Clases versus celulares: una batalla por la atención
Clases versus celulares: una batalla por la atención

Clases versus celulares: una batalla por la atención

Múltiples iniciativas legales alrededor del mundo, incluyendo Chile, apuntan a prohibir el uso de teléfonos inteligentes en las salas de clases. Pero en un mundo donde la atención es hoy el bien más preciado, simplemente no basta con tan solo regular las horas de acceso a la tecnología.


Una parte importante y no siempre reconocida del trabajo de un profesor es tener que saber lidiar contra la necesidad imperiosa de la sala de clases de distraerse.

En mis tiempos, como estudiante de los 90, las distracciones venían en forma de láminas intercambiables, juegos de cartas como el Magic, reproductores musicales y revistas juveniles. Ya en mi enseñanza media comenzaron a popularizarse los teléfonos celulares, pero en ese tiempo sí que eran solo para llamar y, a lo más, jugar al inmortal Snake.

Quizás el mayor intruso tecnológico del que tengo memoria fue cuando estuvieron de moda las mascotas virtuales, inspiradas muchas en el Tamagotchi japonés, el cual era una criatura digital que vivía dentro de un llavero, la cual requería ser alimentada, jugar con ella y otro tipo de cuidados durante el día para que no se enfermara. Por supuesto, eso significó que en el tiempo que estuvieron de moda, muchos niños estuvieron más pendientes del ruido de sus mascotas para evitar la enfermedad que de las clases mismas.

Pero ahora, el principal distractor de las aulas es uno aún más poderoso y presente. Hablamos de los smartphones, el dispositivo que pone en nuestras manos el acceso a un mundo de entretención incluyendo juegos, mensajería, videos, redes sociales y más.

Clases versus celulares: una batalla por la atención
Clases versus celulares: una batalla por la atención

¿Por qué se propone no usar celulares en las salas de clase?

El uso de los teléfonos inteligentes en nuestras salas de clase se ha vuelto prácticamente parte de la rutina escolar.

El estudio Kids Online, de la Universidad Católica, reveló el año pasado que el 58% de los niños y niñas obtienen su primer celular con Internet antes de cumplir 10 años de edad. Y en total, 9 de cada 10 niños y adolescentes en edad escolar poseen uno de estos equipos. Dispositivos que, quiérase o no, ya forman parte de nuestras vidas y cuyo uso si bien debe ser regulado, tampoco puede ser ignorado.

En marzo de este año, el Mineduc publicó un documento llamado “Orientaciones para la regulación del uso de celulares y otros dispositivos móviles en establecimientos educacionales”, en el cual se aconseja no más de 60 minutos de exposición a las pantallas antes de los 6 años, y un uso regulado pero también atendiendo a la necesidad de utilizar las bondades del mundo digital como herramientas pedagógicas. Y por supuesto, también está la necesidad de enseñar conductas de uso responsable de las tecnologías que van desde la protección de la privacidad hasta el combate contra el bullying o el combate contra la desinformación.

Sin embargo, hay corrientes alrededor del mundo que apuntan a la prohibición de estos dispositivos, al menos a temprana edad. Sin ir más lejos esta semana en Chile se aprobó un proyecto de ley que prohíbe el uso de teléfonos celulares al interior de recintos educacionales para todos los alumnos desde la educación parvularia hasta sexto año de enseñanza básica, indicando además un uso gradual para alumnos de 7mo, 8vo básico y enseñanza media. Esta legislación va en línea con medidas similares que han sido implementadas en los estados de Florida, Indiana, Lousiana y Carolina del Sur, con variaciones que van desde la implementación de lockers para guardar teléfonos mientras se hacen clases hasta la prohibición de llevar este tipo de equipos a la escuela.

Y si bien toda la evidencia científica parece indicar que efectivamente se trata del camino correcto, no solo por aumentar la atención en los salones, sino que también por la reducción del bullying y de trastornos de ansiedad y similares gatillados por el uso constante de estas pantallas, cabe preguntarse si basta con una medida así o si hay algo más de fondo. Y la verdad es que sí.

