialoguen entre sí”, sentencia.

Gainza es socióloga, doctora en Lenguaje y Literatura Hispana, académica de la Escuela de Literatura Creativa y directora del Laboratorio de Investigación en Cultura Digital de la Universidad Diego Portales. También es una de las fundadoras y directoras de la Asociación de Investigadores en Artes y Humanidades, iniciativa creada en 2016 para fomentar las condiciones de la investigación en esos campos, y la influencia de estos académicos en el ecosistema de investigación y en la vida pública.

Sin que lo pretendieran, la pandemia se convirtió en una especie de examen, una prueba de fuego que sirvió para verificar si existe espacio para esos especialistas en un momento relevante para el país.

-Desde que llegó la pandemia a Chile tuvimos la preocupación de que se incorporara nuestra mirada. Lo hicimos ver en columnas de opinión, en entrevistas y en conversaciones con autoridades del Ministerio de Ciencias. Con Claudio Gutiérrez (académico de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la U. de Chile) y Mercedes López (investigadora de la Facultad de Medicina de la misma universidad) hicimos el trabajo de mirar si había investigadores de las ciencias sociales y de las humanidades en las mesas que se habían formado, incluso en la mesa de datos, porque para mirar los datos también se requiere una perspectiva social. No había ninguno. Y ahora se están viendo las consecuencias y la necesidad de formar equipos multidisciplinarios para mirar las problemáticas que enfrenta nuestro país.

La invitación a sumarse no llegó, pero el pasado 30 de mayo, un grupo de científicos de diversas áreas, expertos y divulgadores publicó una carta abierta dirigida al Presidente Piñera que se titulaba “Propuestas para evitar una catástrofe por Covid-19”. Gainza y el resto de la directiva de la Asociación de Investigadores en Artes y Humanidades, participaron en la elaboración de esa misiva y algunas medidas que aparecen en ella van en su línea de investigación.

Entre ellas se propone transparentar la toma de decisiones para fortalecer la confianza; un mayor contacto con las comunidades, donde se recojan sus necesidades y prácticas culturales; eliminar el lenguaje que culpabiliza y poner énfasis en uno que enfatice el cuidado comunitario; y reforzar esfuerzos en salud mental. Además, se plantea incorporar perspectivas de género en las medidas y el apoyo a las poblaciones migrantes.

“Una de las cuestiones que se han hecho patentes en la pandemia es la necesidad de una mirada integral para enfrentarla”, insiste Gainza. “El virus no sólo afecta nuestros cuerpos biológicos y la pandemia no sólo tiene consecuencias económicas. Los investigadores de distintas áreas lo hemos entendido así y esta crisis ha servido para generar comunidad”, agrega.

En otra línea de acción, Gainza y otros investigadores de estas áreas mantuvieron conversaciones con la subsecretaria‎ de Ciencias, ‎Carolina Torrealba, y lograron que se formaran cuatro mesas de trabajo donde participaron cerca de 25 integrantes. Durante tres semanas abordaron temas como la salud mental, la brecha digital, la relación con las instituciones, el ámbito laboral, la desigualdad y los derechos humanos, entre otros. La sicóloga Mariane Krause, el filósofo Roberto Rubio, la académica teatral Milena Grass y la propia Gainza están sistematizando ese trabajo que se va a traducir en un documento para que el ministerio identifique y promueva temas de investigación para enfrentar la pandemia y la pospandemia. Ese documento se va a entregar a más tardar en dos semanas.

En mayo de 2016, los investigadores en Artes y Humanidades llegaron hasta La Moneda sin delantal, pero con libros en las manos, pidiendo al gobierno tomar en cuenta el rol de sus ámbitos de estudio en la institucionalidad científica.

-¿Cómo explicas que no haya representantes de las áreas más sociales en las mesas donde se toman las decisiones?

