Leer los resultados de una encuesta es someterse a las conclusiones de un oráculo extraño. Así lo que está a la vista también carga con la posibilidad de que exista debajo suyo un hilo secreto, una trama invisible aunque muchas veces, con suerte, ese hilo es una polaroid del presente, un apunte transitorio de la vida. Anoto esto pensando en qué puede haber detrás de las cifras de esta encuesta en lo que compete las formas de participación de los jóvenes chilenos. Ahí una gran mayoría dice no haber apoyado casi nada o a nadie; algo donde caben los grupos religiosos (75%,5), las organizaciones estudiantiles (86,4%), el movimiento feminista (75,1%); la protección del medio-ambiente (83, 8%) y las minorías sexuales (79,6%). Esto también se extiende a cómo lo hicieron, pues más allá de las causas específicas, las mayorías se repiten en lo que compete a manifestaciones en la vía pública (75,2%) y la recolección de firmas para peticiones a las autoridades (85,9%); y descienden un poco más respecto a la expresión de opiniones en redes sociales (54,2%) y las reuniones en espacios públicos (54%). Si no fuese porque un porcentaje importante dice apoyar las marchas como formas de protesta (59,3%); el ahorro de energía por medio de ampolletas inteligentes y otros recursos (68,2%) y el uso de bolsas de tela antes que plásticas (77 %), pareciese que lo que se estuviese describiendo acá fuese el comportamiento de los "hikikomoris", esos japoneses que han decidido encerrarse en sus habitaciones para no saber más del mundo.
Quizás exagero. Quizás no. Copié las cifras porque me parecen inquietantes y porque tal vez la trama invisible de la encuesta tiene que ver con la distancia que hay entre cómo percibimos la realidad y lo que ésta despliega para poner en entredicho aquella percepción. En una época donde las redes sociales construyen una suerte de mundo paralelo hecho de noticias falsas y memes convertidos en consignas; estos porcentajes ofrecen una suerte de mirada reversa, un balde de agua fría. Por un lado, parece que no hay interés, que no pasa nada, y que dan lo mismo los otros y lo que sufren los otros: discriminación, violencia, pérdida de derechos. Pero esa es una lectura fácil. Es mejor y más útil o peligroso para estos tiempos donde todo parece definirse desde lo absoluto o desde la ideología del selfie, pensar que la realidad se exhibe como una serie interminable de paradojas, de contradicciones inesperadas, de derivas que hay que leer en clave.
Ahí la escala que define la política es otra, la del terreno de lo doméstico; ahí las únicas causas efectivas son las que decretan el funcionamiento de lo cotidiano; por lo que la espectacularización que hacen las redes sociales de la vida diaria es sólo una puesta en escena que convive con otras puestas en escena. Es la distancia entre lo personal y lo colectivo, entre los discursos y los hechos, entre el calor de la histeria digital y el frío de lo real. Es el abismo de las paradojas que separan los gestos privados de la épica de los espacios públicos que necesitan las grandes causas; es otro mapa, otra cadena de jerarquías, hecha de señales íntimas y que quizás recuerda los versos de un hit de Depeche Mode que ya tiene casi treinta años: "todo lo que quiero / todo lo que necesito /está acá entre mis brazos".
*Escritor y académico.