Porque sacar los teléfonos de las aulas es solo un pequeño paso, pero aún insuficiente frente al despliegue que hay para captar al que hoy se considera el bien más preciado en la economía digital: nuestra atención.

¿Qué es la economía de la atención?

La economía de la atención es el nombre que se le ha dado al momento que estamos viviendo ahora y que dice relación con entender al poder de la atención como un bien escaso del cual todos quieren formar parte. En el caso del colegio, son los profesores lidiando con juguetes, figuritas y celulares, pero a gran escala es la pelea por cuál red social miramos mientras vamos en el metro, qué servicio de streaming pagamos a fin de mes o a qué videojuego le dedicaremos horas de nuestro fin de semana.

Si el tiempo es oro, la atención es lo que permite a las compañías saber cuánto oro les pertenece y para ello han diseñado tácticas para que nos quedemos pegados en las aplicaciones, esperando dar con ese golpe de dopamina. Un ejemplo de esto es el scroll infinito implementado por aplicaciones como TikTok, Instagram o X y que explican en gran parte la condición adictiva que tienen.

El scroll infinito se refiere a la navegación prácticamente sin fin que uno vive dentro de estas aplicaciones. Siempre estarás a un movimiento, por lo general un deslizamiento hacia abajo para encontrar un nuevo video, una nueva foto o un nuevo link. El hecho de que sea literalmente un pozo sin fondo de contenido ayuda a generar un efecto de tragamonedas, donde nos acostumbramos a pasar mucho tiempo observando cosas a medias que no nos interesan con la esperanza de que llegue algo divertido que podamos compartir.

A esa conducta de estar horas frente a una aplicación sin darnos cuenta, en Estados Unidos le han puesto hasta nombre: el doomscrolling.

Otra manera de mantener nuestra atención ocurre cuando estamos viendo un video en YouTube, Netflix o alguna aplicación similar y es algo por lo que todos hemos pasado: empezamos a ver una serie, termina un capítulo y apenas empiezan los créditos, ya empieza la reproducción del siguiente. Y sin darnos cuenta, maratoneamos una serie o vimos más de lo que teníamos presupuestado. O un juego que recién bajaste, viene con misiones diarias que debes hacer para ganar experiencia, monedas o cualquier otro bien digital que te hace insertarlo en algún lugar de tu rutina.

Más atención es más tiempo en la aplicación y más tiempo en la aplicación es más dinero al llevar estos datos a los avisadores. Y es así como hoy todas las aplicaciones vienen con algún componente adictivo. Y no está pensado solo para afectar a los niños, aunque claro, mientras más temprano estén acostumbrados, mayor será su efectividad a largo plazo.

A lo que quiero llegar con esto es que si bien las limitaciones del uso de los dispositivos, sobre todo en instancias de educación son correctas, tampoco podemos dejar de lado el hecho de que el mayor peligro a la hora de usar un smartphone no está en su hardware, sino en sus aplicaciones y los modos de uso que tengan.

Lamentablemente muchas veces para regular esas conductas dependemos más de lo que pidan los países en donde están esas aplicaciones que la regulación que pueda haber en Chile. Por suerte hay proyectos en los que se busca eliminar prácticas como scroll infinito en aplicaciones, o al menos cuando sus usuarios sean menores de edad. También que el registro y utilización de las aplicaciones sean visadas por mayores de edad, además de fomentar educación para el uso de herramientas como la posibilidad de limitar el uso diario de las aplicaciones desde los propios sistemas operativos.

Mientras eso no pase, lo ideal es que, si bien la presencia física de los teléfonos en un salón de clases puede regularse, bajo ningún motivo debemos dejar de lado su presencia en el resto de nuestras vidas. Las herramientas digitales sí nos pueden ayudar a aprender y crear de mejor manera y hacer como que no existen solo porque nos van a distraer tampoco es el camino correcto.

Porque es solo entendiendo y transparentando estos diseños que de manera consciente han fabricado desde Silicon Valley para mantenernos atrapados, podremos contar con personas que logren tener una relación saludable con la tecnología y no se conviertan en el futuro en adultos regalando toda su atención al algoritmo.

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