-Pensamos que se consideran áreas de investigación secundarias o que se puede prescindir de ellas. Si lo miramos en perspectiva, eso tiene que ver con un debilitamiento de estos ámbitos durante la dictadura, donde fueron profundamente perseguidos e incluso se cerraron las carreras. Durante los 90 fueron dejadas de lado en las universidades con poco financiamiento y eso sigue hasta ahora. Tiene que ver con un modelo económico de producción y de sociedad, que tiene como centro la utilidad económica, y como estas áreas no producen ganancias inmediatas, son consideradas prescindibles. El ministro Mañalich dijo en una entrevista que este era el momento de la filosofía... ¿Y recién se dio cuenta de que había que pensar la sociedad? Uno podría decir que el ministro no tiene por qué saber de todo, pero hay estadísticas sociales. ¿Para qué está la Casen? ¿Para qué están los investigadores que vienen durante años haciendo estudios en temas como desigualdad, trabajo, derechos humanos, alfabetización digital y salud mental? Hay múltiples temas que trabajan las ciencias sociales y las humanidades que las hacían importantes en este momento y que no se tomaron en cuenta.

-Hace poco publicaste el libro La batalla de Artes y Humanidades, donde hay una cita de Adriana Valdés, de la Academia Chilena de la Lengua: “Las humanidades no son prácticas, no entregan resultados inmediatos; vistas desde afuera, son lo contrario de lo útil”. ¿Es esa una idea enquistada en la sociedad?

-Depende de lo que tú entiendas por utilidad. La utilidad hoy está enraizada en el discurso público y en la sociedad en términos económicos, y claro, si mides la utilidad de esa manera, no sólo quedan fuera las humanidades -lo que no significa que a ciertas áreas de las humanidades uno podría mirarles el lado económico-, sino que también excluyes algunas áreas de la ciencia y de las ciencias sociales. Es una trampa cuando te preguntan cuánto aportan la ciencia y la investigación al producto interno bruto y desde ahí se mide su utilidad. Yo también te podría decir ¿y cuánto aporta la cultura al producto interno bruto? Pero esa no es la razón por la cual tú valoras la cultura o la investigación.

La crítica no necesariamente es una cuestión negativa y aplacarla puede justamente ser perjudicial para avanzar. La discusión en torno a modelos o soluciones es lo que te puede permitir llegar a una respuesta óptima, mirando las distintas posturas.

-¿Debe ser útil la ciencia?

-Por supuesto, pero las ciencias, las humanidades y las ciencias sociales tienen que ser útiles en distintas dimensiones. No negamos que puede haber ciertos productos o resultados que generen un impacto en la economía, pero también hay una utilidad social y cultural, y eso es lo que se releva hoy día en la pandemia.

-Alguien podría preguntarse por qué es importante tener a un sicólogo social al lado de un biólogo y un epidemiólogo en esta emergencia si la provoca un virus.

-Para mirar otras dimensiones de la pandemia. Un sicólogo social puede aportar desde la salud mental de la población. En el caso de un sociólogo laboral, por ejemplo, podría mirar el impacto que ha significado el trabajo online, que trajo una serie de desafíos que se han visto en temas de cuidado -especialmente en las mujeres- o en cómo se ha alargado la jornada laboral, porque la gente se queja hace rato de que está trabajando más que antes. Un especialista en territorios podría ver la necesidad de comunicarse con las comunidades; un especialista en temas institucionales desde la filosofía podría preocuparse por la relación con las instituciones que está tan quebrada y cómo generar un discurso en pro de generar más confianza y no más desconfianza, que es lo que ha pasado ahora. Un especialista en temas digitales podría haber hecho ver la necesidad de generar políticas más a mediano y largo plazo para solucionar la brecha digital y tener mejor conectividad, o también el tema de la alfabetización digital, que se convirtió en un problema gigante.

Foto: Patricio Fuentes.

-¿Cómo dialogan esas áreas con las necesidades de las personas?

-Mirémoslo desde las artes: qué importante son las narrativas que hoy día están surgiendo en relación con la pandemia. ¿Qué está elaborando la gente? ¿Qué reflexiones tiene? ¿Cómo está viviendo la pandemia? Es importante ver cómo la investigación en literatura, en artes visuales o en danza recoge esas narrativas y esas vivencias, que luego se pueden plasmar en obras que son producto de la investigación de lo que vive la gente hoy día. No creo que alguien se atreva a decir que esas dimensiones no son importantes, pero en la práctica no están incluidas.

-¿Cómo has visto el rol de la ciencia en la toma de decisiones?

-Creo que ha sido un rol bastante activo, todos quienes hacemos investigación estamos al tanto de lo que está ocurriendo y tratando de aportar con propuestas concretas. Pero no hemos sido escuchados y ese ha sido el reclamo. Por eso planteamos la necesidad de que se abran a escuchar y muchas veces lo que genera la crítica es una respuesta del tipo: ‘no, es que los investigadores están criticando en vez de colaborar’. Incluso pasó en la mesa de datos: a aquellos que fueron más críticos de lo que estaba ocurriendo con los datos y que se salieron de la mesa, se les tachó de que casi no querían seguir aportando. Y ese no es el tema. La crítica no necesariamente es una cuestión negativa y aplacarla puede justamente ser perjudicial para avanzar. La discusión en torno a modelos o soluciones es lo que te puede permitir llegar a una respuesta óptima, mirando las distintas posturas. Pero no puedes inmediatamente aplacar la crítica.

-¿Por qué algunos entienden la crítica como sinónimo de perjudicar o torpedear? ¿Hay un trauma con la crítica?

-Tiene que ver con un debilitamiento de las instituciones y de la participación democrática. Como decía Andrés Bello sobre la Universidad de Chile, la democracia es donde todas las verdades se juntan. También tiene que ver con un debilitamiento de la capacidad de diálogo, y eso se ha visto desde el estallido. El diálogo democrático justamente implica que haya distintas posiciones sobre la mesa... Si nos vamos a la dictadura, lo que se hacía era borrar la crítica, sacarla del mapa, entonces hoy día tenemos que trabajar para ser capaces de dialogar entre visiones que muchas veces son contrapuestas. El problema es que el gobierno, en vez de abrirse al diálogo, se ha cerrado sobre su propia visión y no ha sido capaz de escuchar otras opiniones que podrían aportar mucho en las medidas de la pandemia. El no ser capaz de moverse desde su posición y de reconocer errores ha sido un gran problema durante el manejo de la pandemia.

La nueva normalidad

-En una columna en El País, Martín Caparrós dice que el trabajo ya no será un lugar de encuentro y de sociabilidad; y la claustrofobia va a ser la próxima pandemia. ¿Qué reflexión tienen las ciencias sociales del futuro?

-Eso es super interesante y es un tema que debería estar encima de la mesa, porque tiene que ver con los cambios en las relaciones sociales y con la construcción de la identidad y la sociabilidad. Y eso no sólo ocurre en el mundo del trabajo, también en las universidades, dos dimensiones que estructuran la vida social, la educación y el trabajo. Eso implica repensar el trabajo y generar políticas públicas para mejorar el trabajo y la educación en esas nuevas condiciones. Por ejemplo, pensar el rol de las universidades en este nuevo escenario, porque efectivamente han sido un espacio de sociabilidad. ¿Qué va a pasar con la sociabilidad en una sociedad que va a estar mucho más recluida en su casa? Porque no sabemos qué va a pasar.

Quizás la pregunta que deberíamos comenzar a hacernos es cómo le damos sentido a nuestra existencia, qué tipo de sociedad queremos construir en adelante, y creo que ahí los conceptos de interdependencia y solidaridad son claves.

-¿Cómo vamos a desarrollar nuestras relaciones, entonces?

-El encierro ha mostrado que necesitamos la presencia, que lo que nos hace humanos es la expresión con el cuerpo y el contacto físico. Lo digital nos ha permitido seguir en contacto, conversar en vivo con los amigos, hacer fiestas en diversas plataformas, celebrar cumpleaños. Sobrevivir a esta pandemia habría sido mucho más difícil sin esas plataformas, los servicios de mensajería o las redes sociales. Pero lo que todos esperamos es poder abrazar a los que queremos, a nuestros amigos, juntarnos a celebrar, sentir la piel del otro. Sin embargo, como no sabemos cuánto tiempo durará esto, seguramente veremos cambios en las formas de saludarse, por ejemplo, el saludo de beso podría desaparecer; tendremos que vernos separados por paneles de plástico o mantenernos a ciertos metros de distancia. Para los niños y las niñas será muy problemático, como vimos en la reapertura de colegios en Europa, donde cada niño jugaba en su metro cuadrado. Eso afectará la manera en que expresamos afecto, aunque quizás surjan otras. Más que aventurarse a respuestas sobre el cambio, pienso que es un tiempo para observar y analizar.

-Desde las Ciencias Sociales y las Humanidades, ¿qué cosas relevantes creen que serán distintas en la nueva normalidad?

-Es difícil predecir, pero lo que se viene pospandemia es relevante y se han abordado poco los cambios sociales y culturales. Te voy a hablar desde lo que es mi especialidad, la cultura digital. Producto de la pandemia estamos experimentando un aceleramiento del uso de las tecnologías digitales en todo nivel. Nuestras vidas están intensamente mediadas por plataformas, se instalaron por la fuerza en la educación, en lo laboral y en la vida cotidiana. Obviamente no vamos a dejar de vernos presencialmente una vez pasada la crisis, pero lo digital seguramente cruzará toda la vida de las personas de manera mucho más intensa que antes. Si hay algo que ya no podemos separar es lo digital y lo real, transitamos entre lo virtual y lo presencial de manera más fluida, en diversos ámbitos, en la vida cotidiana, la educación, el trabajo, incluso en las relaciones amorosas. Esto trae desafíos que no podemos eludir, porque lo digital se instala en Chile en una estructura desigual y, por otro lado, está todo el tema de la vigilancia. Por esto será necesario impulsar políticas públicas no sólo en temas de acceso a tecnologías, sino que de alfabetización digital, y no sólo en generar competencias, sino también miradas críticas que fomenten la apropiación tecnológica.

-¿Y más allá de lo digital?

-Las ciencias sociales y las humanidades tendrán harto trabajo en varias dimensiones, porque seguramente también cambiarán desde las prácticas culturales hasta la manera en que construimos nuestra identidad, tanto individual como colectiva. ¿Viste las fiestas electrónicas en autos en Alemania o conciertos en algunos países de Europa donde las personas “bailaban” en sus sillas a un metro de distancia? La distancia se mantendrá por un tiempo, pero las personas no somos pasivas frente a los cambios o las imposiciones, somos capaces de apropiarnos y pensar alternativas, creamos todo el tiempo nuevas formas de relacionarnos.

-¿Crees que aprenderemos algunas lecciones de esto?

-En este tiempo ha quedado claro que somos seres interdependientes, que no podemos comprendernos separados de otras existencias. Un virus ha hecho tambalear todo lo que dábamos por sentado, y los virus, las bacterias, los animales, el mundo vegetal o la técnica no los podemos entender como algo de lo cual podemos prescindir. Esto es algo que deberíamos reforzar, tanto en lo referente a cómo enfrentamos el cambio climático como en nuestra relación con la tecnología, especialmente ahora que el desarrollo de la inteligencia artificial avanza a pasos agigantados. Quizás la pregunta que deberíamos comenzar a hacernos es cómo le damos sentido a nuestra existencia, qué tipo de sociedad queremos construir en adelante, y creo que ahí los conceptos de interdependencia y solidaridad son claves.